Volví a mirar los treinta y cuatro comprimidos que quedaban en el frasco y decidí que era momento de engullirlos con el último bocado. El mareo y la somnolencia que empezaban a embotar a mis sentidos me obligaban a seguir clavado inmóvil contra el fondo de la silla, concentrando a las reservas de mi fuerza y mi conciencia en el deseo de no caer. Por Santiago de Arena.
