Cine Mexicano: ‘Matando Cabos’ (2004), entre el caos y lo absurdo.

Por Saúl Araujo.

¿Qué harías si un día cualquiera en el trabajo encuentras a tu jefe en ropa interior, desmayado en el piso de su oficina? ¿Y si un día antes tu futuro suegro te sorprende en el cuarto de tu pareja y te echa de su casa? ¿Y si… fueran la misma persona? Esta es la historia de Óscar Cabos, un temido hombre de negocios que, el mismo día que sufre un intento de secuestro, termina en la cajuela del auto de su futuro yerno, y sin saberlo, se ve envuelto en toda una odisea nocturna en la Ciudad de México mientras intentan llevarlo a salvo a casa.

De la mente de Tony Dalton, Kristoff Raczyñski y Alejandro Lozano, Matando Cabos es una comedia negra mexicana estrenada en 2004 que brilla por su ingenioso guion irreverente y situaciones absurdas que rozan lo increíble, mientras sus personajes intentan resolver su aventura chilanga. Jaque (Dalton) y Mudo (Raczyñski) protagonizan esta historia, compartiendo pantalla con figuras como Joaquín Cosío, Ana Claudia Talancón y Rocío Verdejo, quienes se lucen en sus papeles, entregando una historia que captura lo mejor de la urbe y lo transforma en un viacrucis nocturno.

En su debut como director, Alejandro Lozano aprovecha su estilo visual para generar un ambiente ajetreado, caótico y de desesperación que persigue a los personajes durante toda la película. Los colores vibrantes, los contrastes con la noche, los planos rápidos y angulares como recursos fotográficos nos mantienen enganchados, sumergiendo al espectador en una narrativa dinámica, acompañada de un montaje ágil que no permite pausas.

No es un detalle menor mencionar el boom taquillero que resultó de esta mezcla de eventos en un solo guion, su frescura le generó elogios por la originalidad que aportaba a la cinematografía mexicana, pocos podrían prever el impacto que tendría en sus fanáticos, inspirando años más tarde una secuela producida por Amazon Prime Video que dejó un sabor agridulce en algunos espectadores, esta sin lograr replicar el éxito, pero trayendo la esencia de la película original con tiempos más actuales.

A lo largo del tiempo, la película ha cosechado un grupo de seguidores que nos enamoramos de los sinsentidos y licencias creativas que el largometraje toma con el único propósito de entretener. Ejemplos de esto son el alucín del Mascarita, que parece sacado de una película del Santo, el icónico “¿Ah sí? A ver, ¿qué significa obtuso?” o el ahora clásico “¿Qué me ves, pinche bizco?”. No estamos hablando de una película destinada a representarnos en el Festival de Cine de Venecia, pero sin duda estamos ante una que logra divertir exitosamente.

Matando Cabos se sitúa en un punto intermedio entre el «cine clase B» (aún sin pertenecer propiamente a esta categoría) y una película comercial hecha con esmero, comedia, y un sinfín de elementos propios de la capital que la convierten en una entrañable aventura. A la vez, genera un retrato de la sociedad y vitaliza un trasfondo de crítica hacia la misma. La confusión, la dicotomía de decisiones y las personalidades de cada personaje retratan a un mexicano que lucha por sobrevivir a su propio suegro y a una ciudad imprevisible.

No solo es digna de revisitarse en cada oportunidad por los fanáticos de la comedia, sino que sus «deficiencias artísticas» se ven opacadas por su cimentación en la memoria colectiva. Es una obra disfrutable e irreverente, tanto para el consumidor casual como para el espectador más dedicado a la historia cómica del país.


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