Por Aura Metzeri Altamirano Solar
Una cosa agradezco y es el nacer en una época donde la mujer y su visibilidad están siendo reivindicadas. Crecí rodeada de ellas, y en roles que se encuentran en constante crítica y transformación, puedo decir que hay un camino labrado y si bien difícil, está bien labrado.
Existieron (y siguen existiendo) mujeres que se dedicaron a crear caminos, picar piedra y crear un antecedente para que otras pudiesen continuar para llegar más lejos. En el mundo del arte hay una tarea monumental, recuperar los nombres de la sensibilidad femenina, cosa tan necesaria en estos días. Desde mi campo y en la piedra que me toca picar, quiero traerles hoy una escritora extraña, cuyo estilo es completamente único y auténtico, muy adelantado a su época y que parece destacar por no parecerse a otra cosa. Bastante reconocida, aunque también criticada en su época, resurge con gran fuerza como una voz única y que agradezco haber descubierto.
Chaya Lispector, nace en pleno novilunio sagitariano, un 10 de diciembre de 1920 en Chechelnik, actual Ucrania y anterior unión soviética, sale del país junto con sus padres sin haber puesto un pie en Ucrania (aprende a caminar en Brasil) y es renombrada como Clarice. Desde este hecho inicial en su vida, notamos una metamorfosis forzada. La migración es una tarea penosa que conlleva una serie de duelos sobre los que no se habla, con ella, implica una herida de corte abstracto, le dota de ser una figura sumamente atrayente, extraña y para algunos (quienes se dominan por el miedo primitivo) una figura hostil, blanco de cuestionamientos, burlas y agresiones.
Con la pérdida del nombre y una identidad que nunca llegó a conocer, dejando atrás desde muy joven su tierra natal, Clarice se destaca en la escritura con el tiempo, a cuentagotas, ella es un misterio para sí misma y crea una personalidad llena de dobleces, dualidades y paradojas.
Clarice Lispector toma el lenguaje y lo estira hasta sus últimas consecuencias, juega con sensaciones y percepciones, todo desde la emoción cruda. Escribiendo que las mujeres no pueden ser buenas narradoras, como una suerte de ironía en su última obra “La hora de la estrella”, Clarice crea entonces una voz masculina que narra la historia de la desgraciada Macabea, cuyo talento es ser terriblemente intalentosa, torpe, ciega al mundo y una criatura chiquilla que está siendo devorada por Rio de Janeiro. Clarice remarca con ironía el ella misma ser una gran mujer y escritora, cuyos proyectos fueron duramente criticados por obtusas ideologías que negaban el espacio a la mujer en el arte, o las reducían a musas.
Escribe poesía, novelas, cuentos, es también periodista y llega a actuar como enfermera durante uno de sus viajes a Europa, durante la segunda guerra mundial. Una cosa debe ser mencionada sobre ella, un tema que regresa hacia lo humano es el movimiento y en enraizamiento, viajar es a la vez, medicina y veneno. Clarice reconoce al Brasil donde se crió como su verdadero hogar, se separa de su esposo, un diplomático brasileño y regresa a continuar su obra, para nunca dejar esas calles que hizo tan suyas, y donde hoy en día se le encuentra aún, inmortalizada en Río de Janeiro con una estatua junto a su perro Ulises. Su intensidad extendió su forma como una parte crucial del espíritu brasileño, su emocionalidad dejó una marca irremediable que florece y perdura.

Destaca en ella una gran actitud íntima en sus escritos, la descripción de sensaciones, cuestiones filosóficas y abstractas no se hacen esperar en su obra, luego la exploración de la sensación de exclusión, de búsqueda, de no pertenecer. El cuestionamiento de lo simple, de la vida que se planta sin poder dar explicaciones ni reproducciones funcionan como hilos conductores.
