«¿Lo que sea que te está comandando puede pasar al Nivel 2?»
-Nick Land. Colapso–
Paul Thomas Anderson regresa presentando un film distinto a sus obras más laureadas y más cercana a sus primeras películas, más divertidas y desenfadas, menos estetas y contemplativas. One Battle After Another es más similar a Boggie Nights que a There Will Be Blood pero de manera llana eso no nos dice nada en realidad, porque, ¿Un director tendría que parecerse a sí mismo siempre? ¿Hay más valor en la homogeneidad de forma y discurso que en la experimentación y la diversidad? Creo que esas dos cuestiones se pueden responder tanto en favor de una como de la otra y sin embargo, el debate seguiría existiendo y seguiría siendo pertinente, un autor es y debe ser lo que él busca ser sin cerrar la búsqueda a una voz distinta cada vez, pero siendo fiel a su forma de ver el mundo.
PTA cumple con esta forma de ver el arte y en particular con la forma de ver al artista dentro del séptimo arte, en donde presenta en cada una de sus películas una forma distinta de contar su visión del mundo cambiando y preguntándose de que manera es la única en que esta visión puede ser representada dentro del discurso que se busca representar. En One Battle After Another, Anderson toma como base la novela de Thomas Pynchon Vineland y la adapta muy libremente, dejando de base la esencia de la novela, la forma en que está narrada, Alejandro G. Calvo lo llama en su crítica con un ritmo estilo jazz, en donde las percusiones, la constante aceleración y los compases se notan conforme lees y en la cinta se sienten en cada cambio de escenario, de situación o incluso en cada disparo, la película comienza su aceleración y la mantiene de forma constante hasta llegar a un punto en que es imposible mantenerla porque la audiencia entraría en una especie de transe de sobre saturación y empalagamiento que ocasionaría un rechazo o en unas expectativas altas que no pueden ser cumplidas. Anderson no lo hace, frena de golpe en el momento justo y logra que las llantas no derrapen ni la audiencia se vaya de narices contra el asiento de enfrente.

OBAA es una película diferente en muchos aspectos, es una película que no busca contar la historia y entretener solamente, es un “manifiesto”. Pynchon ha usado toda su obra como un manifiesto de completo rechazo y resentimiento contra la situación actual del mundo y Anderson adapta esto y lo hace suyo, se vuelve un manifiesto contestatario y rezongón, sabiéndose limitado por su naturaleza de cinta de estudio con millones de dólares de presupuesto y con una necesidad de recaudación y éxito comercial. Anderson es consciente de esto y se burla de sí mismo y de su posición de revolucionario de sillón, en este caso, de estudio, pero eso no evita que utilice toda la plataforma de la que se ha podido valer en todos sus años de carrera para exponer lo que piensa de la realidad del mundo y particularmente de su país, tan jodido y tan desgraciado.
La revolución.
La cinta no puede ser descrita de una forma particular, cualquier sinopsis se quedaría corta y no abordaría todas las aristas, es una comedia, pero también es una película de guerra, es una película del ejército y también es política, de denuncia y también de guerrilla, es quizá, la gran película sobre el desencanto arrastrado desde el siglo XX y que está mostrando los síntomas de la enfermedad más agresiva y mortal en esta mitad de la segunda década del siglo XXI. Es sobre la revolución que no fue y eso es el mayor valor que presenta, puesto que, dentro de todas sus críticas, parodias, representaciones exageradas y burlescas, se sabe insuficiente para representar en totalidad a los que vencieron a la revolución, representar a los que se quedaron con el control del mundo.
Es la crónica de la revolución que no fue, pero que puede ser, Anderson, consciente o inconscientemente, representa una lucha latente y cada vez más abierta, la reconstrucción, fuera de arcaísmos y parafernalia de guerrillas del siglo pasado, de la revolución, presentada de forma llana y clara como, ayudarnos mutuamente sin mayor intención que poder estar mejor juntos, todo representado en el personaje de Benicio del Toro, que se vuelve el sostén de su comunidad sin necesidad de elaborados planes, contraseñas y claves que solo obstaculizan la posibilidad de ayudarse entre sí, sino tener completa convicción en que todo va a estar bien después de todo.

Ese es el manifiesto de Anderson, el buscar otras formas de hacer la revolución, fuera de lo que ya fracasó, recordar los fracasos y construir algo a partir de ello, de hacerles frente y gritarles pinches puercos a la cara, juntos, y saber enfrentar con coraje lo que sigue, sabiéndonos ya perdedores de por sí, sabiéndonos extraños en nuestra tierra pero contando con una identidad entre los nuestros.
OBAA no es perfecta y cuenta con algunos excesos que pudieron ser pulidos en el cuarto de edición, pero no son si quiera significativos en comparación con su propuesta narrativa, visual, artística y quizá la más importante sin buscarlo abiertamente, política. La revolución no será televisada y definitivamente no será filmada por PTA, pero el manifiesto de la siguiente revolución sí puede encontrar sus bases, sus líneas y sus matices, en el metraje presentado por el californiano, en donde, definitivamente nos explica, de forma irónica y burlesca, que si queremos (y deberíamos sin pensarlo demasiado) hacerle frente a los encargados de dirigir este mundo tan desolado y lleno de sufrimiento, de desazón, de marginalidad, de dolor, de rechazo y profundas divisiones, debemos estar preparados para enfrentarnos a una batalla tras otra.
Jair Ponce es de Guadalajara, Jalisco. Estudiante de licenciatura en Historia en la UDG y asistente de investigación. Crítico de cine, con una columna semanal de reseña de películas en Gaceta UDG. Ha escrito para el blog digital Séptimo proyector y la revista electrónica vuelo libre.
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