“Porque el cielo de tenerte me parece fantasía…”
El mito griego renovado en pleno Siglo XX. Una historia de amor en la que Hera encontró a su Zeus. Una pasión en la cúspide, intensa, enfermiza, pero malograda porque…porque así es la vida.
Ella, Diosa idolatrada en el mundo de la Ópera. María Callas, la “soprano absoluta”. Nacida en Manhattan, Nueva York, en 1923, hija de un matrimonio inmigrante venido de Atenas. Su nombre de pila era María Anna Cecilia Sofía Kalogeropoulos.
Él, millonario, poderoso e inescrupulosamente arrogante. Aristóteles Onassis, arquetipo de los multimillonarios de la posguerra, rostro del llamado jet set de los años 60 y 70 (ricachones que solían viajar a lugares de moda y asistir a eventos glamorosos), y conocido naviero que “era tan pobre, que no tenía más que dinero”, según Sabina.
Pablo Larraín (Chile, 1962) nos ofrece una biopic centrada en los últimos días de la Diva. Profundiza en la psicología del personaje; la infancia cruenta, el ascenso al éxito, la enfermedad que la retira. Retrata sin rodeos la relación tóxica que la devasta, la decadencia sin asideros, la biografía que nadie quiere contar, la muerte en solitario. La leyenda que nace cuando la artista muere.
Interpretada por Angelina Jolie, cuya delgadez extrema le va bien al personaje, vemos a la Callas aferrada a sus recuerdos en un departamento lujoso del centro de París. Es una artista en decadencia, con sus cuerdas vocales deterioradas prematuramente por una rara dolencia y amargada por la paradoja de saberse a un tiempo figura inmortal de la Ópera y fantasma que deambula entre joyas y vestidos de su ayer glorioso.

Necesita redimirse gritando al mundo su verdad. Sabe que la memoria se pierde si no es contada, que los recuerdos se desvanecen, se van evaporando en las nubes olvido, en la bruma de la amnesia. Quiere plasmarlos, capturarlos, procurarlos. Le aterra enfrentarse al olvido, ese cómplice de la única verdad del universo: el tiempo y su paso implacable.
La soledad suele ser un camino despejado a la locura. A la Diva le urge contar su historia y no halla la manera. Si el mundo la ha relegado, le toca a ella recopilar sus memorias. Intuye un final tan dramático como las damas a las que dio vida en el escenario, como a Violetta en La Traviata o como a la Tosca de Puccini.
Ante su mente alucinada por una dieta rica en antidepresivos, se presentan un documentalista y un camarógrafo, a quienes les va narrando los pasajes que marcaron su existencia. Diálogo entre fantasmas.
La amenaza de la indiferencia escuece el alma atormentada de la Callas. Su mal genio se cierne contra sus dos ayudantes, únicos interlocutores que la mantienen con los pies en la tierra, en los lindes entre la cordura y el delirio. Son fieles ante la Diva que los hace sufrir y los humilla. Ferruccio tiene la espalda lesionada de tanto mover de lugar el piano por órdenes de la Diva, que por lo demás nunca toca el piano, y Bruna cocina para los perros ante la falta de apetito de la madame. Suena en el fondo La Habanera, de la Ópera Carmen, de Bisset.
Los documentalistas imaginarios van contando la historia a golpes de flashbacks. En la juventud su madre la obliga a cantar ante unos hombres desconocidos y uno de ellos le pregunta “¿nomás sabe cantar?, la cámara hace una transición y vemos a María y al preguntón solos en una habitación a media luz. El director sugiere que pasará algo entre ellos… Cambio de escena.
Aunque es el hilo conductor, el filme no ahonda en el ascenso y triunfo de María en el mundo de la Ópera. Más bien escudriña en la relación amorosa que la eleva hasta al cielo, pero que también marcará su descenso a la tierra y a un triste, tristísimo ocaso.

La fealdad de Onassis era providencial. Pero a punta de millones de dólares obtenía lo que quería. Lana mata a carita, dicen los que saben. Arrogante, seduce a la Callas en las narices de su primer marido y la lleva al lecho nupcial de su famoso yate “Cristina”, donde gusta acostarse con mujeres objeto de sus deseos. Los trofeos del Dios.
- Onassis (mostrando una pequeña escultura del Siglo II: “Hermes, el heraldo de los dioses. Hermes es mi dios. No tengo consideración por la belleza. Yo mismo soy feo. Soy leal a mi tribu. Tu representas a la tribu opuesta.
- Callas: “No hace mucho que soy miembro de la tribu. Solía ser parte de tu tribu”.
- Onassis: Te habría amado entonces.
La Callas-Hera ha caído en las redes de su millonario-Zeus. Inician entonces una relación célebre por tóxica. Aristóteles le promete matrimonio y nunca le cumple; no le concede la gracia de tener un hijo suyo, pero ella lo excusa señalando a su propio cuerpo de ser infértil; le prohíbe cantar y luego la bota, “a esta ave cantora le abro la jaula y no quiere volar”. Le anuncia cínicamente que irá en busca de otro trofeo.
A los biógrafos inventados les revela, quizá, otro alucine. En la cama donde yace el naviero agonizante, ambas deidades acuerdan encontrarse en el puerto de Atenas cuando hayan muerto. En sus últimos minutos, a Zeus le da tiempo de agendarle a su Hera una cita en el más allá. Son interrumpidos por un enfermero que anuncia la llegada de la nueva esposa de Zeus, adquirida también a fuerza de billetazos: Jackie, la viuda del presidente Kennedy. Hera sale por la puerta de atrás, como siempre.
Callas sabe que el final se acerca también para ella. Un encuentro con su hermana en el restaurante “Acapulco” de París es la última estocada para su frágil espíritu. “Sé feliz. Eres libre, vive, olvídate para siempre de la música”, le dice Yakinthy. Sabiendo que el consejo llega tarde, María le aprieta el brazo a su hermana para comprobar que es real, que no es un producto delirante de su imaginación.
“Mi madre me obligaba a cantar. Onassis me prohibía cantar. Ahora voy a cantar para mi, tengo el control del final”, sostiene la Diva ante el médico que le acaba de diagnosticar un doble daño hepático y cardiaco y que le suplica no haga el intento de regresar a los escenarios porque apresurará el desenlace. Suena en el fondo I Puritani, de Bellini.
Reticente, la Callas enfrenta al médico-heraldo de las noticias funestas. “Ya no cante, sí canto, el esfuerzo va a matarla, la Ópera es mi vida, su sangre cuenta una mala historia, será entonces una biografía escrita en sangre”.
María Callas tenía 54 años cuando falla su corazón y emprende el viaje al Olimpo. Suena en el fondo E lucevan le stelle (Y brillaban las estrellas), la famosa aria de la Ópera Tosca.
La película se encuentra disponible en la plataforma Prime Video.
Orlando Betancourt Escalante. ORBE. Desde 2021, dirijo la editorial Mind Memoria Indeleble. Escribo letras para canciones, pero nomás no encuentro al músico que me ayude a musicalizar. La editorial El Canto de la Alondra me ha incluido en tres antologías poéticas recientemente. Soy licenciado en Comunicación por la UNAM, con estudios de maestría en administración pública (inap). Rebasé hace rato los cincuenta años… ¡y tengo aún tantos proyectos pendientes! Remojar más seguido mis pies en el mar, embelesarme con alguna obra de Donizetti en el Opera House de NY o asistir a un Grand Slam de tenis (bueno, aunque sea a un solo juego). Años atrás sumé tanto que ahora empiezo a despedirme de personas, amores y sueños.
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