Entre ambiciones desmedidas: Cónclave (2024)

Por Fernanda Rojas.

«Ya no hay diferencia entre judío y griego, entre esclavo y hombre libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer, pues todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús.»

Gálatas 3:28


Probablemente ya escuchamos infinidad de veces que si hay temas en los que no podemos ponernos de acuerdo son la Política y la Religión, y hemos pasado mucho más tiempo tratando de hacer una separación entre ambos campos que no puede ser más que irreal. Lo que sí es un hecho es que, precisamente porque están tan relacionadas,  resulta importante ver cómo ambas <<fuerzas>> guían el rumbo del mundo. Y es que ¿Quién no ha presenciado a aquellos políticos que, intentando hablar de esa política dura y pura, perjuran que esta tiene que mantenerse al margen de los sentimentalismos religiosos y, sin embargo, actúan con los preceptos de la moral judeocristiana más retrógrada para gobernar a un país entero? o ¿Qué miembro del clero no ha declarado que la fe y el amor hacia dios y nuestros iguales son la respuesta a los problemas del mundo, mientras vemos que son también los más interesados en mantener su status formado jerárquicamente y actúan casi a modo de monarquía, igualmente, para ¨guiar¨ a la humanidad? ¿Quién podría negar su protagonismo en guerras que son no sólo de carácter político, económico sino también religioso? por poner sólo los ejemplos más burdos y cotidianos. 

Como ya decía algún antropólogo de las religiones, es necesario partir de un precepto que resulta fundamental: entender y reflexionar la dimensión humana de la creencia. Cualquiera que intente separar las esferas en las que los humanos actuamos, estará fracasando en el intento. Lo que sí es posible, es mirar primero desde alguna, sin perder de vista las demás. Para entender un fenómeno religioso hace falta observar que los sujetos actuamos en contextos específicos de normas, valores, creencias y tradiciones específicas que determinarán, en primera instancia, nuestra participación en dichos sistemas religiosos que, dicho sea de paso, en sociedades complejas están influenciados por procesos derivados de la globalización: migraciones, formas particulares de consumo, el papel determinante de los dispositivos electrónicos, así como de los organismos mediáticos, y no en menor medida, de las coyunturas políticas y sociales en turno. Es así como podemos imaginar que, en un suceso tan impresionante como lo es el Cónclave, cuya finalidad es elegir al nuevo papa por «inspiración del espíritu santo», las diferencias culturales van a ser imprescindibles sobre lo que a puerta cerrada sucede para lograrlo. Y es es el primer acierto de Cónclave, la nueva película de Edward Berger, protagonizada por Raplh Fiennes y Stanley Tucci

La historia inicia con uno de los sucesos más grandes e influyentes del mundo: el papa en turno ha muerto y es indispensable encontrarle un sustituto. El cardenal Lawrence es designado para ser el encargado de reunir a los cardenales de todo el mundo y llevar a cabo la travesía que estará llena de mentiras, egos y trampas de aquellos que buscarán a cualquier precio, tomar el cáliz. La lucha se tornará feroz al volverse después una disputa en contra del relativismo cultural que ni si quiera la misma Iglesia ha podido controlar, sino por el contrario, ha logrado avivar en cuanto a la poca tolerancia por la otredad se refiere, pues éste ha sido siempre una amenaza directa hacia su propio esquema. Acompañada de una fotografía cuidada desde el primer hasta el último plano y que no por ello olvida su cohesión con los demás elementos como un guión sencillo, pero bien estructurado, un diseño de producción gigante y un cast realmente impecable, Cónclave nos lleva hasta el interior de un lugar del que poco podríamos saber y al que casi nadie puede acceder, pues el mundo sólo ha sabido de ello al esperar la famosa fumata blanca desprendida en lo alto de la capilla Sixtina anunciando que un nuevo papa ha llegado… ¿al poder?

Y no solo eso, también se nos presenta como un viaje en el que, en medio de lo que parece una campaña electoral, se viven crisis de fe que muestran la fragilidad del hombre ante el propio hombre, pues «no se trata de la pérdida de fe en Dios, sino en la Iglesia», en aquella Institución tan antigua como rígida. Quien no se ha enfrentado a esto, quizá es porque tampoco se ha enfrentado a la desilusión de dudar sobre aquellos principios por los que se ha guiado y ese es el segundo gran acierto de este filme. Que nos lleva de la mano por ese proceso de poner en tela de juicio nuestros valores e ideales, dejándonos sentados en la sala de cine cuestionando qué tan partícipes somos de lo que pasa allá afuera. 

Para bien y para mal, Cónclave termina siendo una de las aquellas películas llamadas a cumplir «la agenda» y se ve obligada a regalarnos un final que, aunque peca de predecible, también peca de justo en un contexto donde las diferencias culturales, llámense de género, de ideas, de clases,  se ven cada vez más amenazadas por la indiferencia y por la ambición. 

Al fin y al cabo, en un mundo lleno de mezquindades, quizá la fe sí podrá salvarnos, pero no sólo en dios sino en nosotros mismos y en los que nos rodean. 


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