Existen una serie de anécdotas que me han llamado la atención sobre su carácter y la percepción que otros tenían sobre ella, para empezar, su mote, el “Monstruo sagrado o monstruo literario” fue objeto de mucho dolor para ella, cosa que surge con base en la extrañeza de su actuar y escribir, el pertenecer surge de nuevo como una de las columnas del actuar humano, sin embargo, ella como misterio, abre sus propios enigmas a través de la escritura y sorprendida, nos regaló diversas maravillas en todos los campos. Luego una historia más feliz será contada, pues me parece imprescindible rescatar, un mote con el que ella se sentía más identificada (y hasta podríamos decir, halagada) que era el de la “Hechicera de las palabras”. Se sabe que consultaba oráculos, tarotistas y por demás cuestiones adivinatorias, retoma este elemento en algunos puntos de su obra (el más famoso será en su última novela, ya antes mencionada). Se cree por tanto que en algún vuelo de avión, una amiga suya temía que el este cayera, a lo que ella mencionó que era imposible, pues le habían dicho antes que no moriría en ese tipo de accidentes. A partir de esta experiencia, se esparce el rumor de ella misma ser una bruja.
Aquí cabe recalcar el interés sobre la palabra bruja o hechicera, hay una verdad en llamar de esta manera a las mujeres que busquen desentrañar misterios, por todo medio sobre todo de lo artístico, y en este caso lo escrito. La tarea real de quienes practiquen la magia, implica desmenuzar la realidad en sus componentes más básicos para poder influir sobre sus dinámicas. Yo debo admitir que la literatura de Lispector, especialmente la poesía, funge como un cuchillo, es afilada, sus palabras, precisas, no hablan a la razón, hablan al mojado mar profundo de emoción que se lleva dentro. Es un cuchillo que desentraña capa tras capa y llega donde tiene que llegar, idealmente, para propiciar una especie de bálsamo o comprensión que pocas veces se puede encontrar.
La historia de Lispector es sin duda una de resistencia, a través de distintas vivencias que fueron más bien desgracias, algunas producto de su época, otras de su extraño carácter, desiciones y suerte, fueron haciéndo en ella un carácter complejo. A este respecto, no puedo evitar recordar alguna vez que alguien me decía que, para ser escritora, debía sacrificar algo, tras leer diversas biografías y vidas de artistas, noto que el contacto con el dolor dota a las obras de una profundidad que no se logra de otra manera, y aquella frase se vuelve más que cierta, por lo menos este es el caso de Clarice, quien me recuerda llanamente a la historia de Kirón, aquél centauro cuya vida desgraciada, le llevó a vivir en un sufrimiento perpetuo, al estar envenenado y tener a la par inmortalidad, jamás se pudo recuperar, pero se convirtió en el sanador universal. Clarice nace como producto de una creencia popular: Su madre, antes de escapar de Chechelnik, sufre de una violación grupal y contrae sífilis, se creía que un embarazo podría curarla, así Clarice nace como una cura esperada que jamás llegó, la muerte de su madre en Brasil se incrusta como una herida inconfundible para ella, otra razón para el desarollo de su carácter sumamente extraño, misterioso, insoldable, excluido, adorado y criticado por partes iguales.
Su belleza era un atributo que ocasionaba a la par, un enaltecimiento de sus habilidades ya existentes, como una especie de freno y causa de ciertos eventos desagradables, un ejemplo de esto, se nos describe en la biografía que escribe Benjamín Moser en “Por qué este mundo” (Siruela, 2017): al recibir el premio Carmen Dolores Barbosa, se le da una cantidad penosa por su libro “La manzana en lo oscuro” y sufre un acoso sexual grave por parte del presidente esa época, Jânio Quadros. Otra dificultad surge y se planta como una realidad constante, especialmente tras su divorcio: el tener que sostener su obra literaria por medio del periodismo, cosa que era mejor pagada.
