El corazón en la oscuridad: Blade Runner y Metrópolis.

Por Sebastián Valladares.

La primera impresión de Blade Runner es de una ciudad que exhala fuego bajo una noche inacabable, lo cual le permite exhibir sus neones futuristas. Su magnificencia es palpable en el ojo anónimo que ve este escenario en los primeros planos. Todos son pequeños en la metrópolis de Blade Runner. Por el contrario, la visión de una ciudad en blanco y negro, donde las luces y sombras son parte de la forma esencial, cuya arquitectura babilónica deslumbra hasta que vemos la explotación detrás de esas paredes son la bienvenida de Metrópolis.

Ridley Scott nos sitúa en el año 2019, mientras que Lang, en el 2026. La diferencia de épocas no implica que no exista similitud temática: Alienación, como producto del sistema en el que los obreros no son reconocidos como personas y laboran en grupos enormes, y la búsqueda de identidad. Pero de entre miles de habitantes de una ciudad que parece nunca dormir, ¿es posible para alguien hacer un cambio? Aquí es cuando nos empezamos a dividir entre ambas obras.

En Blade Runner los personajes tratan de descubrirse a sí mismos, tal como en Metrópolis hay una búsqueda por parte de terceros para encontrar el origen: La creación de un ser con la voluntad limitada. Esto es algo que la obra de Scott tendría muy en mente: Aquellos creados no pueden desear más que los límites impuestos por quien los concibió. Quizás el más grande pecado en Blade Runner no está representado por estatuas, sino por la muerte de Dios en manos de su primogénito, Roy Batty, el replicante que le suplicó por vida a su creador.

Pero de entre tantas copias, siempre hay una figura que resalta: La femenina. Si Dios hizo nacer al hombre, ahora es este último quien le da vida a la mujer. Esta figura, tanto presente como una salvación a la vida rutinaria y vacía del hombre como una conflictuada, se vuelve fundamental para el protagonista. Pero por jugar con aquello prohibido, tarde o temprano el castigo (por parte de aquellos subyugados por la sociedad) termina cayendo sobre aquel insensato.

Deckard no es un mediador como Freder, sino todo lo contrario, es aquel que solo cumple las órdenes para sellar una ruptura manchada de sangre. Y es en esta lucha que encuentra una luz, la de la replicante Rachael, la cual, a pesar de tener poco tiempo antes de extinguirse, lo guía en un camino repleto de oscuridad, y le ayuda a comprender sobre las memorias que les implantan a los replicantes. Así por su parte, Freder encuentra una mujer, Maria, que amplía su visión y le inspira a luchar por la clase inferior de manera pacífica. Sería esta mujer el objetivo del dictador, buscando reemplazarla por una inteligencia artificial, la cual posee la inteligencia emocional del científico que le dio vida, que termina encandilando a los trabajadores para que caigan en la violencia. Memorias falsas en cuerpos inertes son una característica de estos dos personajes, la primera en búsqueda de la vida, y la segunda, agente del caos.

La existencia de Deckard sigue sin encontrar un rumbo, es solo uno más en la metrópolis. No es un héroe salvador. Aun así, este camino se define por el amor que tiene a la replicante. Alguien que no va a vivir mucho, pero, al final, ¿quién sí vive? Si la muerte nos acecha en cada esquina, ¿eso es lo que hace especial la vida? No todas preguntas de Blade Runner pueden ser respondidas por medio de Metrópolis, pero sí encontramos un descubrimiento trascendente: El corazón es aquel único mediador entre la mente y las manos. Posiblemente aquello que ocasionó que Roy Batty salve a Deckard de la muerte en el tejado fue justamente ese corazón. El corazón que lo impulsó a ir en contra de su programación, y convertirse en alguien más.


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