En un mundo donde las expectativas sociales y las presiones culturales parecían dictar el destino de las mujeres, Bridget Jones se atrevió a ser diferente. Con su estilo desenfadado, su humor irreverente y su determinación para encontrar su propio camino, Bridget se convirtió en la musa de una generación de mujeres que se negaban a conformarse. Las mujeres de la Generación X, criadas en un mundo de cambios rápidos y expectativas altas, encontraron en Bridget un modelo de autenticidad y resiliencia.
A través de sus aventuras y desventuras, Bridget Jones nos recordó que la verdadera libertad femenina comienza con la aceptación de uno mismo. Con su corazón vulnerable y su espíritu independiente, Bridget se enfrentó a los desafíos de la vida con una honestidad y una autenticidad que resonaron con millones de mujeres en todo el mundo. La saga de Bridget Jones se convirtió en un fenómeno cultural, una celebración de la feminidad moderna en todas sus formas y complejidades.
Por eso, la sala entera de la pijamada organizada por Andes Films Bolivia en la avant-première rompió en aplausos ante la escena/tributo de ese icónico comercial de Levi’s de los 90 con Dinah Washington cantando de fondo «… I’m feeling quite insane and young again and all because I’m mad about the boy…». Sí, señoras y señores, ovación en la sala de cine, porque si hay algo que toda esa generación de mujeres que creció junto a Bridget ama, es verla triunfar siendo tal y como es, a sus 30, a sus 40 o a sus 50. Así que si vos sentís ganas de aplaudir en esa escena de la piscina, por favor, hacelo. Acá todas te entendemos.
Mañana, la saga de Bridget Jones llega a su fin con el estreno de la que dicen será la última película. ¿Cómo se despedirá Bridget de la gran pantalla? Me lo pregunté al enterarme de que se venía esta última entrega para cerrar, porque Bridget Jones es y somos muchas. Voy a intentar contarles algunas cosas sin hacer spoilers, para que puedan disfrutarla, reír y llorar en el cine cuando la vean.
La película empieza así: Bridget Jones ha quedado viuda, ha perdido al amor de su vida y lleva cuatro años de duelo; pero se sacude la tristeza con la misma euforia con la que salta sobre la cama junto a sus hijos al son de «Modern Love» de David Bowie. Es un renacer, una apertura de cortinas a un nuevo capítulo donde el dolor (Mark se ha ido para siempre) se diluye en el ímpetu del instante en que decide volver a ser Bridget. Vuelve a trabajar como la productora de televisión más torpe del mundo y sus amigos la instan a regresar a la escena de las citas. En este torbellino de redescubrimiento, aparece Roxster (al rescate), un Adonis de 29 años que enciende lo que se había apagado en esos cuatro años. Haciendo cálculos, ella tiene 53 más o menos, y aunque todo fluye con naturalidad en un idilio vertiginoso, una pregunta flota en el aire: ¿cuánto puede durar algo así?
En los intersticios de la trama, se van develando pequeñas sombras, porque la vida de Bridget ahora tiene más personajes. William (10), su hijo, lidia con la ausencia paterna refugiándose en el silencio, mientras que Mabel (6) anhela una reposición de la figura paterna. En medio de eso, Bridget toma la firme decisión de reconstruirse, con la guía mordaz de la doctora Rawlings (le agradecemos al director por dejarnos a Emma Thompson) y sus amigos.
«Mad About the Boy» tiene un guion que se desliza entre la melancolía y la esperanza. Esta vez, da pie a un romance que prefiere la dulzura a la excentricidad. Se percibe el eco de un adiós en su estructura, el cierre de un ciclo en la vida de su querida protagonista. Zellweger sigue siendo la Bridget de siempre, una amalgama de inseguridad y ternura, aunque ahora con un halo de madurez que la hace más bella. La aparición del señor Wallaker, un profesor de ciencias de mirada esquiva y gestos medidos, introduce una nueva intriga: ¿puede surgir un amor en la vida de Bridget donde solo hay cautela? Debo confesar que, aunque no percibí mucha química entre estos dos personajes (quizá era ese el objetivo), Chiwetel Ejiofor, con la interpretación contenida de su personaje, se convierte en la pieza maestra de esta nueva coreografía sentimental.
A la sombra de la nostalgia, Hugh Grant regresa como Daniel, canalla y encantador como siempre. Mordaz e irónico, ilumina la pantalla, pero no alcanza a encender la chispa de tiempos pasados. Hay mucha contención y mesura en esta película. ¿Será que así se envejece? me pregunto. O quizás, en un afán por explorar la vulnerabilidad a profundidad, se descuida un poco la irreverencia que la hizo inolvidable. Lo menciono, aunque respeto la manera en que han decidido contar cómo esta historia se despide. Bridget está viuda y es madre sola; se entiende que se sienta cansada, y se celebra que su magia, su humanidad, su torpeza tierna y su valentía inconsciente para lanzarse al abismo del amor triunfen ante la tristeza.
Tinder, ghosting, las «madres perfectas» del colegio juzgando e imponiendo los parámetros de ser «buena», comparaciones, amores transgresores… son los demonios que flotan en el aire. Pero Bridget no busca escandalizar, sino simplemente encontrar su lugar en un mundo que sigue girando sin pausa. El viaje a la montaña y el señor Wallaker tienen un halo de nostalgia y esperanza. Hay algo profundamente real en esa búsqueda: el anhelo de un amor que no sea pasajero, de una conexión que trascienda la aventura fugaz. Es una Bridget sabia, sigue siendo rara, goofy, excéntrica, diremos, pero ahora sabia.
Sí, Bridget Jones pertenece a la cultura como un espejo cálido y caótico de nuestra propia existencia. Cuando digo «nuestra», me refiero a la de todas, todes y todos. Desde que Helen Fielding le dio vida en 1995, esta heroína torpe y entrañable ha navegado entre el delirio y la desesperación, siempre con una copa en la mano y una canción de fondo. «Mad About the Boy» no es diferente de la trilogía anterior. Bridget sigue siendo Bridget: ríe y llora, mete la pata todo el tiempo y triunfa. Aunque parezca que es la madurez la que la lleva al triunfo esta vez, yo diría que es más bien recuperar esa esencia suya y demostrarse (y demostrarnos) que -como canta Fito Paez- «es el amor después del amor / nadie puede y nadie debe vivir, vivir sin amor…»

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