Mean Girls, ¿cómo podría comenzar a describir Mean Girls?
Mean Girls es perfecta. Tiene 20 años vigente en la memoria popular. Basada en el libro de Rosalind Wiseman titulado Queen Bees & Wannabes. Lindsay Lohan, Rachel McAdams, Amanda Seyfried y Lacey Chabert. Tina Fey en la adaptación. Mark Waters dirigiendo. Escuché una curaduría musical impecable para reflejo de sus propios tiempos que no añeja. Brillante en la mezcla de sonido y el montaje. 3 de octubre. Tiene 20 años vistiendo de rosa los miércoles, y ha sido estupendo.
2004.
Llegaba a carteleras una película de corte adolescentoide entaconada en rosa para poner ante nuestros ojos las formas en las que diferentes generaciones y personas se pueden ver perdidas en las lodosas profundidades de su propio sentido de pertenencia tanto en lo individual como en lo colectivo. Una necesidad humana que nunca se supera, solamente se adapta al crecimiento, por lo que se puede observar tanto en preparatorias como en cualquiera de nuestras oficinas como una jungla de animales salvajes a la cual tenemos que sobrevivir.
La película echaba mano de recursos visonarrativos que, aunque no eran precisamente espectaculares o innovadores, nos contaban la historia con una sorpresiva frescura que no soltaba al espectador fomentando la expectativa ante lo que aún se tenía por ver. Los personajes nos platicaban los chismes de su mundo narrativo viéndonos a los ojos, veíamos las diferentes líneas de una llamada telefónica al mismo tiempo con todo y sus tiempos de espera, nos adentrábamos a los pensamientos de su protagonista como hilo conductor de la historia y también a esa jungla de animales salvajes. El conjunto de ese tipo de recursos logró distinguirla de entre sus contemporáneas elevándola hasta permitirle sentarse en la misma mesa que películas como Heathers (M. Lehmann, 1988) o The Breakfast Club (J. Hughes, 1985), e incluso superar al más puro estilo de Cady Heron a Regina George a otras abejas reinas maquiavélicas como Jawbreaker (D. Stein, 1999) o la misma Cruel Intentions (R. Kumble, 1999).

De una manera muy inteligente, sin tratar de adoctrinar ni aleccionar, la película dejaba un claro mensaje de conciliación social -sin dejar de lado la crítica- basada en la experiencia de atravesar por el escarnio de nuestros peers enriquecida por el humor ácido y negro, elegante y sutil, notoriamente proveniente de la escuela de Saturday Night Live en Tina Fey y representado como reloj suizo por una bola de actores jóvenes, tan hermosos y relucientes como talentosos y carismáticos, que sostenían la psicología de cada uno de sus personajes desde una retórica convincente que jugaba con los estereotipos para terminar desafiándolos.
Mean Girls es una película que fue pensada para estar bien construida desde el papel, elaborada en lo escénico y embonada de forma meticulosa para obtener un buen producto. Y si yo me atrevo a calificarla como ‘‘perfecta’’ ayudada por la paráfrasis de aquel emblemático montaje de una de sus secuencias, es por el buen planteamiento inicial de objetivos y expectativas propias bajo un alto estándar de calidad los cuales no sólo cumple al pie de la letra, sino que incluso podría decir que los excede con éxito. Nunca pretendió ser más de lo que es, sin embargo logró más de lo que jamás pensó que sería.
God is a DJ, life is a dancefloor, love is the rhythm, you are the music…
En el 2018, la película llegó a Broadway convertida en un musical dirigido por Casey Nicholaw y producido por Lorne Michaels, siendo esta puesta en escena la base para la nueva versión fílmica ahora convertida en musical, una vez más adaptada por Tina Fey, y dirigida por Samantha Jayne y Arturo Pérez Jr., en donde nuevamente Cady Heron (Angourie Rice) llega de África a Estados Unidos tratando de integrarse a la voraz sociedad adolescente en donde tendrá que enfrentarse al proceso de adaptación entre el grupo de las llamadas ‘‘Plásticas’’ comandadas por una abeja reina de nombre Regina George (Reneé Rapp) y sus obreras, Gretchen Wieners (Bebe Wood) y Karen Shetty (Avantika), pero también entre sus propios amigos: Janis (Auli’i Cravalho) y Damian (Jaquel Spivey).
Ahora, es imposible no tomar a las primeras ‘Chicas pesadas’ como referencia -a pesar de no ser la base primaria- para llenar los huecos de esta nueva narrativa entorpecida por musicales poco memorables que matan el ritmo para aportar poco o nada al desarrollo de la historia y que dejan todo en la fría y dura superficie. Si uno como espectador entiende las consecuencias, es porque ya las conocemos gracias a la película original y no por un eficiente desarrollo de la historia en esta versión. Si algo tenía la primera película era un ritmo casi perfecto que avanzaba la trama a través de permitirse experimentar con los recursos previamente mencionados, cosa que en esta ocasión prefiere saturar con musicales desangelados y mediocres que solamente hacen más larga a la película.

Tras un inicio explosivo que llena de nostalgia y vitalidad a la pantalla, la película se desinfla drásticamente cuando comienza a sucumbir temerosamente ante las normativas de la modernidad que, paradójicamente, la dejan peor parada que a la película original con todo y cualquier chiste que pudiera ser percibido como incorrecto hoy en día. Si la anterior presentaba a los estereotipos para desafiarlos y corromperlos, este musical los inserta en sus personajes para confirmarlos y emborronar cualquier tipo de moraleja certera con el fin de suplirla por mensajes superficiales en forma de vómito verbal. Personajes forzados que carecen de la ingenuidad, irritabilidad y carisma natural de sus inevitables parámetros.
Entre lo destacable están -por mucho- Jaquel Spivey como un Damien encantador y divertido, y Reneé Rapp demostrando su innegable talento vocal como su propia versión de Regina George que, al fin y al cabo, era el objetivo haciendo lo que podía con lo que tenía.
Dicho todo lo anterior, Mean Girls en su versión musical para la pantalla grande no es lo suficientemente fuerte como para sostenerse por sí misma, siendo el principal problema su falta de carisma, de brillo y color que incluso se transfiere a lo visual por medio de una manufactura característica de las plataformas con muy pocos destellos interesantes. Su carencia de ‘‘ángel’’, dirían quizás generaciones anteriores y su cobardía para atreverse a profundizar en sí misma. No está a la altura de su nombre. Acaso podrá sentarse en la mesa de la desabrida He’s All That –irónicamente dirigida por Mark Waters, responsable del tótem que inició esta conversación-o de los episodios más deslavados de Glee o High School Musical. Como una simple y llana obrera de su abeja reina, esta adaptación de una de las películas más icónicas de los últimos años llega de forma innecesaria únicamente para enfrentarse a las inclemencias del tiempo en el que intentará probar, con el paso de los años, si ha resultado significativa o no. De antemano, el panorama no pinta nada fetch.
La película ya está en cartelera, beyotch.
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