The Many Saints of Newark (2021): Todos los santos nacen malditos.

Por Santiago Jordán Cardona.

A los santos, sus madres siempre les dijeron que serían los elegidos. Tal vez por eso se creen santos. Piensan que son uno en un millón y ahora tienen que arder para brillar. Caminan por el mundo con ese brillo de escopeta en la cara; se sienten bien. Pero no se dan cuenta que su mundo está boca abajo. Las cosas no son como antes: el Blues ya se escucha en la ciudad. Y es que sus padres nunca les enseñaron sobre el bien y el mal. Por eso los llevaron hasta abajo, a lo profundo de sus límites. Por eso nacieron bajo un mal signo, con una luna azul en sus ojos: se creyeron el cuento que les inventaron. No lo pueden evitar. En esta historia, muchos santos son italoamericanos, muchos santos son de Newark. En su idioma natal, “muchos santos” es “molti santi”. Y, para quienes por macabro anhelo nos consideramos parte de “esta cosa nuestra”, muchos santos tienen nombre, como Christopher y Dickie Moltisanti.  

Era 1999 cuando se emitió por primera vez la que indudablemente es una de las mejores -si no la mejor- series de televisión jamás hechas: The Sopranos. Creada por Davis Chase y protagonizada por James Gandolfini, la historia de Tony Soprano, el jefe del crimen organizado más famoso después de Vito Corleone, se convirtió en un antes y un después en la industria cinematográfica. Comparándose quizá únicamente con la magistral The Wire de David Simon, la narrativa “sopraniana” reconfiguró el género gansteril y el relato negro, abriendo la puerta a la contradicción humana y la humanización del villano: creando al primer anti-héroe de la televisión. 22 años después –y recordando la frase que usaba HBO al anunciar el comienzo de cada nueva temporada-, “vuelve nuestro amigo”. El año 2021, David Chase estrenó la precuela de su obra prima bajo la dirección de Alan Taylor, quien ya había dirigido varios capítulos de la serie en su momento: The many saints of Newark. La noticia fue furor en todos los medios de comunicación y portales cinematográficos. Una vez más, Tony Soprano regresaba a nuestras vidas, pero esta vez en la pantalla grande. Lo que nadie se esperaba fue que la nueva producción de Chase ya no tenía mucho que ver con nuestro amigo, sino que se enfocaría en la vida e historia de uno de los míticos –y místicos- personajes de la serie: Dickie Moltisanti, padre de Christopher y tío de Tony.

Tras casi medio año de su lanzamiento, The many saints of Newark se convirtió en un objeto de debate entre cinéfilos, críticos y fanáticos de la obra original. Convergiendo muchas críticas positivas y muchas otras negativas, la nueva película de la mente maestra detrás del gran capo de New Jersey sigue levantando polémicas que dejan entrever la importancia cultural que ha tenido y aún tiene el drama de la familia Soprano. Opiniones a parte, David Chase ha vuelto a conseguir lo que en aquella noche del 10 de junio de 2007 se había propuesto para con el último capítulo de su serie: la conturbación total de su audiencia. Sin embargo, a diferencia del final en pantalla negra con el que concluye “Made in America”, la inquietud por el nuevo film de Chase se dio por una pregunta en específico: ¿se puede hablar de The many saints of Newark sin hablar de The Sopranos? En otras palabras, ¿The many saints of Newark existe en función de su predecesora o puede sostenerse por sí misma y consagrarse como una gran película dentro del género de Gangsters? Sea cual sea la respuesta, el señor Chase se ha vuelto a ganar su lugar dentro del mundo del cine y, una vez más, nos mantuvo frente a la pantalla con nuestros habanos, nuestro manicotti y nuestro Ruffino Chianti. ¡Ooof, Madone!

