Recientemente comencé a trabajar en un café, sitio que contiene por sí mismo el pulso de la vida, donde las cosas entran y salen de forma fluida. En ese sitio una aprende que a veces, la atención al detalle debe dispersarse en pos de la funcionalidad y practicidad. Luego, cuando se calma el monstruo insaciable que quiere siempre pan y café, los clientes están servidos, existe una pausa, un lugar donde se detiene el trabajo y se espera el siguiente rush…
Esto me hace consciente de que las experiencias vitales se viven como imágenes caleidoscópicas: Los mismos elementos se repiten de manera indeterminada y se crea una ilusión de variedad, hace unas semanas, tuve un movimiento vital al que llamar fluido, sería poco, palabras más adecuadas serían convulso, incluso explosivo. Cuando una viaja, los horizontes se expanden, el límite se disuelve y, aunque la mente es voraz, tiene su punto de quiebre, como se revienta una mula o un caballo. Para mí llegó una suerte de punto de quiebre, un marcador donde el ritmo debe bajarse para descansar.
Un viaje, dentro del viaje mismo de la vida, me llevó de Países Bajos a España, Italia y finalmente, al día siguiente de regresar desde Italia hacia Países Bajos, he tomado dos trenes para transplantarme de nuevo, esta vez de manera indeterminada: Alemania se conforma como un nuevo mapa a descubrir, no implica solo una readaptación cultural, decidí comenzar la aventura hacia un nuevo idioma, una nueva forma de pensar. En la lógica del idioma alemán, existe también la aglutinación, la imagen y la metáfora. Una cosa muy agradable que provee el idioma, es la variedad y la especificidad, además de una especie de humor sutil que se esconde entre sus palabras y expresiones diarias.
Me encuentro muy cansada y repoblando, paso a paso, las columnas que necesito en mi vida, y en el camino, dos arcanos muy potentes decidieron acompañarme: El ermitaño y la sacerdotisa, recuerdo entonces la similitud con el pulso de la vida, que es el pulso del café. Después de tanto movimiento, es necesario el reposo. Pasé de estar en una etapa similar a la del Carro y la Emperatriz, donde el crecimiento y expansión, actividades propias de la primavera y el verano, me acompañaron en regocijo, hacia el reposo, que no es actividad del todo pasiva, se encuentran y reordenan misterios, secretos. Se cierran puertas para iniciarse en nuevos conocimientos.
Mi nuevo trabajo implica mucho de eso, muchos cierres, y con eso, viene la actividad de integración, la vida requiere de sus pausas, la lentitud donde nace la reflexión que permite el proceso de perfeccionamiento del mundo.
La crónica que ofrezco hoy (primera en Alemania), viene cerca del equinoccio de otoño, con la necesidad de dejar morir lo que no funcionó en primavera y verano, y preparar las fuerzas en lo oscuro, para, tras el invierno, renacer. Pronto vendrán nuevas crónicas, pero primero esta, que sirve para explicar, al menos en parte, la pausa de mi pluma.
Hay en Alemania, una especie de sensibilidad no vista, una volubilidad y calidez que no siempre está en el primer plano cuando se habla del carácter de este país. Sumamente diverso, como tantos otros países europeos, se ha transformado en un hervidero de ideas, elementos culturales diversos y nuevas oportunidades. La lógica alemana es fría, directa y seca, carácter que muchas veces es malinterpretado como insensibilidad para la cultura latina, pero quienes se adentran, encuentran una genuina preocupación por hacer las cosas del modo perfecto (cosa que es, a la vez, virtud y vicio), encontrar el espacio entre las piezas y transformar el tejido en algo astuto y funcional: Otra vez viene aquí el pulso de la vida como el café. Un país de temperamento sin duda melancólico y que dista mucho del carácter de los países anteriores, de alguna manera se ha sentido como un hogar para mí. Esperen en el futuro más palabras de este país y sus artistas, pues debo admitirme como una gran amante del romanticismo alemán, con su sensibilidad indudable.
Casi para terminar, deseo añadir una suerte de confesión o declaración. Entrada en la vida alemana, un remanso de paz que tardé varios años en construir, agradezco la facilidad que me ha dado la vida para viajar, acompañada de mi propia determinación. Hay sin embargo, un motivo que me ha llevado a moverme a través de distintos países, una palabra que hasta hace poco, no había formado parte de mi lenguaje cotidiano, no por ignorarla, sino, por una negación interna que no había notado, había dicho que viajaba por mero gusto, pero la realidad trajo a mí una mejor palabra para mis motivos: Migración.
