Crónicas Plutonianas I: Museo de Arte Popular y Museo de Arte Moderno

Era imperante que comenzara la escritura de estas crónicas, me ha atrapado el ritmo incesante de un México profundo e intenso. Debo admitir que esto a la par, no ha sido asunto fortuito. Sabemos que para bajar al Hades, instancias plutonianas ( y el carácter tan escorpiano que tiene mi país natal) se requieren diversos preparativos, las profundidades de la tierra exigen diversas herramientas y resiliencia de parte de sus visitantes, el concepto que tanto ya he explicado sobre los psicopompos. 

México como tierra dual, extiende con placer sus matices, como he estado diciendole a mi padre en las últimas semanas, México es mucho, es demasiado. Desde las molestias de la arbitrariedad de una agente del aeropuerto que me ha arrebatado un frasco de miel, el caos ruidoso de la ciudad, comentarios desagradables y situaciones de peligro, caen en contrapeso con el sabor intenso y maravilloso de su comida, el apapacho de la familia, la belleza del sol y los paisajes, la enorme e inigualable riqueza cultural. 

He aquí de recobrar la cosmovisión asociada a Lilith, arquetipo propio de la oscuridad. Lo femenino en estas instancias, nos recuerda a la imagen de la Femme fatale, la mujer que tienta, que en confusión arrastra hacia las pasiones, que despierta desde las sombras más profundas de la psique, las virtudes de la luz por puro contraste y yuxtaposición. Después de conocer a Lilith se inicia de manera inevitable el viaje hacia el otro lado, como bien dirían los hermetistas, por pura Ley de Ritmo. 

En su vastedad y dualidad, me he decidido a escoger dos museos a los que sí o sí, necesito asistir y que por azares del destino no conocía antes. El Museo de Arte Popular (MAP) y el Museo de Arte Moderno (MAM). Los pongo en contraste y en horizontalidad, pues la tradición debe permanecer viva y reconocer los elementos antiguos en lo nuevo y lo moderno, nos da la noción ya no de la soberbia idea de progreso que tenemos, sino de una repetición a la que tendemos mucho como seres humanos, pero desde instancias diferentes, el aprendizaje es en espiral.

Antes de empezar con el recorrido agregaré que hay otro motivo (muy jubiloso) que ha retrasado la escritura y publicación de las crónicas plutonianas, a saber: La publicación del Bestiario inédito de las criaturas de Coatlicue, mi primer libro de narrativa y poesía, ha significado un evento de gran importancia para mi viaje a México. Pero más se ha de compartir sobre el espíritu antiguo, la voz divina de México, por lo que no podré seguir postergando estas crónicas.

 

El museo de arte popular, al cual he asistido en dos ocasiones, como ya me es costumbre con la mayoría de museos que visito, se encuentra en pleno corazón latiente de la Ciudad de México, en el caótico centro histórico, cerca del mítico palacio de Bellas Artes. Establece una enorme y variada colección del arte de los pueblos, tradición viva, envolvente y que evoluciona con sus habitantes y la sangrante historia de México. 

El museo consta de tres pisos y cinco salas maravillosas, además de un salón de talleres, recalcando la vida actual del arte popular. Al entrar me recibe la belleza del arte wixárica (un bochito recubierto de patrones con chaquira) y un gran alebrije. El recorrido empieza en la tercera planta, de ahí, se desciende hacia salas que presentan una maravillosa complejidad. 

Visitamos entre las cinco salas, las raíces del arte popular, la primera sala, “La esencia del arte popular mexicano”, nos da los primeros brochazos de la maravilla popular, recordándonos la magnitud de su extensión, la conexión íntima que establece el arte con la naturaleza, por medio de los recursos que se utilizan. A este respecto, vemos el mural de Miguel Covarrubias que ilustra la diversidad de materiales y elementos culturales en México, también nos encontramos la maravilla de los árboles de la vida, cosa que se repite en otra sala (tradición de Metepec, lugar del que también escribiré en una futura crónica). Debo agregar que he visitado este museo, en una primera ocasión, con mi padre, quien conoce también detalles sobre las técnicas, piezas y simbolismos. La segunda sala, “El arte popular y la vida cotidiana”, despliega una serie de elementos de uso diario, es interesante notar cómo la estética se imprime incluso en lo mundano, me hace pensar sobre el importante proceso de hierofanización del que nos habla Mircea Eliade, el camino hacia la sacralización de lo profano. 

