Por Roberto Vudoyra.
Literatura y vida son dos hilos constantes que van hacia adelante, y parecieran paralelos. Enteramente diferentes e incapaces de chocar en cualquier instante. Llega este hombre de apellido Bolaño y, no sabemos qué día, en qué momento exacto o cuándo lo golpeó la luz amarilla de la idea, pero ese hombre dijo: yo juntaré ambas.
Comienza a hacer juegos. Apuesta. Hace la apuesta más grande que tiene. Apuesta su vida. Pone sobre la mesa cualquier situación que le haya ocurrido antes en la juventud. Y la deforma como si fuera de plastilina o arcilla. La transforma. Se cambia el nombre, y se lo hace también a sus conocidos. Se presenta en forma de novela, luego cambia el juego y se transforma a un cuento. A dos cuentos. A trece cuentos. Ahora el personaje de la novela A forma parte del cuento B, solo que ahora ha crecido. Ahora ha cambiado. Ha vuelto a transformar el juego y manifiesta dentro de él que la literatura y la vida son dos hilos que se van haciendo nudos hasta quedar plasmado en esas pequeñas letras de tinta negra sobre el papel. Y llegan los Detectives Salvajes, posteriormente se presenta Putas Asesinas. La novela famosa que ha creado revuelo, el conjunto de cuentos que solo los más cercanos a su trabajo lo recuerdan.

Esta última edición de Putas Asesinas (Alfaguara, 2017) tiene un regalo en sus últimas páginas. Imágenes escaneadas de las libretas de apuntes e ideas de Bolaño. Muy íntimo, tal vez, pero bastante interesante. Entonces mis ojos se vuelven robóticos y comienzan a descifrar la letra de aquel hombre. Y una llamada de atención: hay un cuento que se titula Muerte de Ulises. Forma parte de una lista de nombres que tenía prevista sobre los textos que se iban a contener en aquel conjunto. Al final ya no entró ese título a la colección. Me estremezco. ¿Ulises se muere? ¿Ese Ulises, mejor amigo de Belano en Los Detectives?
Sí. Ulises se muere y Belano regresa a la ciudad de México. Una ciudad que ya no reconoce como la suya. Él puede verla: la cara es la misma, pero se siente diferente. Y Belano se dirige a la última dirección conocida de Ulises. Aunque es consciente que él ya ha muerto. Sabe que no le va a abrir la puerta, pero de alguna manera lo espera. De alguna manera él tiene la pequeña esperanza que su viejo amigo sea el que lo reciba y pueda volverlo a ver después de veinte años.

Belano ahora es un escritor reconocido. El narrador (¿Quién es, Bolaño?) nos indica que es leído, aunque no mucho. Ese joven de dudosa higiene personal que había formado un movimiento literario ahora ha cambiado. Ahí, frente a la puerta, Belano se lo cuestiona: “¿Qué hago aquí?”
Detengo mi lectura y tomo un respiro. Me doy para atrás dos pasos y reflexiono. Soy consciente de la historia que hay detrás. Al concebir estas letras estoy entrando en un mundo del pasado que ya está mirando al pasado. Y me siento empático con el señor Belano que, de alguna manera, siente y demuestra nostalgia por su imagen juvenil que aún se mantiene como espectro encima de aquel cielo de ataúdes que es la ciudad de México.
El hombre da vueltas, primero visitando el departamento de su amigo, luego yendo a un hotel y espera que pase el tiempo. Posteriormente regresa al edificio departamental. Ahí se encuentra con tres hombres. Al inicio espera una pelea contra ellos. Pero cuando se presenta ellos cambian su perspectiva sobre el hombre. “Tú no te puedes llamar Arturo Belano.”
Imposible de creerlo, tal vez. Sinsentido o inverosímil. Resulta que esos tres hombres eran los últimos discípulos de Ulises Lima y reciben a Belano como un hermano. Le cuentan de sus últimas hazañas (no literarias, claro está) y de la misteriosa muerte de su maestro poeta. Para al final cerrar con que ellos tienen una banda de rock independiente. “Somos cada día más famosos, dicen, pero seguimos siendo rebeldes.”
Este es el punto de inflexión. El último golpe de admiración hacia Ulises Lima. Remarcar, o decir entre líneas que de alguna manera sigue vivo. O sigue vivo su legado. Y Belano los escucha, sus anécdotas junto con su música. Este es el fin del cuento. Pero el inicio del resto de la historia.

Porque se suele exigir que las historias (cuentos, cine, novelas) sean verosímiles, cuando la vida propia jamás lo es. Las reglas no funcionan a como uno quisiera. Pero este ejercicio literario funciona para darle sentido a las cosas, a transformarlas y verlas desde otra perspectiva.
Ya que es muy fácil decir: “Se ha muerto Ulises.” Y terminar de esa manera: con un vacío grande en el pecho. Pero es mucho mejor decir: “Se ha muerto Ulises; aún queda su memoria, su trabajo poético.”
El trabajo de uno se convierte en ese testamento. La apuesta literaria se transforma hasta romper los límites y poder concebir a Arturo Belano y Ulises Lima como personas reales. Mario Santiago murió. Su heterónimo Ulises Lima también. Roberto Bolaño murió. Arturo Belano, no lo sabemos con certeza.
Lo que sí tenemos nosotros es todo este trabajo literario que, a mi gusto, hay que apreciar y mirar con el valor y la fuerza de esta propuesta.
Roberto Bolaño murió. Pero aquí hay un discípulo que está escribiendo para rendirle tributo. Así como hago un esfuerzo para escribir, aunque los demonios me hayan de llevar al infierno. Apostando lo mejor que tengo. Cosa que aprendí a través de su literatura e intento honrar cada que puedo. Jugando y transformando. Mi propia perspectiva literaria, que posteriormente, se transforma en mi propia vida.
Roberto Vudoyra es completo apasionado del cine, la literatura y la música. Estudió Música Popular Contemporánea. Toca el bajo eléctrico. Lleva, con mucho entusiasmo, una pequeña carrera literaria fomentada por la auto-publicación. También ha tomado cursos de cine documental, análisis cinematográfico y guion. Espíritu invencible.
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