Por Roberto Vudoyra.
Un actor decadente que busca legitimarse. Demostrar que es más que aquel personaje bidimensional que lo llevó al éxito, a la fama. Así que su sentimiento constante se transforma en una frustración de ego. En pelearse con este mundo que lo rodea, y que, constantemente le demuestra que ya es un viejo; le recuerda su realidad, que él es solamente un actor decadente que busca legitimarse.
Birdman (O la inesperada virtud de la ignorancia) se presenta con esta interesante manera de plantear las capas de situaciones que transcurren dentro de la mente y las inquietudes de Riggan Thomson. Su familia: hecha pedazos. Su carrera: olvidada. Su cartera: vacía. El interés del público: nulo. Pero, aún así, se siente con la gran necesidad de adaptar a Raymond Carver para demostrar que puede ser un actor serio en un producto inteligente. En un producto desnudo y capaz de demostrar una realidad honesta. Aunque eso le cuesta cada vez más y lo lleva al borde del mar de ansiedad; pues hay un mundo crítico allá afuera que busca destrozarlo, hay una gran posibilidad de terminar en quiebra; hay muchísima desesperación por demostrar la diferencia entre ser un actor simplón y un actor que se suelta en el escenario y se desenvuelve con pasión encima de él.
Una película que se tensa con cada segundo que transcurre, pues se acerca de manera inminente la noche de estreno en Broadway. En la expectativa alta de apostarlo todo. Todo esto siempre es ridiculizado por un alter ego (Birdman) sarcástico, incitando a Riggan a dejar toda esa “mierda filosófica depresiva” de lado para entregarse a lo que realmente busca el público. A lo que realmente él es. Así funciona la mayoría del tiempo con Riggan: pensarlo y cuestionarlo todo a través de este pasado del que no puede estar orgulloso. Enfrentarse con la realidad de que ya ha pasado de moda y preguntarse si tiene sentido buscar ser relevante. Tener que aceptar que no es una persona importante; que, más que nada es común y corriente como todos los demás. Pero durante todo el filme se demuestra pequeñas luces de superpoder, que puede tener el control sobre ciertos objetos, que puede levitar y hasta volar. ¿Sí es una persona con superpoderes, o son solo desvaríos de su mente ansiosa?

No hay respuesta concisa de eso, pero algo sí queda claro. La inesperada virtud de la ignorancia es la felicidad. No tener que luchar de manera constante por renovarse, por demostrarle algo a un público, a su familia; a sí mismo.
La vida, el mundo, los sucesos sociales transcurren a una velocidad que es difícil de seguir. Las modas cada vez duran menos, los productos cada vez se olvidan más fácil. Y todo este gran sistema de entretenimientos busca crear productos explotables de manera rápida para poder seguir con el flujo de moda-venta que, al parecer, solamente le favorece a ellos y no al consumidor.
La ignorancia ante todo esto; ante no darle la menor importancia si alguien está dispuesto a consumirle o no. A solamente enfocarse y disfrutar del proceso, a arriesgarse y tal vez perder dinero. A disfrutar de trabajar en lo que a uno le gusta, a experimentar durante el proceso. A darse el tiempo necesario para desarrollar cualquier proyecto. A no desear ser alguien más. A no desear regresar a un lugar en el que ya estuvo. Eso es la felicidad.
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