Sin duda mis salas favoritas han sido “El arte popular y lo sagrado”, junto con “El arte popular y la fantasía”, como buena artista, paso buen rato de mi vida filosofando sobre los principios sagrados, la mitología y mi género favorito, la fantasía que desde sus estancias oníricas mete mano en la realidad, casi sin que nos demos cuenta. Ahondar en estas salas puede llevar a los más sensibles a un mal viaje (o buen viaje, dependiendo el grado de neutralización que puedan lograr en términos mentales, digerir imágenes simbólicas es un trabajo complejo y que requiere de mucha práctica) , diablos, sirenas, ángeles y alebrijes extienden sus símbolos en inquietante tarea, sin duda que de estas salas, pueden surgir diversos cuentos, mundos y universos.

En todo el museo, encontraremos una serie de obras particulares, desde objetos de uso común (ropa, juguetes, menaje de cocina, baúles y más), hasta objetos de carácter ceremonial y religioso. Los árboles de la vida son imperdibles, así como las vestimentas típicas y el rincón de los alebrijes. 

Finalmente, una vez que hemos descendido de todo, y hemos saludado a los diversos alebrijes dispersos entre las escaleras y pasillos conectores del museo (sitio que dominan muy bien, criaturas de la noche y la fantasía), nos encontramos con la última sala, donde se nos presentan las investigaciones del Dr. Atl, una colección que analiza los aspectos artísticos en relación con las culturas indígenas, en un sentido profundo y crítico, además de muy completo, los conceptos y experiencias son analizados a fondo. Dentro de la sala, encontramos una serie de frases y textos (acompañados de sus respectivas piezas) que nos hacen reflexionar sobre la relación que tenemos con la naturaleza, refinando los elementos para convertirlos en objetos estéticos, se propone también una conciencia ambiental, que nos vuelve a acercar al proceso de hacer sagrada la relación entre el ser humano y su tierra, cuestionando el uso de algunos materiales y proponiendo soluciones más amables con nuestro entorno.  

Una cosa más debe ser llevada a la luz sobre este museo, la falta de fechas sobre sus obras, y en general, ciertas dificultades que he tenido para encontrar a los autores cuyas fichas técnicas, por desgracia o distracción, no les he tomado foto, nos hace pensar la importancia sobre el reconocimiento que damos al arte popular.

Un paréntesis (o mejor dicho, transición) debe ser agregado a la crónica antes de continuar las peripecias en el MAM, durante un viaje a Teotihuacán (viaje del cual podrán encontrar también crónica), una amiga ha mencionado la obra de Chavis Mármol, un escultor hidalguense que dejó desplomar una de sus creaciones, una gran cabeza tallada al estilo Olmeca sobre un Tesla. Entre mi visita al MAP y al MAM, me he encontrado de pura “casualidad” con esta obra, que más allá de ser un acto simbólico, me pareció un acto totalmente ritual, lo antiquísimo, lo sagrado, siendo más grande que la soberbia tecnológica. Un rayo de esperanza en los horrores de una sociedad polarizándose en el mal uso tecnológico. Ésta obra, que se encuentra en La Roma, es una declaración del arte vivo, de México que siempre desafiante señala lo absurdo de la patocracia, la consumación de la soberbia humana. Antes de terminar el paréntesis, debo agregar que esta crónica une la cola y cabeza de la serpiente. El MAP ha sido el primer museo que visité, el MAM, el último, generando una suerte de Uróboros, de ciclo infinito que prometerá más crónicas en un nuevo viaje a México. 

Tesla aplastado por cabeza olmeca (2024) Chavis Mármol

Nuestro segundo museo dentro de esta crónica, se encuentra en otro de los grandes centros de la capital, el antiquísimo y sagrado bosque de Chapultepec, el cerro de los chapulines, un oasis húmedo y delicioso en la ciudad seca. México está cargado de una energía eléctrica que despierta vicios, pasiones y virtudes humanas que había olvidado en las estancias que he tenido en Europa, no podía omitir una o dos visitas a aquél místico bosque.

He ido con menos tiempo del deseado, el museo contiene una gran cantidad de obras, incluyendo un jardín escultórico que he tenido tiempo de ver tan solo de lejos. Como en todas (o casi todas) mis crónicas, he de hacer un espacio especial para el arte hecho por mujeres, y es gracias a esta exposición, “Presencia infinita” que he decidido visitar el museo, aunque para sorpresa mía, desde la exposición “Una tuna y una torre de luz sobre el pupitre”, en la cual encontramos las narrativas del último siglo en la escena del arte pictórico mexicano (de 1913, hasta el 2021), hay una gran cantidad de obras de mujeres, si bien aún no en cantidad igual, cercana al 50%. Eso sí, debo reconocer al museo el gran espacio que ha otorgado a las mujeres con la primera exposición que he mencionado. 

