Era una noche de septiembre cuando tuve el placer de ver la puesta en escena Los Últimos Días de Judas Iscariote en el Centro Cultural Helénico. La historia se desarrolla en «Esperanza«, el nuevo nombre otorgado al anteriormente conocido Purgatorio, que ahora ha sido retratado como un juzgado donde se decide el destino de las almas en pena. Es curioso como cada persona tiene una concepción diferente de un lugar en específico. Hace poco, en una plática entre amigos, surgió el ejemplo de que el cielo podría ser un concierto, solo que cambiaría el tipo de artista. Algunos no creen que exista un cielo o un infierno. También da a pensar que nos enfocamos en justamente eso, el cielo y el infierno, blanco y negro, bueno y malo, cuando existe el medio, los tintes grises, dejamos de lado «el purgatorio«.

Me encantó la idea de retratar ese limbo como un juzgado, una especie de triage para decidir qué hacían contigo y precisamente ese mítico lugar me hizo recordar un cuento que tuve la fortuna de leer en secundaria, proveniente del libro Así se acaba el mundo de Edilberto Aldán. Se trata de una antología de cuentos apocalípticos, en su mayoría mexicanos, que nos otorgan una variedad de escenarios sobre el tan esperado fin del mundo, también entendidos como la destrucción del planeta o solamente la del ser humano. Desde romance, videojuegos, explosiones hasta robots, nosotros elegimos cuál es más acorde a nuestro punto final.
El cuento que hizo que se me prendiera el foco durante la obra de Judas se llama Billete de ida, escrito por Eva Díaz Riobello. La historia nos presenta a Héctor, un chico que pasa una noche de fiesta con sus amigos para celebrar el tan esperado fin del mundo (después de varios avisos). Cuando se vislumbran los primeros rayos del amanecer, entre caminatas borrosas y acompañado de su enamorada, Lorena, se dirigen al tren para por fin llegar a casa. Durante el trayecto observan personas vestidas como extraídas de diferentes épocas pero sin hacerles mucho caso. En un determinado punto Lorena se despide de Héctor, aunque él queda confundido por la parada donde baja ella, una estación llamada Caeli. Tras extrañas señales que empieza a notar el protagonista comprendemos que el fin del mundo sucedió y el lugar donde se encuentra Héctor es el purgatorio, viajando en un tren solo de ida, que dará vueltas y vueltas hasta que sea llamado a descender del vagón. No todo está perdido, ya que se encuentra a dos compañeros que lo salvarán: César, su amigo incondicional y Lili, una muchacha ojerosa de mirada ambarina, quién les otorgará un boleto para regresar al nuevo mundo, ¿de qué forma? no lo sabemos, pero es una manera en la que pueden comenzar de nuevo, tratar de ser buenos esta vez. Como último acto de amor, Héctor le agradece todo a Lili y logra enviarle un boleto a Lorena para reencontrarse una vez más.

Billete de ida es un cuento que se convirtió en mi favorito desde la primera vez que lo leí. Al estar lleno de simbolismos, como el hecho de que Lorena sea llamada en la estación Caeli (cielo en latín) o que la siguiente estación sea Gehena (infierno), incluso que Lili sea la mítica Lilith, hace que la historia sea interesante y que no quieras despegar la vista hasta el final. El hecho de que el purgatorio sea retratado como una estación de trenes con infinidad de estaciones de alguna forma lo hace más digerible que pensarlo como un espacio en el cual tienes que pasar largo tiempo antes de transicionar. Tal vez es como la vida misma, un camino en un solo sentido, sí con desviaciones, pero que terminará en algún lugar, además de que te da la oportunidad de empezar de nuevo.
Así se acaba el mundo es una antología que recomiendo desde el fondo de mi corazón, probablemente por el valor que tiene de haberlo leído a una tierna edad, pero también porque son historias compartidas con la comunidad sobre cómo nos imaginamos nuestro último día. Puede que sea catastrófico, otros lo verán como una especie de alivio, aun así es interesante pensar que un mismo fin puede tener diferentes matices.
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