Una de las cosas más atrayentes de Lispector es entonces su escritura cruda e íntima, recordando sensaciones y emociones que rara vez se tocan con tanta elegancia en la literatura, a la par, su personalidad también tan cruda, directa y audaz, le creaba una especie de barrera contra el mundo, parecía especialmente en las últimas etapas de la vida, solo ser capaz de conectar con el mundo a través de la escritura.
Una última historia, que relata con fidelidad la pasión que ella misma sentía ante su escritura, en su complejidad emocional, Clarice acudió a las pastillas y el tabaco como medio para parchar lo enredado de su propio sentir, generando una serie de adicciones preocupantes, y en una noche de 1966, después de lidiar con diversas vicisitudes, Clarice se queda dormida fumando en la cama, las pastillas hicieron efecto antes de tiempo, uno de sus hijos, Paulo, logra sacarla después de que aquella, en cierta necedad, trata de rescatar parte de sus escritos y sufrir varias quemaduras graves. Desde entonces y al casi perder su mano derecha, Clarice encuentra diversos problemas para escribir a mano y parte de lo que formaba su atrayente, se pierde o difumina (al menos a nivel psicológico) para ella, con el cuerpo quemado y la sensación de que la belleza y juventud le han abandonado, Clarice sigue una espiral en su escritura hasta regalarnos La Hora de la estrella, una obra donde relata las aventuras de una triste nordestina, una Macabea que hemos mencionado antes, y en cuyo personaje, intuye la enfermedad de la que morirá. En Macabea pone una suerte de infertilidad, describe que sus ovarios estaban como secos o marchitos, para meses después, ella misma morir de un cáncer de ovarios fulminante, ¿Qué es lo que intuía en su lejana escritura? Sin duda una advertencia o respuesta del subconsciente, cosa que lleva a la escritora a morir poco antes de su cumpleaños número 57, un 9 de diciembre de 1977.
Es el sentimiento de no haber fungido como cura lo que le llevó a mi parecer, a producir una especie de bálsamo en su escritura, con tramas tan simples pero infinitamente profundas, Lispector nos enseña a sumergirnos en mares de emoción, en intangibilidad, desentraña lo cotidiano a través de un uso poco común del lenguaje. Labró caminos para las escritoras, para las mujeres, cosa que tan necesaria en su época, sigue teniendo ecos importantísimos en la actualidad. Una última cosa a describir, la naturaleza de espiral de su escritura, leer a Lispector es un viaje incómodo, un viaje poco sencillo, conectar con las sensaciones intracorpóreas y la relación con la interpretación que tenemos del exterior, la conforma como una especie de investigadora, quien con su lámpara (su uso del lenguaje) nos lleva a recónditos lugares poco explorados pero presentes en la cotidianeidad, ¿A qué recuerda? Una carta del tarot que, últimamente se ha convertido en mi realidad cotidiana.

En honor a su obra, adjudicándome el derecho de hacer un texto híbrido, agregaré un poema que le he escrito:
A Clarice Lispector:
Diría que en tu esencia hay algo de caracol,
como un tiempo que se quiebra,
como arena que cae sobre vasijas desconocidas,
universos que viste desde la mirada real,
la de adentro.
Si lo natural fuera lo extraño,
¿Hubieses sido más feliz en tu excentricidad?
Lo dudo.
En ti la belleza de lo extraño,
emanaba de tu lengua, mano y pluma,
también de tus ojos como de gato rubio extraviado,
que encontró hogar en las calles de tu Rio de Janeiro,
cuanto se sabe que los gatos,
seres tan suyos, se hacen de los lugares que pisan.
En ti hay algo también, sin embargo,
como de mariposa, crisálida que su nudosa sustancia,
dio en ti una pasarela de vicisitudes, máscaras y dolores,
en tus ojos con el fuego, creíste perder tu encanto,
en los de otros tantos,
surgió el manantial de la cura.
La otredad, tu metamorfosis crisopéica,
te coronó como ser hermoso,
nada de monstruo sagrado,
nada de monstruo literario,
todo de la hechicera de la palabra.
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