El cine épico: entre la historia y la ficción.

Por Héctor Herrera

La narración épica, la epopeya de lo heroico, nace con Homero. La Ilíada y La Odisea constituyen el punto de partida del poema, la literatura y la narrativa occidentales, son su base y su sustancia. Sin embargo, en referencia a la pantalla grande, el origen del denominado cine épico es impreciso. Su genealogía también. En tiempos recientes rememoramos las grandes producciones con historias de epopeyas de la antigüedad, hazañas de héroes míticos o actuales, narraciones bélicas o realizaciones donde son inherentes logros extraordinarios e indómitas muestras de valor individual o colectivo, desde los westerns, las historias detectivescas hasta la ciencia—ficción. El género es muy amplio y diversificado. Es tan vasto que nos remite a épocas y escenarios tan distintos cuyo único límite es la imaginación de sus realizadores.


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Para compenetrarnos en el cine épico basten dos muestras muy relevantes lanzadas en distintas épocas y con temáticas tan variadas que es muy complejo relacionarlas: Metrópolis (Fritz Lang, 1927) y Jason y Los Argonautas (Dan Chaffey, 1963). Ambas narran, con los recursos técnicos y cinematográficos a su alcance, dos historias cuyo común denominador es el heroísmo y su pretensión por dejar huella indeleble en la conciencia colectiva.

El clímax del género, y a la postre el modelo a seguir desde entonces, comenzó a fraguarse desde inicios de la década de los cincuenta del siglo pasado, cuando la industria cinematográfica de Hollywood, en colaboración muy estrecha con estudios europeos, nos ofreció cintas pavorosas para recrear, haciendo uso de sesudas investigaciones históricas e incluso recursos novelescos, el auge y el esplendor del Imperio Romano y, en ese ámbito, su particular enfoque sobre el origen del cristianismo.

Es muy probable que la memoria cinematográfica nos remita casi de inmediato a Los Diez Mandamientos (Cecil B. DeMille, 1956), que no obstante las críticas que recibió en su estreno  por su particular enfoque para abordar las temáticas teológicas y su excesiva duración (3 horas con 40 minutos), nos ofrece un espectáculo deslumbrante con sus efectos especiales —cómo olvidar la escena cuando se abre el Mar Rojo—, vestuarios y escenografías muy apegadas a su época y actuaciones memorables, que le valieron siete nominaciones a los premios Oscar y ser catalogada como un tesoro nacional por el Congreso estadounidense. La cinta marcó toda una época.

¿Hay un antes y un después de Los Diez Mandamientos? Por supuesto. Aquí apenas una muestra de lo que hoy son clásicos: Sansón y Dalila (Cecil B. DeMille, 1949), Quo Vadis (Marvyn LeRoy, 1951), El Manto Sagrado (Henry Coster, 1953), Julio César (Joseph L. Mankiewicz, 1953), Ben Hur (William Wyler, 1959), Espartaco (Stanley Kubrick, 1960), Cleopatra (Joseph L. Mankiewicz, 1963), e incluso Calígula (Tinto Brass, 1979), cuya temática, más que épica, colinda en la pornografía.

Habría que dar crédito además a tres series televisivas que marcaron el camino a seguir en las realizaciones de corte épico: Yo Claudio (Robert Graves, 1976), Rome (Bruno Heller, 2005) y The Barbarians (Andreas Heckmann, 2020); ésta última narra las batallas entre las legiones romanas y las tribus germánicas durante el imperio de César Augusto, preservando los idiomas originales: el latín clásico y los dialectos germanos antiguos.


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Al margen de numerosas cintas y series con temática de guerra como la magnífica 1917 (Sam Mendes, 2019) y otras más concebidas en su origen como instrumentos de propaganda, en años más recientes hay cuatro ejemplos insuperables del moderno cine épico que por derecho propio se han convertido ya en clásicos: 2001: A Space Odyssey (Stanley Kubrick, 1968) Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), y las zagas de Star Wars (George Lucas, 1977) e Indiana Jones (Steven Spielberg, 1981). 

En este escenario pletórico de narraciones extraordinarias y efectos especiales, han sobresalido dos directores que pese a no especializarse en el cine épico nos han legado muestras de su talento y maestría en ese rubro: Ridley Scott y Christopher Nolan.

Vayamos por partes.