Al puro estilo de Los Soprano –y, por qué no decirlo, de Goodfellas, que es de donde Chase sacó gran parte de su inspiración- la película empieza con un cameo por el cementerio principal de Newark que va entrelazando las narrativas visuales y sonoras, enfocando las imágenes de las tumbas y uniéndolas con la voz-en-off de los difuntos que se sobreponen unas a otras. La cámara hace un acercamiento a una de las lápidas y la voz-en-off cambia: “Moltisanti is a religious name. And still I’m fucked” (Moltisanti es un apellido religioso. Y aun así estoy jodido). Sabemos ahora que es Christopher (Michael Imperioli) quien nos habla. La escena incursiona en un flashback y la voz de Chris sigue guiándonos en tiempo y espacio. “The little fat kid is my uncle, Tony Soprano […] He choked me to death” (El pequeño niño gordo es mi tío, Tony Soprano […] Me asfixió hasta matarme). Tal y como lo hizo con el primer capítulo de Sopranos, el creador nos dijo todo lo que necesitamos saber en tan solo cinco minutos de película. Ya no es la historia de Tony Soprano, es la historia de un remordimiento provocado por la muerte del padre y del hijo, de Dickie y de Christopher. Los muchos santos de Newark cuya esencia persiste en el limbo contradictorio de nacer divinamente malditos.

Durante la década de los 60, el brutal racismo que se agazapaba en las calles e instituciones de Estados Unidos se veía enfrentado con la resistencia de los ciudadanos negros que protestaban a favor de la reivindicación de sus derechos humanos y civiles. Mientras tanto, la cosa nostra italoamericana se aprovechaba del caos de la ciudad para establecer su estructura criminal basada en la prostitución y las apuestas. En este punto, la trama se divide en estas dos realidades que se contraponen a sí mismas y construyen el contexto de la película: el cataclismo de Newark. La historia de Many saints toma como protagonista a Dickie Moltisanti (Alessandro Nivola), hijo de “Hollywood” Dick (Ray Liotta) y padre de Christopher. Uno de los capos de la familia Soprano que se había consagrado en su puesto por su implacable carácter. Un padre semi-presente que frecuentaba en medio de la relación con su esposa y sus goomahs (sus amantes). Lo que es más importante aún, es la relación que tenía con Tony (Michael Gandolfini), su sobrino, quien lo admiraba profundamente y lo había convertido en una figura paterna.

A lo largo del film, podemos ver cómo el personaje de Nivola encara la esencia contradictoria de un Dickie que atraviesa el mismo viaje psicológico de culpa, ansiedad y remordimiento que Tony Soprano experimentó cuando protagonizaba la serie de Chase. Las condiciones de vida los llevaron a padecer similares situaciones que marcarían su personalidad como si se estuvieran mirando a un espejo. La atracción y odio por la madre que condiciona su naturaleza básica; el machismo, la violencia familiar y el abuso de la autoridad; los ofuscados límites entre lo correcto e incorrecto; la costumbre de obtener siempre lo que desean, a la fuerza o no; las casi inexistentes consecuencias de sus actos. Escena tras escena, el personaje de Dickie es constantemente puesto a prueba bajo situaciones que lo obligan a replantear su condición de santo. Se enamora de su madrastra Giuseppina (Michela De Rossi), asesina a su padre con sus propias manos, entra en guerra con su amigo Harold McBrayer (Leslie Odom Jr.) –quien luego se convertiría en un referente del movimiento negro y uno de los gangsters más importantes de su momento-, ahoga a Giuseppina en el mar tras descubrir que lo engañó con McBrayer. Pero, el acto que más ha calado dentro de su inconsciente fue haber introducido a Tony a “esta cosa nuestra”. Toda esta culpa pone al personaje en un estado de profunda crisis en el que ya no entiende su condición de santo, y, para tratar de convencerse a sí mismo de que aún es un hombre del bien, realiza actos desesperados de bondad: establece una relación con su tío Sally Moltisanti (también interpretado por Ray Liotta) que está preso durante décadas por asesinar a un made guy de su propia familia, se vuelve entrenador de un equipo de baseball para niños ciegos, se aleja de Tony para evitar que se inmiscuya en ese mundo e incluso le consigue las pastillas a Livia Soprano (Vera Farmiga) que necesitaba para su enfermedad. Esa misma noche, mientras sacaba las pastillas de su auto, Dickie Moltisanti es asesinado por un hombre blanco en la puerta de su casa. Sin previo aviso, sin ningún indicio, sin el famoso carrito de bebé. Solo el sonido de los disparos y un teléfono: “It’s done” (Está hecho). Del otro lado, Junior Soprano (Corey Stoll). Vaffanculo!

