‘Señorita 89’, mafia y perversión detrás de los concursos de belleza.

Por Anahí Vargas Carbajal

Partamos de un ramillete de actrices encabezado por la infalible Ilse Salas secundada por calibres como Ximena Romo, Mabel Cadena y Edwarda Gurrola, quienes a su vez tienden el camino para el presunto lucimiento de Bárbara López, Natasha Dupeyrón, Leidi Gutiérrez y Coty Camacho siendo antagonizadas por un nombre como el de Juan Manuel Bernal. Agreguemos presencias como las de Marcelo Alonso, Luis Ernesto Franco y Aída López, quienes pueden darse el lujo de orbitar por ahí y por allá. Pongamos todos estos nombres bajo el mando del equipo encargado del guion y de la dirección de La Caída (L. Puenzo, 2022) y bajo la producción de los ‘‘oscareables’’ Juan de Dios y Pablo Larraín. Visto así, pareciera que nada podría salir mal, al contrario, pintaría para ser uno de los productos más brillantes que el audiovisual latinoamericano hubiera visto en los últimos tiempos. Sin duda alguna, tan solo esta partida de nombres ganaría cualquier juego de azar, entonces me pregunto yo: ¡¿qué demonios salió tan mal?!

Señorita 89, producción chileno-mexicana, se presenta como una historia de crimen y suspenso que pretende retratar la repugnancia detrás de las mafias que manejan los certámenes de belleza, la política y sus confabulaciones con los emporios televisivos, pero que termina siendo repugnante por sí misma al dejar de lado el cuidado y respeto con el que parte de su equipo abordaba los temas escabrosos en La Caída, y quienes aquí optaron por un festín de atroces compilados que parecieran tener intenciones onanísticas dirigidos al público masculino.

Situada en el concurso de Señorita México en 1989, la serie sigue a un grupo de misses de belleza de diversos orígenes en su llegada a ‘‘La Encantada’’, una vieja hacienda en la que tendrán que aislarse del mundo para prepararse en la carrera por la corona bajo las instrucciones de Concepción López Morton (Ilse Salas en una suerte de Lupita Jones), y en donde poco a poco van descubriendo los verdaderos tejes y manejes detrás del certamen en el que ‘‘la corona es lo único que las puede salvar’’.

Narrada por el trabajo más aflojerado de una Ximena Romo completamente miscast y a quien la mala estructura de su personaje tampoco es que le ayude mucho a salir de ese bache de apatía contagiosa, es desde un discurso inicial sobre lo que es la belleza montado como un examen recepcional que comienza a lucir un guion infestado de diálogos forzados, moralinos y recitados que mayormente exhiben el eterno problema que tienen las producciones mexicanas con las ambientaciones de época, en donde hacen alarde del ‘‘no mames, güey’’ cada que pueden sin el mínimo rigor para investigar el lenguaje coloquial de la época a recrear combinado con el poco interés en emplear adecuadamente los regionalismos de cada personaje. La ambientación no se construye únicamente con pretinas altas, copetes y botes de laca.

Trabajos sorpresivamente acartonados como el de Juan Manuel Bernal en villano tono telenovela con una presencia que se vuelve más incómoda por su dicción que por la misma psicología de su personaje, o el de Bárbara López, quien a pesar de tener la percha perfecta para ser no sólo Señorita México sino la misma Miss Universo si ella quisiera, es a quien le asignaron el personaje -en teoría- más sustancioso, el cual se vuelve una maraña superficial que tampoco le da tanta oportunidad a la actriz para profundizar en sus matices más allá de un eterno rostro de fastidio a lo largo de su participación; pero todo lo anterior no demerita tanto a la serie como el discurso publicitario en tono feminista que la acompañó en su promoción, regodeándose en una supuesta redignificación a las mujeres estereotipadas por cánones de belleza dictados por el sistema patriarcal lo cual termina siendo completamente incongruente con lo que se ve durante sus ocho episodios a través de una dizque sororidad muy pobremente sustentada en -ahora sí- diálogos forzados que, aunque algunos cargan discursos interesantes en esencia, no se sienten genuinos debido a trabajos actorales fríos y vacíos que puede rastrearse a una deficiente dirección de actores.

A pesar de todas sus flaquezas, esta corona también tiene varias joyas muy dignas de destacar. Como se menciona al inicio, Ilse Salas es infalible; ella puede hundirse en el fango más profundo y salir limpia. Una actriz con su pericia, talento, sensibilidad y experiencia difícilmente se verá enterrada por las debilidades de una producción y para muestra solo hace falta un vistazo al eclecticismo con el que ha construido su filmografía que, mientras para muchas otras actrices sería condenable, a ella le ha dado el arsenal para saber navegar inteligentemente las aguas de cualquier drama, thriller o comedia romántica en cine, teatro o televisión y salir avante. Una verdadera actriz.

En el terreno del talento desperdiciado reinan Mabel Cadena, previo a la conquista de los mares de Marvel, con uno de los pocos personajes que no recitan diálogos complicadísimos y si lo tiene que hacer, sabe cómo entregarlo de manera convincente. Por otro lado, está Edwarda Gurrola con el personaje más complejo de toda la serie y que lamentablemente se pierde en el olvido hasta de su propio episodio con tan sólo pequeños destellos de desarrollo que la actriz sabe aprovechar. Finalmente, Marcelo Alonso también destaca de entre las sombras como un atormentado doctor que aparentemente oscila entre el bien y el mal pero que nunca vemos más allá de esa fachada para conocer sus verdaderas intenciones.

Como reinas del certamen destacan Leidi Gutiérrez, quien carga a cuestas una de las mejores escenas -para mí, la mejor- de esta primera temporada en la que resuena fuerte y claro el tema de las mujeres desaparecidas en México, más específicamente en Ciudad Juárez, Chihuahua. Y como una gratísima sorpresa, la ganadora absoluta claramente es Natasha Dupeyrón coronándose con el que, particularmente, es el mejor personaje de la serie; comprometida con el y con su acento yucateco -lo cual es plausible tomando en cuenta que una de las cosas más criticables de Dupeyrón es su manera de hablar- la actriz forma a una auténtica reina: una chica ambiciosa que no sabe perder y que entiende perfectamente los previamente mencionados tejes y manejes de la mafia en la que se ha inmiscuido porque ‘’ese es su mundo, y lo entiende’’.

Finalmente, la alta calidad de los valores de producción es innegable. La serie se ve bien, tiene un buen montaje y la musicalización es muy buena -principalmente el enigmático tema principal titulado Buena suerte muchacha a cargo de Rubio-. El departamento de sonido hace un buen trabajo disimulando los aun evidentes ADRs. Incluso me atrevo a decir que el final de la primera temporada es muy bueno, ejecuta muy bien el suspenso entre las doncellas del cuento a punto de ser devoradas por el lobo feroz… pero una golondrina no hace verano, al fin y al cabo, ese es el objetivo de un final de temporada.

Señorita 89 pudo marcar historia en el audiovisual mexicano y latinoamericano al quedar como un documento que derrocara valientemente con una estocada final el mito detrás de un imperio nauseabundo que está cada vez más debilitado; sin embargo, se conformó con quedar como una incongruente y complaciente decepción con presunciones de feminismo publicitario -lo peor de todo- hecha para satisfacer el morbo patriarcal e intentar quedar bien con Dios y con el Diablo.

La primera temporada se encuentra completa en la plataforma Universal+ y la segunda temporada se estrenó el 13 de marzo a través de la misma.


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