Desde la secuencia inicial de Anora se afianza ese romance entre la música y el montaje tan característico de la obra de Sean Baker a través del cual suele introducirnos no sólo a los créditos de la producción, sino a la naturaleza y a la cotidianidad de los personajes de una forma inmediata, ríspida e incluso sofocante de acuerdo al escenario que los rodea. La naturaleza de Ani/Anora (espléndida Mikey Madison) está entre las luces neón y la música del club nocturno en el que trabaja como bailarina y trabajadora sexual mientras su cotidianidad está entre la luz del sol que no la deja descansar las trasnochadas y el ruido del metro que pasa afuera de su ventana en Brooklyn. Un día, bailando en su hora de trabajo, conoce a Iván/Vanya (Mark Eydelshteyn), el hijo de un oligarca ruso que queda hechizado de inmediato por el encanto de Ani y le propone matrimonio. Ani acepta y entonces comienza esta atípica historia de amor que, quizás, es la película más divertida de Baker al momento, pero no por ello es superficial ni vacua, sino todo lo contrario.

Si bien es cierto que Baker lleva desde los inicios del nuevo milenio dirigiendo largometrajes, fue con la transgresora Tangerine del 2015 que el también guionista cobró una fuerza considerable entre un público mucho más amplio al que, desde entonces, ha mantenido cautivo a través de cuatro películas hermanadas conformadas por la recién mencionada, The Florida Project (2017), Red Rocket (2021) y ahora Anora. En esta tetralogía, Baker muestra sus principales fortalezas como narrador: la construcción de personajes, la creación de escenarios, y el diálogo entre ambos, ya que no es raro ver cómo sus mundos narrativos pasan a convertirse en un personaje más.
Aparte de los componentes estéticos empleados para unificar a estas cuatro películas en la mera superficie —como la fuente de los créditos y promocionales—, sus historias son contadas a través de personajes que podrían ser considerados parias dentro de su misma marginalidad y en los que fácilmente podríamos depositar todos nuestros prejuicios; sin embargo, además de dotarlos de un carisma desbordante por el cual es muy fácil empatizar con ellos —insertando aquí la evidente libertad que Baker da a sus actores al momento de dirigirlos—, el director revoluciona el concepto del antihéroe/antiheroína contrastándolos con los mundos narrativos en los que están sumergidos y en donde se plantea el supuesto de una vida repleta de placer primario para demostrarnos que no necesariamente es así.
Mikey Madison cuenta con un encanto que no sólo hechiza a un escuincle multimillonario dispuesto a poner el mundo a sus pies por hacerlo pasar un buen rato, sino a toda una audiencia a la que logra cautivar a través de situaciones caóticas que no dejan de lado un trayecto sumamente emocional que alimenta la empatía y simpatía hacia Anora, pero que también aborda con la dosis justa de cinismo y despojo de prejuicio que un personaje como este necesita para enamorar al mundo que la rodea. Madison no es ajena al caos en escena ni a llevar a sus personajes a extremos opuestos, su expertise en el desquicio lo ha forjado a través de interpretaciones en películas como Once Upon a Time in Hollywood (Q. Tarantino, 2019) y Scream (Bettinelli-Olpin & Gillette, 2022), siendo ahora con un rol protagónico —y respaldada por un elenco a la altura de su carisma como Karren Karagulian, Vache Tovmasyan y, sobre todo, Yuri Borisov— que la actriz tiene que equilibrar el frenetismo del mundo nocturno y la vida basada en excesos de los excéntricos con el devastador proceso de autoconocimiento y nueva visión de sí misma que en Psicología es llamado insight por medio de golpes tanto físicos como emocionales, tratamiento al cual tampoco es ajeno Sean Baker y por el que goza llevar a sus personajes hasta un punto culminante que ha provocado el enganche de un público expectante a sus películas cada vez más grande.

Sean Baker no tiene miedo de abordar la sexualidad de sus personajes desde diversos ángulos y mucho menos los juzga ni condena por ello. Ya sea desde la prostitución en las calles de Los Ángeles, un motel de Orlando o un club nocturno de Nueva York, hasta el cine porno y padroteo en las calles sudorosas de Texas, Baker siempre busca cuidar su humanidad al mostrar cómo es el mismo entorno el que los sofoca sin separarlos del mismo, sino todo lo contrario, lo vuelve parte de ellos. Resalta lo extraordinario dentro de lo ordinario de sus vidas mientras ellos responden a sus circunstancias de forma adaptativa y divertida para el espectador, aunque eso implique un humor negro y ácido ante situaciones que quizás no sean muy esperanzadoras para los personajes.
El cineasta sobresale en el retrato de los entornos que construyen falsos idilios y tierras prometidas —entiéndase el corazón de Hollywood, el Magic Kingdom de Disney World, la industria del cine o una mansión de fiesta eterna—, los cuales se asegura de dejar claros al público como espacios que enfatizan lo vacíos que los personajes se pueden sentir en ellos a pesar de su belleza, gracias a los trabajos de fotografía de Drew Daniels (Anora, Red Rocket), el mexicano Alexis Zabé (The Florida Project) o los tres iPhones bajo su operación y la de Radium Cheung en Tangerine.

Anora, el octavo largometraje del neoyorkino, recopila todo rastro del sello que el cineasta ha ido forjando a lo largo de su carrera y no sólo lo lleva a una cumbre estilística que deja ver el considerable aumento presupuestal con el que contó —tan sólo esta película cuenta con el presupuesto acumulado de sus tres películas anteriores y un poco más—, sino que los compila y mejora por medio de una divertida historia de amor que trasciende con frescura y naturalidad los clichés de la romcom para enfocarse en el desarrollo de sus protagonistas desde un idilio erigido en castillos de aire hasta llegar a ese momento en el que el ser humano ya no está en consonancia con su naturaleza y se tiene que confrontar a la dureza de los golpes que da la realidad.
Precedida por la Palme d’Or del pasado Festival de Cannes y con una expectativa considerable ante la temporada de premios por venir, principalmente para su estrella Mikey Madison, la película llega ahora a la plataforma Hbo Max.
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