Karate Kid: Legends: El peso del legado y la agilidad del presente

De más está decir que Ralph Macchio fue mi crush de adolescencia. Y también de madurez. Algunas pasiones no se diluyen con los años; simplemente se transforman. Karate Kid: Legends, la más reciente entrega de una de las sagas más queridas del cine popular, llega para demostrar que algunas leyendas, están lejos de desvanecerse.

La propuesta no es un reboot, ni una continuación forzada. Es, más bien, un encuentro intergeneracional que pone frente a frente —y hombro con hombro— a dos figuras icónicas: Ralph Macchio y Jackie Chan. El primero, emblema de la disciplina emocional del Miyagi-do; el segundo, maestro del kung-fu cinematográfico con una filmografía tan extensa como sus —perfectas y precisas— coreografías. Unirlos en pantalla es mucho más que un gesto nostálgico: es una declaración de principios.

La película dirige su mirada tanto al pasado como al futuro. Retoma la ética de la saga original —la formación del carácter a través del esfuerzo, el respeto y la disciplina— y la traduce para una nueva generación sin subestimar a la anterior. Este nuevo protagonista (interpretado con solvencia por Ben Wang) se convierte a la vez en heredero y puente: respeta el legado pero busca su propio camino, en una era donde los valores se redefinen a otra velocidad.

Con una dirección ágil (Jonathan Entwistle) y una escritura (Rob Lieber) que se permite el guiño y la pausa reflexiva, Karate Kid: Legends presenta un equilibrio entre lo emocional y lo físico. Las escenas de acción están coreografiadas con elegancia, sin caer en la espectacularidad gratuita. Lo que se celebra no es la violencia, sino la maestría y la contención, algo que la saga siempre supo cultivar.

Como cinéfila —y eterna fan de las artes marciales (Bruce Lee, i love you fo rever)— agradezco que esta nueva entrega de Karate Kid conserve el corazón de la historia. Que no se rinda a homenajear solamente, sino que extienda el linaje del sensei Miyagi con convicción. Y sí, confieso que me emocioné, lloré, aplaudí. Pero más que por nostalgia, por gratitud. Porque en tiempos de inmediatez, una película que todavía cree en la formación del espíritu a través del cuerpo, merece ser celebrada.Y porque Ralph Macchio y Jackie Chan siguen sabiendo dónde pararse, cómo mirar, y cuándo levantar la pierna.

La película se estrenó ayer, no se la pierdan, vale totalmente la pena verla en cine.

Para otras fans de Daniel LaRusso como yo: sí, es verdad, tiene 63 años, aunque sólo carga 40.


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