Por Anahí Vargas Carbajal.
En fechas recientes, el tema de la maternidad y sus ilaciones, tanto positivas como negativas, han estado muy presentes en la conversación sobre cine mexicano. La multireconocida y multipremiada a nivel nacional e internacional Huesera (2022, dir. Michelle Garza Cervera), quizás es el estandarte por excelencia de los últimos años para probar el eclecticismo existente al momento de abordar un pasaje tan sublime y tan traumático como lo es el maternar, especialmente desde el ojo mexicano.
Después de sus trabajos como directora en series como Emily in Paris o Historia de un Crímen, la directora y guionista Katina Medina Mora se presentó en el XXI Festival Internacional de Cine de Morelia con su tercer largometraje titulado Latido, la historia de dos mujeres completamente diferentes unidas a través de la angustia que provoca el tener o el perder a un bebé.

Leonor (Marina de Tavira) es una mujer divorciada, exitosa profesionalmente, pero con un enorme vacío interno. Ese vacío proviene desde el haber perdido a su madre cuando era apenas una niña y se ha extendido hasta su vida actual al no poderse convertir ella misma en la madre que siempre ha añorado. Por otro lado está Emilia (Camila Calónico), una chica de 16 años; prometedora bailarina de ballet que ve truncados sus sueños al darse cuenta de que ha quedado embarazada. Las dos están unidas no sólo por el ballet, sino por muchísimos más lazos de los que parece y es por ello que, al enterarse Leonor de la situación de Emilia, le propone quedarse con su bebé, cuidar de sus intereses y de ella durante el embarazo descubriendo así nuevas perspectivas sobre la maternidad en ambas mujeres.
A las dos también las une la falta de la figura materna; está lo previamente mencionado en la historia de Leonor, quien vive acompañada por su propia soledad, y el abandono de la madre de Emilia, quien ha tenido que crecer bajo el cuidado de su trabajadora abuela Constanza (extraordinaria Teresita Sánchez). A destacar también la ausencia de figuras masculinas en las vidas de los personajes principales; dos niños, un padre y un ex hacen apariciones esporádicas casi sólo para detonar todavía más presión y ansiedad a sus respectivos roles sin que sus vidas giren alrededor de ellos.

La perspectiva femenina inunda esta película en forma y fondo, desde ser un trabajo en el que el dominio de la mujer al frente y detrás de cámara es poderosamente abrumador, hasta en la carencia de prejuicio hacia los personajes en un guion que, lamentablemente, también carece de desarrollo de dichos personajes. Latido resulta ser una gran promesa con un inicio atrapante que termina en un acercamiento tibio y superficial a una historia que pudo haber brindado una apasionante conversación al cine mexicano de haberse arriesgado más en la profundización sobre las diferentes perspectivas al momento de vivir la maternidad: la deseada y la no deseada.
La película pudo resultar en una conmovedora y a su vez contundente suerte de coming-of-age abarcando dos nichos diferentes, el de la mujer adolescente y el de la mujer madura, pero realmente no hay un avance o cambio tan significativo en los personajes principales para poder determinar un crecimiento sucesivo en ellas.
No es que uno esté buscando el shock value en cada película que ve, al contrario, en la magia de la sutileza también se puede ahondar en la complejidad e incluso en lo tormentoso de una temática tan rica como la maternidad, especialmente desde la mirada con la que pretendía abordarla Medina Mora; sin embargo, en este caso la sutileza creo que queda únicamente en la superficie de las imágenes -muy bellas, innegablemente- del ojo comprobado de Nur Rubio Sherwell, pero que en realidad, y a pesar del mérito al no pretender ser sólo un collage de belleza visual, no van mucho más allá de su belleza. A destacar esos planos en los que es Emilia quien, con un solo movimiento corporal, descubre a las mujeres que hay detrás de ella: Leonor y su abuela Constanza.
Y hablando de las actrices, ellas salen avantes al guion. La intuición de Marina de Tavira -actriz nominada al Oscar- al momento de procesar personajes queda al descubierto en cada acción que toma en escena llenándolos de verdad y convicción. Por otra parte, y sólo con unos cuantos minutos en pantalla, sería criminal no elogiar el trabajo de Teresita Sánchez -actriz omnipresente en esta edición del FICM-, quien debería de ser considerada una clase magistral de actuación por sí misma. A través de respiraciones y miradas como respuesta ante los diálogos de terceros, Teresita es capaz de contarle al espectador la historia de vida de su personaje y los miedos a los que se confronta al visualizar el destino de su nieta como si fuese el reflejo de su propia vida, como si estuviera viviendo un «te lo dije» interno que no es capaz de verbalizar, pero tampoco es necesario que lo haga. El trabajo de Camila Calónico llega a cautivar más a través de los breves pero muy bellos -casi hipnóticos- momentos dancísticos que de los actorales, ya que la estructura del personaje casi no permite ver un lado que se contraponga al de una adolescente insufrible que recurre al berrinche como conducta la mayor parte del tiempo.
Latido es una película que vincula a la maternidad con la pérdida mientras trata de retratar las variantes de la misma, pero que queda en algo que pudo ser. Como un ejemplo mejor logrado de una línea similar puedo mencionar Plaza Catedral (2021, dir. Abner Benaim), en la que una mujer estable en lo profesional (una impecable Ilse Salas) pero que también convive día a día con su soledad y el doloroso recuerdo de la pérdida, forja una conexión con un chico sumergido en la violencia de las calles de Panamá.
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