Cuando salió a la luz el primer rumor de que David Chase iba a producir una nueva película de Sopranos, la idea general era que por fin sabríamos qué es lo que sucede con Tony después de ese corte a negro. La euforia invadió a los fans que nunca dejaron de creer. Personalmente, odiaba la idea de que se muestre qué es lo que sucedió con él. Siempre creí que, en el fondo, ya lo sabíamos. Lo había dicho Silvio Dante cuando los Lupertazzi casi lo matan: “You don’t hear a thing. It’s all pitch black” (No escuchas nada. Todo se vuelve completamente negro). Creo que todos sabemos lo que sucedió, solo que no nos lo mostraron. Ahí está la belleza del final, la genialidad de Chase. Después de todo, era nuestro amigo; y nadie quiere ver morir a su amigo. El creador estaba consciente de esto. Por eso decidió no mostrarnos lo que sucede después de la serie, sino revelarnos el pasado. Y con eso lo muestra todo.

The many saints of Newark no es una simple película de gangsters, es una película de Sopranos. Eso la hace única porque Los Soprano no es una serie de televisión cuyos derechos le pertenecen a HBO, es un movimiento cultural y cinematográfico, es un inicio y un final en el universo cinéfilo, es una totalidad genérica que le ha dado a la televisión lo que Citizen Kane le ha dado al cine: forma y fondo, su condición artística. Así que sí, The many saints of Newark es un film que existe en torno a su predecesora, pero también es una película que se sostiene por sí misma. Es la reinvención de Chase en el cine a través de esos recursos tan característicos suyos que, durante 8 años, millones de personas seguían en vivo. La profundidad y complejidad humana de sus personajes, todos tan agrios, oscuros, contradictorios, inspiradores hasta el punto que se siente como ver a un espejo. La violencia cruda que se mezcla con la inocencia de la cotidianidad. Los cambios drásticos de escenas que son totalmente dicotómicas entre ellas. El uso magistral de una banda sonora que contrasta y desequilibra lo que está pasando. Los Rolling Stones, Dean Martin y el Blues. Los diálogos irrelevantes a la trama, pero que son la máxima forma de la construcción. Su simbolismo, sus juegos con la muerte, la fiesta italiana. La iglesia, la familia y la violencia: el tridente.

Sin embargo, para nosotros los fans, el deleite más grande está en poder volver a entrar a Satriale’s. Después de tanto tiempo, escuchar a Silvio, Paulie y Pussy. Madone, Pussy! Ver la escena exacta en la que Junior le dice a Tony que no tiene cuerpo de atleta. Confirmar (aunque jamás dejamos de hacerlo) nuestro odio profundo por Livia. Observar a más detalle qué es lo que pasa cuando arrestan a Johnny “Boy” Soprano en el parque de diversiones. Ver a Artie, Carmela y Jackie Aprile de niños. Recordar cómo Livia llamaba “santo” a Johnny y entender que, en realidad, se lo decía a Dickie. Comprender el paralelismo entre el final de la serie y la escena siguiente a la muerte de Dickie, cuando Tony lo está esperando en Holster’s. Volver a sentir esa angustia agonizante de ver a un Tony observando la llegada de alguien, sin saber él (o nosotros) qué es lo que sucederá. La promesa del final, el juramento entre la memoria de Dickie y Tony. Y, de repente, la música. Enterarnos, por fin, que fue Junior, siempre fue Junior.

The many saints of Newark es, para fans y no fans, entrar en el mundo de Los Soprano. Conocer las desdichas de esos molti santi que, Moltisanti o Soprano, terminan siendo uno solo. Uno solo con el espectador. Como toda obra de arte propiamente dicha, es verse a un espejo. Crearle culto, amarla y odiarla, dejar que entre a lo más profundo de tus venas y te obsesione como la droga más peligrosa. Que te juzgue, que te duela, que te haga llorar, que te haga reír. Que te convierta en uno de esos santos que nacieron con lunas azules en los ojos. Ver este film es aceptar que, pase lo que pase, ya eres uno de ellos, parte de “esta cosa nuestra”. Por eso, cuando salió la película ese 1 de octubre de 2021, no me importó lo que tengan que decir ni mi madre ni mi padre. Simplemente, no tuve más opción. Me desperté esa mañana y me conseguí un arma.  

Santiago Jordán Cardona, desde que se acuerda, siempre quiso ser un gangster, una estrella de rock o un rapero del ghetto. Ahora escribe sobre ellos, lo cual resultó ser mejor. Puede imaginarse el sentimiento sin tener que ir a la cárcel por drogas.


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