‘House: retratos desarmables’ (2011) de Sergio Loo: un gran rompecabezas.

Por Gustavo Patlán.

Nunca he sido gran fan de los juegos de mesa: mi novia y mis amistades podrán afirmarlo con recelo. Entre todos los juegos de este tipo que existen, los rompecabezas tampoco me entusiasman mucho, en caso de dudarlo, preguntárselo a mi rompecabezas de Edward Hopper que no ha visto la luz en los últimos dos años. Con todo ello, House: retratos desarmables (2011), hizo posible que reconsiderara pasar mi próxima tarde armando uno.

Tras su muerte en enero del 2014, el trabajo del narrador y poeta mexicano, Sergio Loo, se ha ido revalorizando con el paso de los años. Esto no tiene otra explicación más que la que se puede obtener al revisar su obra la cual, podemos afirmar, es extensa a pesar de haber fallecido a los 31 años. Aunque Loo es mejor conocido y valorado como poeta, con justa razón, pues Operación al cuerpo enfermo (2015) constituye una de las exploraciones más íntimas, desgarradoras y vividas sobre la relación entre cuerpo y enfermedad, su labor como narrador no es nada menor.

House: retratos desarmables y Narvarte pesadilla (2017) conforman su narrativa. Su primera novela fue publicada en el 2011 por Ediciones B, la cual significó otro paso firme de su autor en el fangoso mundo literario. Su segunda novela ganó la convocatoria Moho del 2013 para publicarse en la editorial homónima. Se podía vislumbrar un gran camino para Loo, pues si bien Moho no es una editorial trasnacional con presencia en cada rincón del mundo (lo cual tampoco busca ser), sí es un espacio en el cual autores underground encuentran un escenario sólido y consagrado para mostrarse a un mayor público interesado en voces diferentes y en libros poco convencionales. Sin embargo, por distintas vicisitudes y sobre todo por el fallecimiento del autor a causa de un cáncer en la pierna al año siguiente del concurso, la novela fue publicada de manera póstuma en el 2017.

House es una novela narrada, principalmente, desde la perspectiva de tres personajes que comparten un departamento en la Ciudad de México: Sonia, una darketa trabajadora de un super que puede ver la vida las vidas pasadas de las personas y transformarlas en el ser que fueron mediante el sexo, Luis Rafael, un oficinista homosexual sensible y fan de las películas de Almodóvar, y Octavio, un Dj con un bloqueo creativo que además es adicto al sexo. Este trío de personajes, que se desenvuelven en los márgenes de la sociedad, no solo tiene que lidiar con sus propios problemas, sino también con los conflictos generados por la maldita suerte de tener que compartir el espacio físico denominado hogar.

Sergio Loo

Estos tres seres, y también los que conviven con ellos, le dan un sentido único a cada parte de la novela con su relato, pero ello no implica que no se entiendan el uno al otro. Con todo y sus problemas son parte de una comunidad; forman una familia hiper disfuncional que comparte un sentimiento de incertidumbre y de inconformidad en una realidad que no compren y por la que no son comprendidos: Por un momento el tiempo se volvió vertical. Ya mañana nos navajearán en un asalto, moriremos de cáncer, de sida, de diabetes, de ciudad; en un accidente automovilístico, en una violación, una riña, una balacera inusitada; en una devaluación; mañana muchos formarán una familia y tendrán que “enderezar” su vida, tendrán miedo, conseguirán empleos redituables, tratarán de dejar de fumar, se casarán: otros se abandonarán a la soledad, sí, quizá, pero por esta noche esquivamos algo peor que la muerte: el aburrimiento. Este discurso (que nos hace recordar al de Trainspoitting (1993) de Irnive Welsh), transmite a la perfección el sentir de la novela. En este escenario, en el que todo es confuso e impredecible, solo nos queda el ahora: nos quedan nuestros roomies; tenemos nuestras plantas; nos ronronean nuestros gatos; jugamos en el transporte público a permanecer de pie sin agarrarnos de nada. Todo ello también se relaciona con la estructura de la novela.

House puede concebirse como un gran rompecabezas armado, pero no por ello menos efectivo en su concepción de la historia y en la forma de narrarla. Cuando digo “armado” me refiero a que bien podría hacerse el intento por leer cada fragmento dependiendo de quién sea el narrador. Sin embargo, creo que esta forma de leer la novela no tiene el mismo efecto que leerla en orden cronológico. La manera en la que se desenvuelve la historia por medio de fragmentos que van teniendo sentido mientras pasan las páginas, funciona para mantener la atención del lector e ir construyendo de a poco el relato principal, los relatos secundarios y el ambiente en el cual viven los personajes.

Quizá el ejemplo en nuestra lengua más popular de un juego literario de ese estilo, sea Rayuela (1963) de Cortázar, en el cual pueden seguirse varias formas de lectura distintas a la forma convencionalmente cronológica. En el caso de la novela de Loo, conviene leerlo tal y como lo presenta su autor, pues cada pieza, que un principio pareciera inconexa respecto a las demás, pronto van teniendo sentido al tenerlas todas juntas. Al final del libro se tiene la sensación de completitud. Un círculo, o en este paso un rompecabezas que se comprende tras haber repasado cada pieza y juntándolas para tener la imagen completa.

Gustavo Hernández Patlán es estudiante de la Licenciatura en Letras Españolas en la Universidad de Guanajuato. Forma parte de Espiria Estudio. Escribe la columna ‘Mezquite Torcido’ en Academia Feral. Twitter: https://twitter.com/velaperpetua_


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