Comencemos por hablar de la escena general de la pintura mexicana en el siglo XX e inicios del XXI, en la exposición “Una tuna y una torre de luz sobre el pupitre”. Sabemos que por distintas razones, la identidad mexicana ha requerido un enorme trabajo de, primero neutralización de estereotipos, juicios e ideas que no terminan de funcionar en el entorno humano (tarea que sigue vigente), aún más en el contexto postrevolucionario, disfrutando obras de Siqueiros, un mural impresionante de Leopoldo Flores (de quien hablaremos más adelante, en una próxima crónica sobre el Cosmovitral), Frida Kahlo y María Izquierdo (corto aquí la lista ya que la cantidad de artistas es enorme), observamos la transformación de un México siempre convulso, siempre en movimiento y tratando de recobrar sus raíces, mientras agrega ramas, nuevas vegetaciones extranjeras (Como Remedios Varo o Alice Rahon), que terminan por hacerse, al menos de manera parcial, mexicanas, recalcando las maravillas que se logra en intercambio cultural, cuando perdemos el miedo a la otredad e integramos nuevos elementos en nuestra identidad. 

El museo nos cuenta la historia de un México bien asentado en su arte, vale la pena agregar por aquí, debido a la experiencia de encontrarnos dolorosamente con un concepto de “arte universal” que suele excluir al arte no europeo, que este museo es prueba bendita de las maravillas artísticas que México ofrece a las modernidades, uniendose al diálogo verdaderamente universal. Viviendo en ambos continentes, puedo decir que el trabajo hacia compartir una visión que valore por igual a las culturas y sus expresiones, sigue vigente, es necesario adentrarse en los simbolismos y significados de cada cultura e individuo, para darnos cuenta del gran campo en común y las nuevas visiones que pueden ayudar a extender el pensamiento, así el arte puede fungir como una flecha (símbolo sagitariano) que destruya barreras que, primero ideológicas, se extienden al campo material, encontrar significados y puntos intermedios para mejorar nuestra interacción con el otro. 

No sabría elegir una sola obra como mi favorita, y debo agregar que, al igual que el MAP, el MAM cuenta con una gran cantidad de obras a analizar, laberintos de arte dignos para perderse varias veces a lo largo de la vida. Eso sí, debo hacer hincapié en la maravillosa obra de “La ciudad de México” de Juan O’ Gorman, una vista del centro, desde la perspectiva del mirador del monumento a la revolución, vista que me inspiró, poco tiempo después, a visitar un mirador hermano, la Torre Latinoamericana, nos presenta la belleza del centro histórico de la bien llamada Ciudad de los Palacios, la capital de México como una gran dama que despierta belleza y horrores por igual, como ya he mencionado al inicio, con el tema tan dual que carga mi país. 

Finalmente, la exposición que despertó mi interés inicial en el museo, “Presencia infinita”, contiene una enorme cantidad de obras de mujeres, poner en alto la presencia femenina en el arte, cuya sensibilidad se calló, ocultó o minimizó por siglos, implica un signo de transformación importante hacia la equidad. Debo admitir que he disfrutado conocer más nombres de mujeres que acompañen, que apapachen e incomoden, porque eso sí, hay piezas sumamente críticas que nos hacen cuestionarnos los actos de violencia que siguen sucediendo a plena luz del siglo XXI, el arte con su doble función (dar refugio al alma, pero también ser un espejo de la sombra que necesitamos transformar) , expresa de manera maravillosa sus propósitos durante esta exhibición, a este respecto, quisiera resaltar la obra de   Maria Teresa Morán, La espera, que me ha dejado con una sensación de inquietud, ante el panorama de inseguridad que sigue extendiendo sus garras por México.

El arte avanza conforme las ideas se transforman, el progreso es un medio, un método, más no un fin que hemos alcanzado, así, el arte sigue en plena evolución, como ser vivo puede tener sus crisis, sus inequidades, pero debe apelar siempre hacia la obtención de las virtudes. Encontrarme en un momento lleno de cambio, me inspira en mi propia tarea como artista, sin duda «Presencia infinita» es una semilla y una declaración hacia la re-evolución y la transformación, cosa que es pertinente ya no solo para la escena actual de México, sino también del mundo. Recuerdo que en mí despertó un interés vívido por el arte pictórico por una mujer: Leonora Carrington, a quien conocí también por su obra como escritora, y que me abrió las puertas como primer referente, en un medio dominado de nombres masculinos, para reconocerme en estas artistas. Deseo, que más museos incentiven las obras de mujeres, desde la mirada justa de que esa condición, no sea más una condena, sino una forma de integrar y apreciar la variedad, la tan amada por mi extrañeza, la otredad, el otro lado del espejo. Aunque plutonianas, mis crónicas apuntan hacia la expansión y a otro valor, la integración.

Nos vemos pronto en las siguientes e igualmente nutritivas crónicas plutonianas.


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