Estamos a días de celebrar una de las festividades que más gustan a los fanáticos: por un lado, nuestra tradición mexicana del Día de Muertos; pero tampoco podemos negar la festividad de octubre por excelencia: el Halloween.
En estas fechas es común ver películas del género, y qué mejor pretexto para mí que aprovechar la ocasión para mirar esas cintas de culto que, por una u otra razón, no había tenido tiempo de ver. Esta aventura la comencé con un clásico de Carlos Enrique Taboada: Hasta el viento tiene miedo, película que se estrenó en 1968 (pues, a pesar de contar con un remake más moderno, quiero concentrarme en la versión original).
Con grandes nombres dentro de su elenco, como Marga López, Alicia Bonet, Elizabeth Dupeyrón y Norma Lazareno, nos encontramos dentro de una institución para señoritas que, castigadas por un hecho cualquiera, se quedarán durante las vacaciones a merced de un fantasma que ronda el recinto con terribles intenciones.

La trama es, a estas alturas, más que conocida, y no será complicado buscarla en internet para los despistados, como yo, que no la hayan visto aún. Por eso mismo, no busco concentrar mi comentario en describirla, sino en hablarles sobre la experiencia de verla por primera vez, casi sesenta años después de su estreno.
Sabemos que estos títulos son considerados películas de culto, y eso se debe a varias razones. Para comenzar, fueron de las primeras producciones mexicanas que exploraron el cine de terror sin convencionalismos y con historias propias (no como suele suceder en la actualidad). Esto dio la oportunidad a directores jóvenes de marcar un estilo e imponer un estándar a seguir.
Puedo decirles que la primera escena es, aún a la fecha, una muestra visual de cómo la mente del espectador completa la imagen y, en el lenguaje semiótico, menos es más. Con un juego de cámaras, luces y sonidos, entramos de lleno en la atmósfera que impregnará toda la trama: un misterio con una muerte implícita y la inestabilidad emocional de la protagonista.
Escenas clave aportan el toque cómico en la personificación de Kitty, la alumna rebelde que da un tono pícaro y sexy, alejando la idea de una escuela infantil, lo que permite a su vez dar un tratamiento más adulto al discurso de los personajes y sus anhelos.
El juego de luces y las tomas cerradas completan la intimidad necesaria para lograr el velo de misterio, acompañado de una edición de sonido que, para la época, debió representar un reto para la producción.

La película lo tiene todo: un misterio, un espectro atormentado, unas chicas inocentes, una directora rígida que solo piensa en seguir las normas, un jardinero que guarda información para sí mismo, una maestra joven que trata de mediar entre la rigidez y la inexperiencia, y hasta un doctor que basa sus apreciaciones únicamente en las ciencias duras, sin espacio para especulaciones.
Como siempre, todo esto se sostiene porque la historia, en primer lugar, está bien ejecutada y lleva al espectador a donde promete, sin desviaciones y manteniendo siempre la intriga. Quizá, para unos ojos de esta época, el misterio no sea tan impactante como debió ser en su estreno allá por 1968; aun así, eso no demerita que se pueda disfrutar perfectamente mientras se desenvuelve la historia de estas señoritas y cómo logran sobrevivir a su castigo.
Si, como yo, disfrutas del género de terror, no dejes de ver este clásico que marcó la pauta para proyectos posteriores, estableciendo las bases de lo que sería considerado un digno cine de terror nacional.
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