Ridley Scott (Reino Unido, 1937), cuyo impresionante curriculum incluye cintas legendarias como Alien (1979), Blade Runner (1982), Black Rain (1989), Thelma & Louise (1991), Hannibal (2001) y Black Hawk Down (2001), saboreó las mieles de un éxito monumental con Gladiador (2000).

Ambientada en el declive del emperador romano Marco Aurelio y la toma de poder de su hijo, Comodo, la cinta —con una guion de John Logan, William Nicholson y David Franzoni—, tiene aciertos notables. Apunto algunos: son fastuosas, por decir lo menos, las escenas de las batallas de las legiones romanas, la recreación del impresionante Anfiteatro Flavio, conocido como el Coliseo, además de que los combates entre los gladiadores son muy realistas y dramáticos. Por otra parte, el vestuario y la ambientación escénica de la antigua Roma son insuperables —solo comparables a los que logró Bruno Heller en la serie Rome—, apegados de manera minuciosa a la época histórica que se aborda en la cinta.

Sin embargo, los guionistas de Gladiador y el propio director se tomaron ciertas libertades y se auxiliaron de múltiples elementos de ficción para adornar su historia, incluyendo por supuesto la cuestionada existencia del héroe mismo de la trama: Maximus Décimo Meridio, encarnado por Rusell Crowe. La trama, en un intento quizá por enganchar a las audiencias, se arroga la facultad de fantasear con la muerte del emperador Marco Aurelio —asesinado aquí por su hijo Comodo, cuando en realidad falleció en una batalla—, y del propio Comodo —díctese que murió en el Coliseo, omitiendo que fue estrangulado por un liberto en una conjura palaciega—.

A pesar de estas y otras notables inconsistencias, los críticos, historiadores y el público en general no las tomaron muy en serio y las asumieron de inmediato como un muy bien elaborado ejercicio de entretenimiento ficticio para un público ávido de aventuras para evadir lo cotidiano.

En su penúltimo filme, Napoleón (2023), Ridley Scott buscó repetir la fórmula que tanto éxito le granjeó con Gladiador. Las escenas de las batallas del ejército francés son impresionantes, la fotografía es un elemento fundamental, así como la ambientación y el vestuario. Muy bien.

El problema son las libertades que se arrogó el guionista David Scarpa para modificar los hechos históricos, baste mencionar la sorpresiva presencia del joven Napoleón en la decapitación de María Antonieta, hecho jamás avalado en los registros históricos. Esta vez, y a diferencia de Gladiador, los historiadores y la crítica fueron implacables. Además, la película no convocó al gran público ni logró la recaudación esperada para tamaña superproducción. Napoleón, pese a la excelente actuación de Joaquin Phoenix, hizo de la épica una historia de ficción.

En 2025, Ridley Scott volvió a la carga. Pese a las expectativas creadas, Gladiador II está más cerca del cómic o de los relatos de ciencia—ficción que de la narrativa épica. Desde el primer minuto del guion ideado de nueva cuenta por el escritor David Scarpa, se advierten múltiples salvedades históricas, tantas que resultan al final inverosímiles.

Gladiador II se ambienta, en teoría, durante el imperio de Marco Aurelio Antonino (198-217 DC), hijo mayor de Septimio Severo —de origen africano— y de Julia Domna —nacida en Siria—. Marco Aurelio Antonino, fue conocido por el pueblo romano como “Caracalla” en razón de fa utilización de una túnica que ocultaba su cabeza y su rostro surcado por marcas irregulares que le otorgaban un aspecto siniestro. Sí, Caracalla tuvo un hermano menor. Geta, al que asesinó siendo apenas un niño. Nunca, por ende, como se afirma en el guion de Scarpa, gobernaron juntos.

Las críticas no fueron tan benévolas para calificar la ambientación de la cinta. En la pantalla aparecen embarcaciones simulando batallas navales en pleno Coliseo romano. Falso. A pesar de sus enormes dimensiones, el anfiteatro jamás se utilizó para esos fines. Los simulacros de batallas navales se escenificaban en el Circo Máximo, ubicado en un valle entre el Monte Aventino y el Palantino, con un aforo para más de 150 mil personas, una longitud de más de 600 metros y una anchura de casi 20 metros. Ahí, en el circo más grande de la antigüedad, se desarrollaban las carreras de cuadrigas (carros tirados por cuatro caballos), las mismas competencias que fueron recreadas con insólito realismo por Stanley Kubrick en la filmación de Espartaco (1960). Durante el declive de La República, a Cayo Julio César se le ocurrió construir un gran canal que conectara el río Tiber con el Circo Máximo para anegar la pista, transportar embarcaciones de gran calado y ofrecer una nueva atracción al pueblo romano. Hoy, el espacio del Circo Máximo es ocupado por un enorme parque, muy distante del Coliseo.