A casi cuatro años de haber salido de México, ocurre que me asaltan pensamientos de añoranza y melancolía, cuando pienso en las razones de mi partida, observo el orden de las calles alemanas, con sus propios matices, sus propios problemas, una Europa que amenaza con ser indiferente a la guerra, al repetir de atrocidades humanas, y una economía desigual que resulta más que evidente. La incertidumbre, el dolor, la pérdida se encuentran también aquí, es experiencia humana. Veo desde la magia de las telecomunicaciones, lo que ocurre en mi país, y recuerdo las razones para emigrar, para volar. El mundo es mundo donde se esté parada, y en este instante, algo me llama a estar más bien por acá, con todo y el peso de la añoranza y melancolía.
Y pienso en la naturaleza misma de estas crónicas, pretenden ser, además de un registro propio y una ventana de mis actividades hacia el mundo, alguna forma un bálsamo. Dejar prueba de mi huella por el mundo, es una muestra de la supervivencia, del resurgir de la vida y las nuevas oportunidades, tener ojos que lean este tipo de textos, lo es tanto como tener manos que los escriban.

Sobre viajar puedo decir que, al hacerlo en múltiples ocasiones y en desenraizamiento, una aprende a auto habitarse, a formar el hogar en el interior, nota que la vida es vida donde sea, que el humano sigue siendo humano con toda su gama diversa e infinita de variaciones, emociones, comportamientos. No resulta provechoso el idealizar cualquier sitio, pues cada uno tiene su particular belleza, y en el todo se puede encontrar oro, cambio y felicidad, todo viene desde el enfoque.
Sin embargo, quien emprende el vuelo también renuncia a una especie de ingenuidad e inocencia que forma parte de quienes dejan sus raíces en un solo sitio: El sentimiento de conocer todo el mundo por conocer la cotidianeidad de un solo país, una sola cultura que, aunque sea diversa, comparte un mismo latido, no se buscan respuestas porque las preguntas ya están contestadas. En mis viajes, he tenido suerte de conocer otros trotamundos, gente que, aunque comprometida con su origen, adoptan distintivos de las culturas que visitan, ya sea el idioma, gastronomía, ropa, pareja. Uno sale del país de origen y va perdiendo distintivos de su propia identidad. Algunos otros rasgos se solidifican e intensifican, por eso el trotamundos es más él o ella mism@. Pero un trotamundos sale transformado de las distintas residencias. Y aunque hay un sentimiento de esperanza, novedad y aventura, en el centro existe una especie de vacío.
Este vacío es dual, bien puede ser el vacío descrito como el Tao, es la esencia por sobre la cual se forma la vida. El corazón mismo es una cámara vacía que desde cuatro válvulas distribuye la sustancia vital en el cuerpo. El vacío es creador, la incertidumbre es la materia de todo artista. Luego, está el vacío como abismo, como agujero insondable, el dolor, origen de toda crisis existencial y una forma más peligrosa de dicha crisis: El nihilismo. Quien se permite emigrar, decide deliberadamente crear en su ser esta especie de vacío, no sin un propósito, se debe aprender de los viajes, del duelo, del amor y del aprendizaje expansivo.
En momentos, ese vacío se convierte en un criadero para las sombras personales: La soledad y la melancolía son los vicios del Ermitaño, de la sacerdotisa podemos hablar de la ensoñación excesiva, la exaltación de lo místico y los mundos de la fantasía. Todo exceso mata. Pero en la exploración de la sombra, debe llegar el momento de la transmutación. Después de un proceso tan convulso como lo fue mi mudanza (en la cual estuvo implicada una maleta rota de más de treinta kilos, de la cual aprendí a sentirme como Sísifo y reflexioné la importancia de viajar ligera), se necesita tiempo para la recuperación, la introspección. Por momentos se llega a la melancolía profunda y la fantasía. Pero en camino se encuentra de nuevo un elemento imprescindible del Ermitaño: La lámpara con la que carga, que es el corazón y la luz de la sabiduría: La estrella de David con su alusión al equilibrio.
Alemania me recibe con el cariño de darme un trabajo que siempre quise: Ser la mano que suministre el pulso del café, que es también el pulso de la vida. Fue el mismo café el que impulsó las revoluciones, bebida de la sabiduría y el progreso. Una bebida que activa en exceso al corazón. Una bebida que me recuerda al Ermitaño, y contrasta los efectos de una Sacerdotisa que solo quiere dormir. Servir café es servir también al pulso de la vida, y de las revoluciones, es servir al pulso de la vinculación y el pensamiento.
Pronto nuevas crónicas de los viajes, que, aunque convulsos, infinitamente prolíferos, escribo con el gusto de saberme leída y agradeciendo el hogar de la letra, me despido para vernos en algunos días entre nuevos textos.
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