En una época en la que los thrillers judiciales (re)tomaron un auge interesante gracias a Anatomía de una Caída (J. Triet, 2023), llega a cartelera un thriller mexicano en el que el juicio lo realiza un pueblo harto de violencia, dispuesto a hacer justicia por propia mano y capaz de encenderse ante la más mínima chispa que lo provoque: Un Actor Malo, segundo largometraje de Jorge Cuchí y protagonizado por Alfonso Dosal y Fiona Palomo en los que muy probablemente sean sus mejores trabajos hasta ahora.

Es en una plática de camerino durante un llamado nocturno entre actores, maquillistas y vestuaristas, donde se siembra la semilla que gesta el nudo en el que se convierte esta película: ‘‘¿ustedes tendrían sexo de verdad para darle realismo a una escena?’’. Durante el llamado del día siguiente, la bella actriz de pinta inocente Sandra Navarro (Palomo) acusa al carismático actor de futuro prometedor Daniel Zavala (Dosal) de haberla violado durante una escena de sexo. Las únicas pruebas que hay son la palabra de cada uno y una grabación ambigua de dicha escena. Esto no es ningún spoiler, es tan solo el evento desencadenante de este manifiesto que exhibe y cuestiona las luchas y el abuso de poder, la manipulación, el cuidado de intereses que se interpone a la moral, la premura que existe para el consumo de información, el linchamiento social y, principalmente, el trato que se les da a las víctimas de abuso en el que pareciera ser «peor lo que las víctimas no hacen que lo que los abusadores sí hacen».
Es imperativo destacar los recursos en los que el director y guionista se recarga para presentarnos esta historia, pero también las decisiones tomadas al prescindir de otros tantos para darle una identidad a la película cuyo estilo visual termina siendo bastante congruente con su propia naturaleza, es decir, con su ríspido tema. La ausencia de musicalización y el uso mayoritario de la cámara en mano acortan la distancia entre el espectador y la trama, sumergiéndonos en algo que por momentos llegara a parecer un falso-documental en el que, como en la película de Justine Triet, se juega con la verdad.
Dos actores muy buenos.
Por otro lado, la película apela y confía en los recursos más prístinos de sus actores para sostenerse siendo estos principalmente sus reacciones corporales como temblorinas, voces rotas, respiraciones agitadas y sobre todo sus miradas, siendo este último el caso específico de Fiona Palomo -hija del fallecido actor Eduardo Palomo- quien con su sola mirada en un momento clave, dentro y fuera de la (meta)ficción, se rinde ante el quiebre emocional de su personaje determinando el tono de la historia casi de golpe y repitiendo la hazaña un par de veces más a lo largo de la película, brindando con sutileza a través de su ojos todo lo que el espectador necesita saber ante la ambigüedad intencional de las imágenes.

En ambos casos estamos ante la presencia de dos actores que cuidan de sus personajes y protegen sus respectivas verdades. Creen en ellos y los defienden sin temerle a la brutalidad psicoemocional. Mientras que Fiona mantiene con coherencia la psicología y el matiz sombrío de su personaje reventando emocionalmente únicamente cuando es necesario, Alfonso Dosal tiene la tarea de jugar con más caras de su ‘‘actor malo’’ y confrontarse a situaciones que romperían los nervios de cualquiera abordando esa montaña rusa de forma contenida y verosímil, consolidándose así como uno de los mejores actores de su camada y de la actualidad en el país a través de un personaje que tendría que otorgarle el reconocimiento merecido y trabajado ya por tantos años.
Destacan además los trabajos de Karla Coronado (Regina, la asistente de dirección), Patricia Soto (Ximena, la vestuarista), Gerardo Trejoluna (Gerardo, el director de la película), Ana Karina Guevara (Patricia, la abogada) y Mónica Jimenez (Mónica, la productora); en ellos podemos ver personificados los intereses personales en disyuntiva con la moral, la sororidad beligerante y tropezada enfrentándose al cuestionamiento de la misma, las mentiras resolutivas por parte de los tiburones empresariales y las prioridades personales atemorizadas por las necesidades profesionales. Todas las diversas caras que conforman un caso de abuso, sus brillos y sus opacidades.
La mayor virtud de esta película, aparte del trabajo de sus protagonistas, está en cómo cuida su estructura narrativa y evidentemente se preocupa más por el guion que por llenarnos de imágenes preciosistas; sin embargo, el poco cuidado de ciertos aspectos relacionados a una muy complicada resolución la arrastra a coquetear con la parodia en momentos que plasman los factores externos que intervienen en los casos de abuso -la prensa y los movimientos sociales- y que lejos de tener la tensión debida, terminan mermando el tono que Fiona construye tan solo con su mirada.
De igual forma, la película tampoco escapa de la eterna dolencia del cine mexicano basada en un audio deficiente y la mala dicción de la mayoría de los actores; sin embargo, en esta ocasión dichas deficiencias terminan jugando a su favor por las mismas razones mencionadas con anterioridad respecto al uso de la cámara en una película en la que hasta la disposición del espacio en una locación tan cutre termina sumando a la ambientación requerida.

Resultará difícil no entriparse ante Un Actor Malo, para bien y para mal, por la veracidad con la que proyecta el cómo la justicia se equipara a un protocolo burocrático en el que las víctimas por más golpeadas, moreteadas y revictimizadas que estén, la mayoría de las veces no tienen de otra más que apelar al ‘‘todo bien’’. Un retrato dolorosamente fidedigno de los casos de abuso sexual y laboral que nos adentra también a la maraña sobre la que se teje la producción cinematográfica y ante la que se mantiene el pie de lucha con manifiestos como este grito tan exigido a las víctimas. La película ya llegó a la plataforma Prime Video.
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