Una serie de sincronicidades hacen caer el pensamiento sobre temáticas específicas. A inicios de mes, tuve la fortuna de compartir un taller de Calaveritas literarias en Lübeck, actividad que resultó en sumo fructífera e inspiradora (es innegable la belleza fonética del alemán en cualquier forma de poesía), observando personas de distintas nacionalidades realizar un ejercicio mortuorio dedicado a la catarsis, la risa y la rememoración crítica o amorosa.
Un encuentro reciente con la temática escorpiana, que rige el Día de muertos y Halloween, me llevó al análisis del centro compartido de la cuestión: La curiosidad (a veces exposición involuntaria) del ser humano hacia la muerte, el morbo y el duelo. Aunque resulta en una temática incómoda, es necesaria, un ejemplo: He escuchado decir, desde la perspectiva psicológica, que la pulsión humana de abrir cuerpos, es en verdad, sociopática, sin embargo, bien canalizada, ha llevado al estudio del cuerpo humano y su fisiología. Es así que carreras como la medicina suelen tener perfiles con estas características de personalidad, sin que estas se coagulen en un trastorno, es decir, que estos rasgos, bien canalizados, pueden hacer un gran bien a la humanidad. Lo mismo cuando hablamos de nuestro acercamiento hacia la muerte y el terror.
El morbo cumple una función biológica: Es inquisitivo, revela las razones de la muerte, la enfermedad, el accidente. Lleva al cerebro a aprender sus patrones para evitarlos y protegerse a sí mismo y a la comunidad. Luego existe otro motivo: La adicción a la adrenalina producida por las cosas que nos dan miedo, que a la vez, como emoción primitiva, nos puede llevar a explorar nuestras mayores capacidades e integrar la experiencia para sacar lo más virtuoso, o lo más vicioso del ser.
El morbo y el acercamiento a la muerte y la enfermedad son, por tanto, cuestiones a las que debemos enfrentarnos (con gusto o tristeza) y es aquí donde entra la película de culto de Macario (1960), un filme de tono muy costumbrista, donde se relatan las vivencias de Macario, un leñador y padre de cinco hijos, quien, después de una serie de imágenes llenas de patetismo, se rehúsa a probar bocado si no es un guajolote para él solo, sin compartir a su esposa ni a sus hijos, después de ver un desfile de guajolotes, destinado a las ofrendas de día de muertos de la burguesía de la ciudad. La película muestra el contraste social, y empieza a retratar reflexiones sobre la muerte y la forma de honrar a los espíritus en el Día de muertos.
Dicha película, proviene de la novela homónima de Bruno Traven (autor enigmático y de orígenes no del todo claros), quien escapa de su tierra de nacimiento, Alemania, a causa de la primera guerra mundial, y quien se establece por años en México, profundizando en sus vericuetos, costumbres y vivencias. Se basa en un cuento de los hermanos Grimm, “La muerte madrina”, y combina, por tanto, elementos del folclor alemán con el mexicano, logrando una historia profunda, y resaltando los elementos compatibles entre las culturas.

Macario recibe un guajolote por parte de su esposa, quien lo roba para impedir su muerte, en un gesto de amor indudable. Nuestro protagonista desfila por el bosque, rechazando ofertas, tanto de Dios como del Diablo para compartir el guajolote. Finalmente se encuentra con la muerte, y reconociendo que de esta no hay escapatoria, propone compartirle la mitad, así comer junto con ella y evitar que se lo lleve antes de probar bocado. Al explicar sus razones, la muerte se amiga con él, y le ofrece un don de curación que será causa de su ascensión y declive.
Macario es una película que nos lleva al cuestionamiento existencial, nos regala un protagonista muy virtuoso, noble, humilde e inteligente, que no obstante, no puede escapar de su condición humana y la temporal crueldad que puede ofrecer la vida.
Viviendo en Alemania, y habiendo escuchado el feliz y fugaz (deseando que pierda lo fugaz y se vuelva costumbre) sincretismo cultural de las calaveritas en idioma alemán, y una ofrenda mexicana llena de fotos de seres queridos que alemanes dejaron sobre ella, noto la feliz coincidencia, observando que las culturas se pueden compartir y crear híbridos donde ambas esencias perduren en una actitud de mutuo respeto y reverencia, más ante tal ocasión como lo es la muerte, llena de ceremonias y sensaciones complicadas.
Entra, por otro lado, el tema del Halloween, tradición atribuída a dos orígenes: Uno cristiano (Día de todos los Santos) y gaélico por herencia del Samhain, fiesta del cambio estacional, la cual reúne prácticas muy similares a la del Día de muertos, por lo menos, en cuanto a la necesidad de dar espacio o lugar a las almas que se encuentran en el “otro lado”, se reconoce que la capa entre las dimensiones se hace más delgada, y por tanto, es necesario realizar preparativos de honra y protección. Sin embargo, con el tiempo, dicha tradición ha tomado la máscara del capitalismo, volviéndose un espectáculo guiado al morbo por simple adrenalina, y perdiendo el significado ritual y simbólico. No niego que exista quien aún lo practique con una visión más simbólica y rescate elementos perdidos o poco practicados de manera generalizada, sin embargo, observo como esta tradición se ha vuelto en una simple válvula de escape para los deseos excesivos en distintos ámbitos. La catarsis es necesaria, pero como toda potencia intensa, debe ser bien canalizada, de otra manera, desvirtúa y genera celebraciones superficializadas y dirigidas hacia el hiper consumo.

https://www.instagram.com/p/DQehE-aEazn/
El terror, cuestión que ya he declarado escorpiana, tiene una dimensión adictiva, consumido en exceso, ensordece los sentidos y por tanto, desensibiliza. Es un género que tiene tanta gloria como degradación (dependiendo las formas y cantidad de consumo) y en esta tradición se ve la cúspide de ello. Tradiciones que se van degradando y dejan de conectarnos con raíces genuinas y de interés humano (pues si algo he aprendido como migrante, es que uno puede adoptar e integrar, desde el respeto y el conocimiento profundo), superficializan y desacralizan facetas sagradas de la naturaleza, convirtiendo lo que antes era sagrado y simbólico, en un fin utilitario que sirve a motivos deshumanizantes.
Entre tantos ejemplos de sincretismo cultural, he tenido la fortuna de reencontrarme con una película de la infancia, conectando México / Alemania y con el afán de llamarlo (como frecuentemente sucede) sincronicidad, no he podido evitar escribir un artículo a la película, la época y el simbolismo, quizás también como una declaración de amor a las costumbres, los cuentos que preservan el Volkgeist, el hilo que reúne a los habitantes de un país. Las historias, como espejo y crisol que reflejan y transforman al mundo, se convierten en un punto indispensable de análisis. Nuestras tradiciones reflejan los valores y desarrollo que deseamos dejar perdurar en el hilo que nos conecta a todos los seres humanos, son de forma alguna, el propio cuento o narración del mundo, no nos queda más tarea, que escribir historia profunda y bien pensada.
Descubre más desde Kinema Books
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario