Burning (2018) de Lee Chang-dong: Involucrar al espectador.

Por Sebastián Valladares

Lee Chang-dong toma uno de los mejores elementos de la prosa de Murakami, propia en sus relatos cortos: Adueñarse de la expectativa de su lector para dejarlo inquieto y hambriento de más. En el caso de “Burning”, el director introduce al espectador a un rompecabezas que parece llevarlo a múltiples callejones sin salida, y cuyo retorcido ingenio imposibilita llegar a un veredicto claro. Pero quizás simplemente debemos olvidar que no hay una respuesta.

En el continente africano, las tribus del desierto del Kalahari diferencian dos tipos de hambre: Una es el hambre propiamente dicha, la cual nace por la insatisfacción de los deseos terrenales: Comida, sexo, aprobación, sensaciones pasajeras. La segunda, el “Gran Hambre” es el deseo por saber el lugar en el mundo, el sentido de la existencia propia en un mundo vasto y ajeno. Esta dualidad en el significante engloba a dos de los personajes principales de “Burning”, un joven que aspira escribir y una joven que busca una vida mejor, aunque esta sea solo la punta de la lanza en una trama que se vuelve más compleja conforme avanza.

“Burning”, de Lee Chang-dong. Una experiencia tan densa como
exigente para el espectador.

Parece haber para nosotros un (aparentemente) inexplicable encanto en cómo el cine asiático puede llegar a contar historias que, por defecto, nos hace esperar algo “único” en comparación al cine norteamericano en tiempos recientes. Una de sus características es la meticulosidad con la cual varios autores asiáticos, en especial de Japón y Corea, llegan a plasmar sus relatos, incluso si esto les toma más tiempo de lo que estamos acostumbrados, con el fin de retenerse en nuestra memoria. El cine del director surcoreano Lee Chang-dong no iba a ser ajeno a esta divagación, y es su obra “Burning” la que explota con un cuidado de cirujano este aprovechamiento del tiempo para plasmar, en aproximadamente dos horas y media, una historia que le otorga la última palabra al espectador. Esta técnica es fiel a la obra de Murakami, el cual nos da muchas piezas para que, sin subestimar al espectador, formemos conclusiones propias. A pesar de la diferencia en “extensión” respectiva a cada medio, “Burning” y “Quemar graneros” (“Barn Burning”, la cual en diversas traducciones hace referencia a invernaderos, pero es una diferencia irrelevante) someten al espectador a comprometerse con lo que se cuenta, para descifrar aquello que nunca se le contará.

“Burning” tiene su inicio contando el encuentro entre nuestro protagonista, un joven trabajador en sus veinte, y una joven que se encuentra trabajando en un mercado, sorteando productos. Su forma de establecer contacto con Jong-su, el joven personaje principal, es haciéndole ganar un reloj rosado de muñeca, el cual también ella poseería, y presentándose como una “amiga de su infancia”, la cual se hizo cirugía plástica. Al instante, parece establecerse la conexión entre ambos, pues la confianza la llevaría más adelante a contarle sobre sus estudios: La pantomima, es decir el arte de la mímica. Al menos como pasatiempo. Lo más importante, sin embargo, es la “filosofía” de vida que ella le enseña por medio de sus mímicas. Empieza a pelar una mandarina invisible, y ante el cuestionamiento de Jong-su afirma que todo está en la mente: “No pienses que aquí hay una mandarina. Olvídate de que no lo hay. Esa es la clave. Lo importante es que de verdad te apetezca una mandarina. Entonces se te aguará la boca y se te hará deliciosa”.

El “primer encuentro”, que en palabras de ella no lo es. El detonante de la obsesión de un joven sin un camino.

Este comentario es uno de los pilares de la obra. El segundo, por parte de la misma Hae-mi, consiste en su charla sobre el “hambre y el “Gran Hambre” que se mencionó al principio. Este es el motivo por el cual ella piensa irse de viaje a África, para conocer cuál es ese gran motivo por el cual ella sigue existiendo. Muy similar a un viaje de peregrinación religiosa. Ella es consciente de su juventud, así como también parece serlo de la falta de oportunidades, así que este viaje podría ayudarle a encontrar el camino. Claramente para Jong-su, esto no es lo suyo. Como aspirante a escritor, él está tan “libre” como ella, pero continúa viviendo sin tener una motivación en especial. Es un espectador pasivo ante la vida, mientras que ella quiere tomar acción.

La confianza de ella parece ser suficiente para encargarle cuidar de su gata en el minúsculo departamento en el que vive, mas al llegar se da cuenta de que se trata del juego de “creer que no está”. La relación entre ambos escala a una sexual, la cual tiene suma importancia para los espectadores por dos motivos: Primero, nos permite ver parte del cuerpo de Hae-mi al desnudo, como si Chang-dong nos quisiese dar una pista de un misterio que aún no inicia, y también vemos que en la pared frente a la cama recae la única luz que puede entrar por la ventana. Es una iluminación que parece caer en el momento perfecto, solamente visible desde la posición en la que se encuentra Jong-su. Esta se convertirá en una luz que el joven tratará de alcanzar en próximas ocasiones, en soledad, una vez que Hae-mi se marcha en búsqueda del sentido de su vida, dejando al protagonista con más preguntas que respuestas sobre la joven.

El haz de luz que cautiva a Jong-su. Es inalcanzable posteriormente, pues solamente aparece en un momento preciso en un lugar único.

Tanto el comentario sobre el hambre como la relación íntima entre los dos personajes son propias al filme mas no a la obra de Murakami. En el relato del escritor japonés, siguiendo su habitual espíritu, el protagonista es un hombre que se encuentra en sus treinta, casado, y que empieza a desarrollar una relación indefinida con Hae-mi. Ella sigue siendo igual de misteriosa y errática en sus comentarios en ambas versiones. Ninguno de los dos escala a la intimidad, todo se nos es narrado como si fuese parte de recuerdos por parte del protagonista, quien cuenta que también ella viajó a África, pero no por algún motivo en especial. El punto en el que ambas obras convergen, y a la vez despliegan sus propios caminos, es al regreso de la joven a su país de origen.

El trío de personajes principales se completa cuando el protagonista va a recibir a Hae-mi al aeropuerto y la ve llegando con un hombre, el cual responde al nombre de “Ben” (nombre que no parece ser “muy asiático”). No está clara la relación entre ambos, pero sí se sabe que tienen una confianza y reciprocidad afectuosa clara, la cual despierta celos en Jong-su. Más tarde, nos damos cuenta que Hae-mi no encontró aquello que deseaba en África, por el contrario, solamente regresó con ganas de desaparecer del mundo. La ahora incómoda, pero compleja, relación de los jóvenes se empieza a desarrollar y nos damos cuenta que Ben es de los que buscan simplemente satisfacer el hambre pasajera, ve la vida como un divertimento en el cual puede hacer lo que desea. Aun así, parece muy interesado en el joven escritor, como si quisiese que llegue a escribir sobre él en algún momento, o al menos considerarlo para sus páginas.

“Morir me da mucho miedo, pero quiero desaparecer, como si nunca hubiese existido”. Tras la decepción, regresa a su vulnerabilidad.

En cuanto al cuento breve de Murakami, nos damos cuenta que los roles están invertidos. El joven que llega con Hae-mi ronda los veinticinco años, a diferencia de la película en la cual está en sus treinta, y es novio oficial de la joven. Este triángulo amoroso mantiene su distancia, ya que la relación entre ambos hombres es igual de fría hasta cierto punto. Posiblemente lo que Lee Chang-dong nos quiere establecer es la diferencia de visiones del mundo de dos clases: La privilegiada, encarnada por Ben, y la que lucha por subsistir, Jong-su. Esto no está presente en la obra del japonés, sino que es uno de los temas que el autor surcoreano establece para sí. Nuevamente las líneas convergen con la conversación sobre el hobby del “rival amoroso” del protagonista, el cual da el nombre a ambas obras: Quemar invernaderos vacíos, abandonados, por los cuales nadie se preocuparía, ni la policía. La literalidad de esta afirmación, y el hecho de que Jong-su viva cerca de muchos, es uno de los disparadores de su obsesión por antagonizar el accionar contrario.

Quizás la muestra de autoría que más resuena en el público, consecuente de los temas propios del filme, es cómo el carácter errático de Hae-mi da una muestra de cordura: La tarde en la cual el grupo comparte la puesta de sol en la granja del joven protagonista, ella realiza un baile. Un baile con libertad en sus movimientos, y libertad al desprenderse de la ropa que cubre su torso (quedando al desnudo), como si buscase salvarse de la desaparición, escapar de un inevitable destino al cual parece estar condenada. Ese comportamiento es extraño para Jong-su. Poco después, cuando ella está descansando, Ben le contaría sobre su pasatiempo de incendiar. Lo que serían las últimas palabras que le dice Jong-su a Hae-mi no son más que comentarios críticos sobre por qué se desnuda tan fácil hacia desconocidos (posiblemente referenciando lo fácil que fue acostarse con ella habiéndose reencontrado poco tiempo atrás, sin conocerse apenas). No hay respuesta por parte de ella, y solo se va en el auto de Ben.

Libertad, desasosiego, belleza e inquietud. Son sensaciones antitéticas que explotan en un solo baile frente al horizonte de un atardecer frío.

Aunque no lo parezca, este baile al desnudo también contiene una pista que se conecta con una a inicios de la película: El pecho de Hae-mi no parece ser el mismo, sino que parece haber recibido cirugía plástica para verse más grande. Esto no sería ajeno al personaje, pues sabemos que ya se ha realizado una cirugía en el rostro tiempo atrás, la posible razón por la cual el protagonista no la reconoció. El segundo motivo por el cual podemos afirmar esto tiene que ver con su relación con Ben. Y es que este hombre adinerado no ve a la joven más que un divertimento, como todo en su vida, y la relación cercana entre los dos no podría estar ajena a un cambio de imagen. Más adelante se seguirá afirmando esta idea.

Desde este punto, la historia se retuerce: Hae-mi desaparece. En el filme podemos ver cómo se desarrolla esta obsesión vertiginosa del protagonista ya no solo por el tema de los invernaderos que podrían estar en peligro, sino en perseguir a Ben para descubrir algún detalle. Su estilo de vida, sus comentarios aparentemente fuera de lugar y, sobre todo, su relación con la mujer de la cual él confiesa estar enamorado se vuelven el centro de la vida de Jong-su. La existencia vacía, fácilmente dominable del joven parece adquirir por fin un camino. Toda la última hora del filme se trata de una persecución de un fantasma, en la cual estamos convencidos en primera instancia de que Ben tiene algo que ver, o es el responsable directamente. Entre los pequeños detalles que obtenemos, nos damos cuenta que el reloj que consiguió Jong-su al inicio de la película no solo lo tiene Hae-mi, sino también sus compañeras de trabajo, la casera de la joven nos confirma que el gato del departamento parece nunca haber existido más allá de la pantomima y un pequeño restaurante afirma que ella tenía muchas deudas que le eran imposibles de pagar.

Si los invernaderos no son los lugares físicos, ¿son una metáfora que oculta algo macabro?

Pero el centro de la mente del joven es Ben. En su estilo de vida presuntuoso parece haber conseguido una nueva “pareja”, y afirma no tener noticias de Hae-mi en mucho tiempo. Uno de los comentarios que detona las sospechas del espectador, y Jong-su por igual, es el que hace Ben en un encuentro con el protagonista cuando se le interroga sobre ese “próximo invernadero” que iba a quemar. Afirma que ya lo quemó. El desconcierto del protagonista, pero la sospecha del espectador genera un suspenso inquietante. Parece que nos estuviese hablando directamente a nosotros, confirmando nuestras sospechas. Pero poco más, no tenemos pruebas claras. Al final es solo eso, sospechas. La rutina de correr en busca de los invernaderos para asegurarse si están a salvo es como dar vueltas en círculos.

A pesar de lo que podría parecer una provocación obvia, quiere seguir en contacto con Jong-su, invitándolo a su casa sin problemas (tras encontrarlo estacionado a unos metros). Esto se convertiría en un error, pues el hombre mayor tiene un gato que responde al mismo nombre que el animal, hasta este momento ficticio, de la desaparecida. Para empeorar la situación, dentro de su baño tiene baratijas que no podrían no ser de mujeres. Entre todos sus objetos coleccionados está un reloj rosado. Para Jong-su parece no quedar más dudas. Su padre es condenado a prisión por un año y seis meses, así que no le queda más ni que perder ni que ganar. Para el espectador, por asociación, “quemar graneros” se traduce a lo inexacto, pero que inconscientemente nos guía hacia la muerte de jóvenes que no tienen nada que perder en la vida, perdidas para que Ben se divierta momentáneamente, hasta que se aburra de ellas. Parece bastante claro lo que el joven tiene que hacer.

La hipótesis de que Ben ajustaba a su antojo a las mujeres se refuerza cuando nosotros vemos cómo maquilla, como una muñeca a su nueva pareja.

El encuentro es rápido. Jong-su cita a Ben donde nadie podrá verlos, diciéndole Hae-mi ha regresado, y rápidamente acaba con su vida apuñalándolo, dejándolo morir en sus brazos. El mayor derrama unas lágrimas, lo cual es particularmente interesante teniendo en cuenta que afirmaba nunca haber llorado ni sentido emociones similares. El joven deja el cadáver de Ben en el auto del mismo y lo incendia, marchándose en el propio mientras arden los restos de la existencia de Ben. Y de golpe, la película termina.

El hombre que aparentaba no tener emociones se derrumba ante su muerte, pero ¿por qué? ¿Estamos viviendo una realidad o una ficción?

La dinámica entre personajes no es tan distinta en la obra de Murakami. No hay baile, sino desaparición repentina. La obsesión del protagonista nunca llega a un clímax que le permita obtener más pistas. Al no haber gato, ni más detalles sobre Hae-mi, Murakami nos deja ansiosos por más, por aquello que parece no estar escrito adrede, al finalizar abruptamente con la resignación del protagonista por saber el paradero de la joven. En el presente, sigue corriendo por las mañanas solo para asegurarse que los invernaderos cercanos siguen intactos.

La película de Lee Chang-dong encaja en la definición de “slow cinema”. Este es cine que se consume a fuego lento, dando especial énfasis al lenguaje cinematográfico que le da pausas a los cortes, preserva su puesta en escena y enfatiza las actuaciones para lograr una atmósfera envolvente que involucre a los espectadores de forma consciente en sus imágenes. En el caso de “Burning”, el flujo del relato va a paso lento, pero seguro, confiado en que lo que está narrando vale la pena ser visto y escuchado, incluso si son detalles mínimos, como observaciones a ciertos objetos o contemplaciones de la escenografía en lugar de saltar directamente en el montaje a los diálogos, o con el fin de generar una atmósfera que contribuye al subtexto, el mejor ejemplo es cómo vemos muy de cerca la relación de Jong-su con la granja donde vive y podemos explorar la soledad de un joven en plena crisis económica.

Este misterio que se va cociendo recuerda a las lecciones de Hitchcock, en las cuales nos deja claro que la incertidumbre por descubrir la verdad se debe extender hasta el final para mantener al espectador, y gracias a que estamos involucrados con el relato en una posición en la cual sabemos tanto que el protagonista para resolver el misterio. Lo que nosotros sabemos no son más que caminos hacia conclusiones que podrían ser o no erradas. En su última secuencia, contrario a lo que podríamos esperar, aún no estamos ni cerca de una respuesta. Toda pista adicional a lo que vemos a través de los ojos del protagonista se nos es negada, y cuando creemos que habrá un desenlace esclarecedor, los créditos aparecen. Y la situación se retuerce cuando nos damos cuenta que, entre más pensamos en posibles soluciones, más complicaciones podría traer la trama.

La película incluso nos llega a confundir si, en primer lugar, Hae-mi es confiable. Ella cuenta, al llegar a la granja del protagonista con Ben, que de niña se cayó a un pozo, y nadie la ayudó hasta que Jong-su llegó para salvarle. Pero el mismo Jong-su afirma no recordar este suceso, y mucho menos las personas que conocían y cuidaban de la joven cuando era niña (las mismas que le dicen a él las deudas que cargaba). Pero esto no es todo. La película incluso nos hace pensar si de verdad lo que estamos viendo está pasando en tiempo real, o es parte de una ficción. Y todo por medio de su montaje.

Jong-su escribe por primera vez, pero nunca se nos revela qué con exactitud. Solo sabemos que está en el lugar en el momento adecuado: Cuando llega la iluminación.

Antes de que Jong-su tome la decisión de matar a Ben, lo vemos escribiendo decidido en su computadora. Su ubicación es justo donde debería caer la luz que vio cuando tenía relaciones sexuales con Hae-mi. Nos preguntamos ¿qué está escribiendo? Si unimos algunos cabos, sabemos que el recelo que le guarda a Ben es una suma de partes: Su estilo de vida, su poderío para hacer lo que desea y el posiblemente haber acabado con la vida de Hae-mi. Pero Jong-su no es alguien que pueda tomar armas así de sencillo, así que quizás en la ficción encuentra una masturbatoria solución: Escribir cómo acabaría con el hombre. Incluso si por alguna manera Jong-su llegase a la conclusión de que Ben no ha matado a Hae-mi, luego de vivir bajo su obsesión, ¿cómo podría aceptarlo? Nuevamente nos vamos a la misma conclusión.

No es de extrañar que su peculiar protagonista, cuyo comportamiento es más “pasivo” y receptivo durante gran parte del largometraje respecto a los demás personajes, se vea como alguien capaz de tomar acción, tan fácil como su antagonista, en la ficción. El misterio quedará sin resolver, pero por lo menos su frustración es liberada. Y eso es lo que bastaría para él, quien a fin de cuentas es un escritor (o aspirante a) de ficción. Es más tétrico pensar que de verdad ocurrió el asesinato, y la mente ya retorcida del joven no ha hecho más que narrar durante toda la película los acontecimientos tal y como los está escribiendo, pero nos seguimos preguntando, ¿qué pasó con Hae-mi? O, yendo más profundo, ¿necesitamos saberlo? ¿De verdad queremos una respuesta?

La pantomima: Olvidarnos de aquello que no existe, para creer en lo irreal.

Como experiencia cinematográfica, “Burning” encarna la idea de que el entretenimiento y ejercicio mental no solo no son contrarios, sino que pueden ejercerse incluso después del visionado. La confianza con la que Lee Chang-dong escribe su historia, a fuego lento, en vez de aburrir nos cuestiona en todo momento, incluso nos invita a una segunda expectación para ver si algo más se nos ha pasado por alto. Y parte de este gran rompecabezas es que saquemos nuestras conclusiones, incluso si siempre habrá una pieza faltante, quizás la más importante. Un iceberg del cual solamente veremos la punta, mientras que el resto permanece oculto para nosotros.

Murakami nunca cuenta todo, no pone en duda que el receptor es activo y no niega su inteligencia, así como tampoco su deseo por meterse en la mente del que todo lo sabe (el escritor) para saber más sobre sus personajes. Todo aquello que no dice es lo que nos inquieta, lo que nos permite pensar como lectores y buscar soluciones para lo que sí se dice. El autor japonés suele eliminar de la prosa escrita todo aquello que pueda eliminarse sin problemas, permitiendo que lo que sí plasma por escrito despierte en nosotros las sensaciones de necesidad por aquello que no está escrito. Afortunadamente, Lee Chang-dong sabe mantener esta rigurosidad en el filme, añadiendo y quitando a la vez.

El director siempre estuvo un paso delante del espectador. Sabe que el protagonista no es solo Jong-su, sino también cada uno de los que visionan la película. El cine nos afecta a todos, y más allá de descifrar una moral o enseñanza para encaminar nuestra vida, el propósito de “Burning” es plasmar una larga tesis sobre las metáforas, aquello que no vemos pero que existe y ocurre, aquello que se nos niega saber. Podemos intentar calmar el hambre terrenal, encontrar respuestas simples, pero el “Gran Hambre”, que posiblemente le llegó a Jong-Su cuando vio esa iluminación en la pared, despierta aquello que no podremos saber quizás nunca.

¿Cuál es la verdadera relación entre Hae-mi y el joven que ha llegado con ella, apareciendo en su vida como generado espontáneamente para quedarse? ¿Qué significa de verdad “quemar invernaderos”? Son preguntas que nos toca a nosotros responder. No es diferente con el texto de Lee Chang-dong, pues a pesar de que tengamos más elementos en el tablero (proporcionalmente a la extensión que necesita), son menos las respuestas “fáciles” que se nos proveen.  Quizás Hae-mi sí logró encontrar aquello que despertó su “Gran Hambre” y se fue lejos, tras desnudar su alma en el baile que se quedó grabado en la mente del joven; o quizás simplemente desapareció en el abismo de no poder encontrarle sentido a una vida llena de problemas.

Dentro de esta misteriosa obra nos damos cuenta que hemos comprobado la pantomima que establecía Hae-mi al principio: Olvidamos la inexistencia de la ficción, para creer que de verdad estamos viendo una realidad. En este sumergimiento es que como espectadores nos involucramos para buscar respuestas, y ese es el objetivo de toda obra que pueda hacer gala de su calidad. Ver “Burning” solamente dejándose llevar por la magnífica fotografía y la tranquilidad de su ritmo durante casi 2/3 de la duración total es un error enceguecedor. El entretenimiento también recae en pensar lo que leemos entre líneas. Afortunadamente, tanto para Lee Chang-dong como para Murakami, el talento de escribir nunca es más importante que la habilidad para pensar y hacer pensar.

Un último invernadero se quema, y sus llamas encienden nuestras preguntas incluso tiempo después de haberlo presenciado.

Acerca del autor: Sebastián Valladares nació en Perú en el año 2002. Apasionado de las historias, pero fundamentalmente del cine y sus formas de contarlas. Espera algún día poder contar las suyas. Wong Kar-Wai, Tarkovsky y Kaufman son sus 3 pilares.

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