Clásicos del horror: El libro de piedra (1969)

Por Ana Saavedra

En este viaje a los clásicos mexicanos del terror, tenía pendiente la película El libro de piedra. Nuevamente nos encontramos con Carlos Enrique Taboada, en la que muchos consideran su obra maestra. En este caso, el cineasta no solo dirigió, sino que también escribió la historia y el guion.

Esta fue la primera vez que vi esta película, y eso me dio algunas ventajas: pude disfrutar este clásico de 1969 con una mirada moderna, sin el peso de la nostalgia ni de las referencias previas.


Gótico a la mexicana

El libro de piedra es considerada dentro del género del terror gótico, lo que resulta interesante, pues no encontramos todos los elementos clásicos de este estilo —castillos, cementerios, climas sombríos—, pero sí una atmósfera misteriosa y emocionalmente perturbadora.

En su esencia, el gótico combina lo sobrenatural con lo emotivo, y en este caso la tensión gira en torno a Silvia, una niña aparentemente perturbada que asegura tener un amigo invisible llamado Hugo.

La película nos presenta desde el inicio a Julia (interpretada por Marga López), la institutriz encargada de educar a Silvia. Pronto descubrimos que la niña habla con un “amigo” que solo ella puede ver. Hoy lo llamaríamos un “amigo imaginario”, pero en 1969 ese término no existía. Hugo, sin embargo, no es un niño cualquiera: dice y hace cosas que inquietan incluso al espectador más escéptico.

La casa como espacio del misterio

La historia transcurre en una hacienda aislada, rodeada de bosque y niebla, que bien podría ser el equivalente mexicano de los castillos góticos europeos. En este escenario silencioso y vasto, Taboada crea una atmósfera opresiva y psicológica, donde los espacios abiertos se sienten tan amenazantes como una cripta cerrada.

El misterio se concentra en la extraña escultura de un niño sosteniendo un libro de piedra. Desde su primera aparición, la figura ejerce una fascinación inquietante: parece vigilar, guardar secretos, ser testigo de lo prohibido. Parte del horror radica precisamente en ese objeto inanimado que, según la niña, tiene poder para invocar fuerzas oscuras.

Horror sin monstruos

Una de las virtudes de El libro de piedra es que rompe con el modelo del monstruo visible o del fantasma clásico. Taboada opta por un terror más sugerido que mostrado, donde la duda es el verdadero enemigo: ¿Silvia imagina a Hugo o está poseída por algo inexplicable? La magia negra se insinúa, pero nunca se explica del todo; el mal parece habitar tanto en los objetos como en las emociones humanas.

Este enfoque convierte a la película en una de las primeras producciones mexicanas en explorar el miedo psicológico, un miedo que nace del desconcierto, de la pérdida de control y de la imposibilidad de distinguir entre la razón y lo sobrenatural.

Actuaciones, ritmo y atmósfera

La tensión crece de forma orgánica. Taboada se toma el tiempo necesario para que el espectador dude junto con el padre de Silvia, y comience a creer de la mano de la institutriz. Las secuencias largas y el uso del silencio otorgan a la película una cadencia hipnótica: cada escena parece respirar, dejar espacio para que el miedo madure.

La música juega también un papel trascendental, enfatizando los momentos de mayor carga emocional con notas disonantes que amplifican la sensación de peligro.
Las actuaciones —especialmente la de Marga López— destacan por su contención: el miedo no se grita, se contiene, y precisamente por eso inquieta más.

El símbolo del libro

El libro de piedra no solo da título a la película, sino que concentra su carga simbólica. Representa la condena escrita, el conocimiento prohibido y la eternidad del castigo. La piedra, fría e inmutable, refleja la imposibilidad de escapar del pasado y de aquello que ha sido grabado, como si la historia misma estuviera destinada a repetirse.

Así, el horror no proviene únicamente del fantasma, sino de lo que ese objeto representa: la culpa, la pérdida y la memoria que nunca muere.

El gótico reinventado

Más de medio siglo después, El libro de piedra sigue siendo una obra maestra del gótico cinematográfico latinoamericano. Su fuerza no reside en los efectos visuales ni en el susto fácil, sino en la atmósfera, la sugerencia y la profundidad emocional.

Carlos Enrique Taboada transformó el gótico europeo en algo propio: la niebla sustituyó a los castillos, la hacienda reemplazó al monasterio, y el miedo se encarnó en una niña y una escultura. El resultado es una obra que, como el libro que la nombra, permanece grabada en piedra dentro de la memoria del cine mexicano.

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