Leer Esenciales es como entrar en una casa sin techo pero llena de espejos, porque refleja lo que somos —o lo que evitamos mirar—, y nos recuerda que incluso en el desastre cotidiano, hay poesía. Este libro va directo a lo vital, a lo que se sostiene cuando todo lo demás se cae: la rabia, la memoria, la risa, el deseo, el cuerpo, el país que duele y el amor que a veces salva.
Los poemas en este libro no maquillan nada. Tienen barrio, tienen esquina, tienen madrugada. Hay aquí infancia, política, muerte, humor negro y ternura luminosa. Hay denuncia y hay delirio. Hay fe en la palabra como resistencia, y una poesía que se construye desde la calle, desde el cuerpo y desde el habla.
Hay poemas que te abrazan, otros te sacuden, otros simplemente te dejan mirando al techo. Porque lo que hace Sergio es eso: nombrar lo que está ahí, lo que todos sentimos, pero no siempre sabemos decir. Y lo hace con una mezcla justa de crudeza y belleza, de ironía y amor.
A veces, cuando uno conoce al autor, leer su obra es como mirar por una rendija al interior de alguien querido. Pero en el caso de Sergio, lo que sucede es distinto: su poesía no se encierra, no se pliega sobre sí misma. Al contrario, Esenciales se abre hacia los demás. Es un libro que no se lee desde afuera: te involucra, te interpela.
Uno de los grandes logros del libro, a mi parecer, es que la voz poética nunca se disfraza de sabiduría. Aquí no hay un yo que enseña: hay un yo que observa, que duda, que se ríe de sí mismo, que se indigna, que recuerda, que ama, que se despide. Es una voz que se parece mucho a lo humano.
En Esenciales encontramos una poesía que se atreve a hablar de temas que otros evaden: la violencia institucional, la precariedad cotidiana, el abuso disfrazado de romanticismo, el colonialismo simbólico. Pero lo hace sin panfleto, lo hace con ironía, con imagen, con ritmo. Hay una conciencia política honda, sí, pero filtrada por el lenguaje poético, no por la consigna.
Quiero detenerme un momento en el primer poema del libro, “Gritando libertad en la calle Grigotá”. Es un texto que condensa muchas de las marcas estilísticas y temáticas de la poesía de Sergio: la mordacidad crítica, la ternura soterrada, el humor oscuro, la observación afilada de la realidad social. El poema empieza con una frase brutal: “He cometido un gran error en mi vida: he creído en la policía.” Y a partir de ahí, despliega un recorrido que va del barrio al país, de los sueños personales a los sueños colectivos, en un tono confesional que me recuerda al mejor Roque Dalton.
Además, quiero destacar la capacidad de Sergio para crear imágenes poderosas con materiales cotidianos. Un tendedero, una plaza, un perro, una patrulla: cualquier elemento puede volverse símbolo, puede cargar una historia, un país, una herida.
Cuando el libro gira hacia lo amoroso, lo hace sin perder la crudeza. El poema “Un trago de mi desahogo y me voy a otro bar” habla del amor como una cicatriz abierta:
“Mi alma es un árbol / donde viven los pájaros / que no pintaron en la creación.”
Y más adelante:
“Todas las mujeres que he amado / han muerto / menos tú / que estás a punto de nacer.”
El yo poético se mueve entre la confesión y la autoficción, entre lo íntimo y lo colectivo, como si el cuerpo y el país fueran el mismo campo de batalla.
Hay también poemas que atraviesan lo absurdo, lo paródico, lo teatral. Como en “Consagración de la pedagogía nacional”, donde se dice:
“La bolivianidad son: / Las tetas de mayté / La argentinidad de los comentaristas deportivos / La mexicanidad de los llokhallas güeyes…”
Este tipo de humor corrosivo no es gratuito. Está ahí para interpelar símbolos vacíos, para desmantelar íconos que no significan nada, o peor, que significan exclusión o violencia.
La poesía, en este caso, se vuelve también un ensayo cultural: una crítica desde el arte, una forma de resistencia lúdica.
Pero no todo es rabia. Hay en Esenciales una constante búsqueda de ternura, de abrigo. El poema “Balada del llamero solitario” es una joya:
“Mi corazón se incineraba solitario / entre la paja seca / y cada día mis ojos / eran ceniza.”
Y más adelante:
“Cierro los ojos / y te hablo sin que estés / Hay veces / una nube roja grande / se disipa en mi pecho.”
Esa mezcla de lenguaje popular, amor profundo, con un ritmo casi de copla. Demuestra que en este libro también hay un territorio afectivo que se defiende con belleza.
Podría seguir citando poemas durante horas —porque el libro lo permite—, pero quiero cerrar con una reflexión: Esenciales es un libro que nos habla desde Bolivia, sí, pero no se agota en la geografía. Nos habla desde lo esencial de ser personas: del amor, del miedo, del cuerpo, del desencanto, del deseo de encontrar un lugar donde quedarse.
Y eso, en este tiempo de cinismo y rapidez, es más que valioso: es imprescindible.

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