En Gladiador ii proliferan personajes tan disímbolos como los interpretados por Pedro Pascal —el. General Marcus Acacio—, Paul Mescal —Lucius, hijo de Maximus, el gladiador original; por cierto Mescal interpretará al mismísimo Paul McCartney en una de las cuatro cintas proyectadas por Sam Mendes sobre The Beatles—, y Denzel Washington —el delirante Macrinus–, que de entrenador de gladiadores resulta el asesino de Caracalla y aspirante a emperador.

Con todo Gladiador II se convirtió en un blockbuster muy exitoso. La crítica especializada, volcada en elogios hacia el primer Gladiador, esta vez fue más cauta y la calificó, más que epopeya histórica, como una muy entretenida cinta de ciencia—ficción.


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Christopher Nolan (Reino Unido, 1970) es reconocido como un brillante artesano y tejedor de historias. Entre sus largometrajes más selectos destacan Memento (2000), Insomnia (2002), Batman Begins (2005), The Dark Knight (2008), The Dark Knight Rises (2012), Interstellar (2014) y Oppenheimer (2023).

Nolan, a diferencia de Ridley Scott, es casi siempre el autor de sus guiones, de sus historias y de las vueltas de tuerca que le caracterizan y dan sustento a un estilo narrativo propio, muy peculiar y desarrollado sin cortapisas, sin límites o tiempos impuestos por terceros. Le tienen sin cuidado las críticas hacia la duración de sus cintas y mucho menos respecto al excesivo y cuidadoso detalle que constituyen los sellos distintivos de sus realizaciones.

Con esa libertad se embarcó en lo que resultó una de sus producciones más ambiciosos. Interstellar constituye un punto de quiebre en la carrera de Nolan. En esa cinta nos demuestra el grado de evolución de su imaginación, imprimiendo a los estigmas apocalípticos un toque humano, tan humano y visceral que el héroe de la trama épica, el capitán Joseph Cooper —Matthew McConaughey (Texas, 1969)— no es consciente de la trascendencia de su misión hasta que su hija Murphy descubre las claves cuando el tiempo ya les ha rebasado.

Su más reciente aventura, no exenta de críticas por parte de ciertos sectores conservadores, lo llevó a reivindicar al físico Robert Oppeheimer (Cillian Murphy, Irlanda, 1976), dotándolo al igual que al capitán Cooper en Interstellar de un humanismo descarnado, cercano a la verdadera personalidad del científico, con todo y su carga de conciencia, pese a ciertas libertades en el guion respecto a los hechos verídicos. Un drama, entonces, que sin descuidar su esencia histórica, se aparta de la tentación de crear escenarios de ficción que buscan enganchar al gran público.

Entre otros premios, la cinta de Nolan se llevó el Oscar a la Mejor Película y el buenazo de Murphy, luego de dar lo mejor de sí en la serie Peaky Blinders (2013) y con el propio Nolan en Batman Begins (2005) y The Dark Knight (2008), el reconocimiento al Mejor Actor.

El próximo filme de Christopher Nolan es un drama épico, una vuelta al origen: The Odyssey de Homero, llevando como protagonista principal a otro actor consentido de su establo, Matt Damon (Cambridge, 1970) personificando al sempiterno héroe Ulises. Su estreno está previsto para julio de 2026.

Junto con La Ilíada, la Odisea es el fundamento de la épica. Cabe preguntarse, en consecuencia, cuáles serán los alcances y límites que se impondrá Christopher Nolan en su narrativa, hasta dónde prevalecerá la ficción o el apego a la verosimilitud del poema clásico. Ya se hizo un intento por llevar a Homero a la gran pantalla, que al final resultó debajo de las expectativas planteadas: Troya (Wolfang Petersen, 2004). ¿La nueva cinta de Nolan será una vuelta al origen de las cintas épicas? ¿O una muestra más del enroque entre historia y ficción que tanto éxito y dinero les ha redituado a realizadores como Ridley Scott? Falta poco para saberlo.


Héctor Herrera nació en la Ciudad de México. Es coleccionista de libros y lector voraz, melómano irredento, amante del buen cine y sibarita por convicción.


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