Hay algo hermoso en el monólogo del brillante Billy Bob Thornton que con maestría inaugura aquella película de Zwigoff que por siempre retendré en mi memoria. Es quizá la ironía, el cinismo o la violencia de sus palabras la que convierte al personaje de Santa (de este ‘bad Santa’) en un mítico representante de la hipocresía navideña. Mientras todo el mundo adopta la insufrible manía de disfrazarse de lo políticamente correcto, del espíritu navideño, de los villancicos y el falso perdón, el señor Billy Bob Thornton se sienta ahí, en un bar, con su disfraz de Santa Claus, tomando whisky hasta embriagarse y vomitar en el callejón. La diferencia es que, con o sin disfraz, él sigue siendo el alcohólico degenerado que siempre fue.
No le importa un carajo la navidad. ¿A quién le importaría si tu padre es un miserable cuya idea de regalo es una patada en el culo? Pero no la odia. De hecho, es su época favorita del año. Cada diciembre se viste con su traje de Santa, inunda su hígado con cerveza y whisky y va al centro comercial a aguantar a cientos de niños malcriados que le exigen regalos mientras se mean en su pierna. Y no me malentiendan, él odia ese puto trabajo (todo Santa Claus debe odiar su trabajo). Pero, para él, la navidad ocurre cada 24, cuando el centro comercial cierra sus puertas y todos los niños malolientes se han ido. Justo en ese momento puede hacer lo que vino al mundo a hacer: robarse todo el dinero de la caja fuerte y pasar los siguientes once meses bebiendo y fornicando en alguna playa de Miami. Hasta la siguiente navidad.
Aquí voy a detenerme un momento, pues es preciso aclarar algo. La película de Zwigoff no es una de aquellas tendenciosas obras que busca generar un discurso de conciencia en contra de las prácticas capitalistas, la consolidación de una cultura de consumo que se devora a la tradición y bla, bla, bla. Y, gracias a dios, tampoco es una de las insoportables películas que buscan glorificar los valores familiares, el amor y la amistad. No todos tienen una gran familia para pasar las fiestas de fin de año; ciertamente no la tuvo Willy (el personaje de Billy Bob Thornton). En este film, al igual que en otros grandes del género, como Die Hard (1988), la navidad es tan solo circunstancial. Lo que convierte a la obra de Zwigoff en una gran comedia navideña es la caracterización de sus personajes.

El gigante Billy Bob Thornton interpreta a un hombre absolutamente desagradable. Un criminal violento, alcohólico y sin ningún tipo de remordimiento que pasa los días bebiendo hasta perder la conciencia porque es un inválido emocional que se odia a sí mismo. No le importan una mierda las demás personas ni lo que piensen de él. Manipula a todo el mundo para salirse con la suya y la única proyección a futuro que tiene es morir intoxicado en algún cuarto de hotel con una prostituta que conoció esa misma noche. Y es este mismo hombre quien cumple el papel de Santa Claus, el ser mágico que lleva regalos a los niños. Esa es la brillantez de la ironía.
Aunque, si me preguntan, lo que hace a esta película aún más genial, aún más graciosa, es el exquisito final. Un tremendo “jódete” a los puristas de la navidad y a los hipócritas detractores. Billy Bob Thornton, el miserable criminal, encuentra un sentido de pertenencia formando una suerte de familia disfuncional con una vieja senil, un niño al que manipuló constantemente y una mujer con un fetiche sexual por Santa Claus. Evita la prisión, consigue una casa en los suburbios y dinero para malgastar. Sobre todo, no da señales de que nunca vaya a cambiar, seguirá siendo el mismo alcohólico degenerado que siempre fue.

Seamos detractores o puritanos –siempre hipócritas, claro-, todos tenemos nuestras tradiciones navideñas. Las mías contemplan siempre revivir aquellos momentos en los que el cine me hizo feliz. Repetir las veces que sean necesarias aquel “yippee ki-yay, motherfucker” de un inquebrantable Bruce que acaba de humillar a una banda de terroristas con una pistola y dos huevos de acero. Rendirme, cual Santiago Segura, ante el poder del metal que emana durante el día de la bestia en el grandioso film de Alex de la Iglesia. Y, claro está, reivindicar la figura del señor Billy Bob Thornton como uno de los mejores actores que el séptimo arte nos ha dado, convirtiendo a su ‘bad Santa’ en el mejor de todos los Santas. A su nombre, un gran ‘salud’. ¡Feliz puta navidad!
Santiago Jordán Cardona desde que se acuerda, siempre quiso ser un gangster, una estrella de rock o un rapero del ghetto. Ahora escribe sobre ellos, lo cual resultó ser mejor. Puede imaginarse el sentimiento sin tener que ir a la cárcel por drogas.
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