Por Vero Delgadillo.
Hoy cumple 110 años el enormísimo cronopio. Lo recuerdo haciendo un refrito de algo que escribí cuando existía Brújula y se hizo un homenaje por los nosecuántos años de su muerte.
Con Joni Mitchell de fondo.
ESCRITOR CON MAÑAS DE CIRUJANO
Cuando María Herminia Descotte de Cortázar tuvo a Julio Florencio, jamás imaginó que tendría un niño para siempre. Que aunque luego se conjeturarían leyendas acerca de que nunca dejó de crecer, sus amigos más cercanos aseguran que en su pequeño departamento de la rue de Gentilly en Paris, donde vivió con Aurora, su primera esposa, tenía un cuarto lleno de juguetes donde se pasaba horas.
Coleccionaba juguetes ingeniosos “los que se mueven, los que actúan”; su juguete preferido era el Larousse ilustrado, le tenía un amor infinito a los diccionarios, en una entrevista realizada por Elena Poniatowska, en el Nº 44 de la revista mexicana Plural, de mayo de 1975 contaría que siendo muy enfermizo de niño y de adolescente pasó varias convalecencias con un diccionario sobre las rodillas buscando definiciones inverosímiles. “Mi madre se asomaba a la recámara a preguntarme:
– ¿Qué le encuentras a un diccionario?
– Todo ”.
Escribir sobre Cortázar no es sólo pensarlo, es sentirlo, es el jazz, son los cientos de títulos que jamás leímos, los viajes, los amigos. Es imaginarlo grande, pero no sólo de tamaño sino de alma. Cualquiera que lo hubiese visto en persona hubiese sentido esa timidez que paraliza, que enmudece. Bien lo explicaría García Márquez cuando cuenta que le habían comentado que en Paris, él escribía en el café Old Navy , del Boulevard de Saint Germain, el mismo donde Jean Paul Sastre escribía en una mesa a unos metros de él; y que en un otoño de 1956, lo esperó varias semanas hasta que lo vio entrar como una aparición: “Era el hombre más alto que se podía imaginar, con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más bien parecía la sotana de un viudo, y tenía los ojos muy separados, como los de un novillo, y tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos al dominio del corazón”, y el mismo Gabo fue incapaz de hablarle, “era un escritor como el que yo hubiera querido ser cuando fuera grande”, fue lo que expresó de aquella anécdota años después cuando ya eran viejos amigos.
QUEREMOS TANTO A JULIO
Un solitario lleno de amigos, así era él. “Estamos solos: somos islas. Pero nos desesperamos por tender puentes /…/ ”, les escribiría a Lucienne y Marcelle Duprat, viejos amigos suyos de su época de maestro normalista en Chivilcoy, en una carta de abril de 1940.
Tuvo amistades entrañables con Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Haydee Santamaría, José Lezama Lima, de las cuales dan fe decenas de cartas publicadas en 3 tomos por Alfaguara, en el año 2000, y una amistad muy especial y tierna con Alejandra Pizarnik a quien le escribió varias cartas en las que claramente muestra un interés cariñoso por levantarle el ánimo incluso poco antes del suicidio de la poeta, como en una de las últimas que le escribiese en septiembre de 1971: “/…/ Pero vos, vos. Te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí , desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando el lenguaje mismo del cariño y la confianza – y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos./…/”. Finalizaría esa carta diciendo “ Escribíme , coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo. Julio”
Carlos Fuentes diría de Cortázar que sus sinónimos de la amistad se llamaban modestia, imaginación y generosidad, “lo recuerdo en nuestras caminatas por el Barrio Latino a caza de la película que no habíamos visto, es decir, la película nueva o la película antigua y vista diez veces que Cortázar iba a ver siempre por primera vez. Adoraba lo que enseñaba a mirar, lo que le auxiliara a llenar los pozos claros de esa mirada de gato sagrado, desesperado por ver, simplemente porque su mirada era muy grande”.
La cercanía y el cariño profesados por García Márquez hacia él lo llevaría a verlo varias veces en “El otro cielo” uno de los cuentos mejor acabados de este insalvable cronopio, pues a su parecer se recreó a si mismo en el personaje de un latinoamericano sin nombre que asistía de puro curioso a las ejecuciones en la guillotina. Como si lo hubiera hecho frente a un espejo. Descrito por Cortázar así: «Tenía una expresión distante y a la vez curiosamente fija. La cara de alguien que se ha inmovilizado en un momento de su sueño y se rehúsa a dar el paso que lo devolverá a la vigilia».
Quizá es mucho más rimbombante escribir un artículo sobre este escritor en un 20 ó 30 aniversario de su muerte o en un centenario de su nacimiento, lo cierto es que Julio Cortázar es de esos muertos que nunca mueren, y recordarlo desde la mirada de aquellos que siempre lo querrán, hace que ya nada de esto importe, realmente; porque hoy somos todos los que lo vemos junto a nosotros desde el otro lado, y un 24 aniversario o cualquier día es un día perfecto para añorarlo.

Descubre más desde Kinema Books
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Debe estar conectado para enviar un comentario.