Una comedia con crítica social: ‘La gran seducción’ (2023) de Celso García.

Por Raúl Jiménez.

El cine mexicano atraviesa un momento de esplendor, regalándonos en los últimos años obras que no solo entretienen, sino que también invitan a la reflexión. Una de esas sorpresas es La gran seducción (2023), protagonizada por Memo Villegas. Este talentoso actor y comediante, con su estilo que por momentos evoca al icónico Mario Moreno «Cantinflas», está consolidándose como una figura clave en el panorama cinematográfico nacional.

La gran seducción es, en apariencia, una comedia ligera que sigue el molde clásico del género mexicano: una situación adversa que se resuelve de manera optimista, con momentos cargados de humor. Sin embargo, lo que me interesa destacar en esta reseña es una lectura más profunda de la película, una que expone una crítica velada —quizá involuntaria— al extractivismo capitalista. Aunque el filme culmina con un final aparentemente feliz, este oculta una realidad mucho más amarga.

De qué va la trama

La historia se desarrolla en Santa María, un pequeño pueblo de apenas 120 habitantes situado en un islote dentro de una laguna. Al inicio de la película, vemos a un pueblo tranquilo cuya economía gira en torno a la pesca. Aunque no son ricos, los habitantes viven dignamente gracias a los frutos de su trabajo.

Todo cambia con la llegada de las empresas transnacionales, que monopolizan el mercado y arruinan la venta del pescado local. Esto desata una crisis económica que obliga a muchos a emigrar, dejando a quienes permanecen en el pueblo dependiendo de un subsidio gubernamental para sobrevivir.

En medio de esta crisis surge una oportunidad inesperada: una empresa empacadora de pescado promete instalarse en la región, trayendo consigo empleo y un futuro próspero. Sin embargo, para que Santa María sea elegida como sede, deben cumplir tres requisitos: incrementar la población a más de 200 personas, pagar una cuota de medio millón de pesos y contar con un médico permanente.

El eje central de la trama gira en torno a cómo los habitantes de Santa María, liderados por su ingenioso alcalde, intentan cumplir con estas demandas, especialmente la de convencer al médico asignado al pueblo —un joven de ciudad que fue trasladado allí por su mala conducta profesional— para que se quede de manera definitiva.

Finalmente, tras superar diversos obstáculos, el plan funciona. La empresa se instala, los emigrados regresan al pueblo y, en una emotiva escena final, vemos a Santa María renacer con la promesa de un futuro brillante. Todo parece indicar que el libre mercado ha triunfado donde el gobierno había fallado.

Una lectura menos feliz

Aunque la película presenta este desenlace como una victoria, una mirada más crítica revela una historia mucho más sombría. Para comprenderlo, es importante hacer un par de apuntes sobre las dinámicas económicas que subyacen a la narrativa.

En términos marxistas, un proletario es una persona que no posee los medios de producción y que subsiste vendiendo su fuerza de trabajo. Un maestro, un empleado de McDonald’s o un obrero en una fábrica son ejemplos claros de proletarios. Por otro lado, los pescadores de Santa María, antes de la llegada de las transnacionales, no eran proletarios: eran dueños de sus medios de producción (sus barcos, redes y tiempo), y vivían de los frutos de su trabajo.

La llegada de las grandes corporaciones destruyó ese equilibrio. Al monopolizar el mercado, las empresas forzaron a los pescadores a abandonar su independencia económica. El subsidio gubernamental, aunque imperfecto, les permitió mantenerse a flote sin perder por completo su autonomía. Sin embargo, la instalación de la empacadora marcó un punto de no retorno.

En lugar de devolverles el control sobre su economía, la empresa se adueñó del modo de producción, convirtiendo a los habitantes en empleados asalariados. Lo que parecía un final feliz es, en realidad, el relato de cómo el capital absorbe los recursos y reduce a las comunidades a satélites dependientes de sus estructuras.

Reflexión final

La gran seducción es una película que, consciente o no, retrata un proceso que ha ocurrido una y otra vez en la historia: cómo el capitalismo extractivo despoja a las comunidades de su autonomía en nombre del progreso. A primera vista, es una comedia entrañable, pero para quienes se atrevan a mirar más allá, ofrece una dura lección sobre las dinámicas del poder económico.

Sin duda, un filme que merece tanto risas como reflexión.


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