«Me he pasado todo el año intentando demostrarme a mí misma que no soy como mi madre. No soy fría. No soy despiadada. Pero quizá si hay una parte de mí que se parece a ella más de lo que me gustaría recocer.»
-Violet Sorrengail–
Cuando leí Alas de sangre, más allá de los dragones, las guerras y la magia, lo que me tocó más profundamente fue la historia de Violet Sorrengail y su madre. La relación entre ambas no es fácil: marcada por la exigencia, la dureza y una aparente falta de reconocimiento emocional. Vi en esa dinámica una sombra de la relación que tengo con mi propia madre. Yo he sentido lo mismo: el peso de tener que ser perfecta, no solo por mí, sino por el apellido que llevo.
La historia comienza con Violet siendo forzada a entrar en el Cuartel de los Jinetes de Dragón, una decisión tomada por su madre, la poderosa general Sorrengail. No era su elección, así como en mi vida tampoco fue una opción plena entrar en el mundo de la política: lo hice por ella. Violet tiene logros increíbles: sobrevive a pruebas donde muchos mueren, se vincula con dos dragones, y demuestra una capacidad intelectual y emocional admirable. Pero su madre, la general Sorrengail, parece siempre fijarse más en lo que falta, en el error mínimo, que en todo lo que Violet logra. Esa mirada dura, a veces injusta, me resulta familiar. Mi madre también es una mujer fuerte, reconocida, respetada. Tiene estándares altos. Y a veces, aunque yo los cumpla, basta con un paso en falso para que todo se opaque.
Yo entré al mundo de la política no porque me lo impusieran, sino porque sentí que era el camino natural. Crecí viéndola construir, liderar, hablar fuerte en salas llenas de personas importantes. La admiración que le tengo es real. Pero eso no borra el hecho de que a veces siento un peso: el de mantener su nombre, estar a la altura, no fallar. Porque si fallo, no es solo “mi error”, es “el error de su hija”. Como Violet, cargo con un apellido que tiene poder, pero también presión.

En contraste con la figura del padre de Violet también me hizo reflexionar. Aunque en la historia ya está muerto, su presencia se siente como un abrazo. Era el que la comprendía, el que no la empujaba a la guerra, sino al conocimiento. Y sí, en eso también me vi reflejada. Mi papá es más tranquilo, más observador. Si estuviera en el universo de Alas de sangre, sería un escriba, sin duda. No porque fuera débil, sino porque entiende la fuerza desde otro lugar: el de las ideas, la empatía, el apoyo silencioso.
Este libro me dejó pensando en el precio que pagamos las hijas por ser “dignas” de nuestras madres. Violet se gana su lugar, sí, pero a un costo físico y emocional altísimo. Yo también he sentido que debo esforzarme el doble para demostrar que merezco estar donde estoy. Y aunque agradezco las puertas que se me han abierto gracias a mi madre, a veces me pesa más la carga que el privilegio.
Alas de sangre no es solo el mundo fantástico o el romance con Xaden, sino la fortaleza emocional de Violet. Su capacidad de seguir adelante, de descubrir quién es realmente fuera de la sombra de su madre. Es algo que yo también estoy aprendiendo. A ser yo misma, no solo “la hija de…”.
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