Hoy se cumplen 100 años del nacimiento de Ignacio López Tarso y lo celebramos recuperando nuestro homenaje al gran actor mexicano.

Los albañiles (1976) – Jorge Fons
Por Víctor Rivera Córdova
Dirigida en 1976 por Jorge Fons y basada en la novela homónima de Vicente Leñero, Los albañiles es una de las películas más entrañables del realizador mexicano. Junto a grandes producciones como Rojo amanecer o El callejón de los milagros; Los albañiles destaca dentro de la filmografía de Fons por el retrato realista que llega a hacer de la sociedad mexicana dentro de este microcosmos de obreros, representando las problemáticas sociales a las que se enfrenta. Logrando tornarse universal, al retratar también muchas de las complejidades económicas, sociales o de deficiencias en el sistema judicial, que aquejan a la población latinoamericana incluso hoy en día, a pesar de haber pasado casi 50 años desde la producción de esta película.
Ambientada en torno al asesinato de Don Jesús (el vigilante de una obra en construcción), la película narra de forma magistral y anacrónica, los motivos que pueden haber llevado a un conjunto de personajes para deshacerse de este cuidador. Interpretados de manera coral por las grandes estrellas del cine mexicano (tanto de la época dorada como del cine moderno que se desarrollaba), destacan los nombres de David Silva, Katty Jurado, José Carlos Ruiz, Adabelto Martinez “Resortes”, Salvador Garcini, Salvador Sánchez, Eduardo Cassab, o Ignacio López Tarso. Es precisamente sobre los hombros del recientemente fallecido y querido Ignacio López Tarso, que descansan los momentos más emblemáticos de esta obra, pues interpreta a un “don Jesús” de apariencia bonachona pero de una profundidad asombrosa, que con sus acciones y con los secretos que oculta, logra articular y catalizar las acciones de todos los personajes de este universo laboral.
Técnicamente, Los albañiles es una película de muy buena factura, puesto que si bien hace uso de composiciones fotográficas funcionales y sutiles, o de un montaje invisible cuyo ritmo está condicionado principalmente por las interpretaciones de sus actores; son precisamente estas decisiones de realización las que permiten que las actuaciones de este elenco magistral resalten aún más, generando un equilibrio entre ellas y haciendo que la película se mantenga fresca y memorable, a medio siglo posterior a su realización.

El hombre de papel (1963) – Ismael Rodríguez
Por Gabriel Espejo
La película basada en la obra literaria El billete de Luis Spota retrata a un hombre en edad de trabajar, pero con una condición que lo convierte en un fenómeno para la mayoría. “El mudo” como la gente se refiere a él no tiene una identidad, pero sí una personalidad desconfiada, el primer rasgo que muestra el director Ismael Rodríguez en la escena del robo, sincretiza la aspiración por tener dinero en una sociedad envuelta en el discurso de la modernidad, los mediados del siglo veinte.
Miseria. Discapacidad. Menosprecio. Prejuicio. Burla. Desconfianza. Engaño. Conceptos que rodean como sombras el mundo del personaje encarnado por una magistral actuación de Ignacio López Tarso; pero El Mudo parece no ceder a los intentos seductores, sin importar que tengan la voz de la mujer deseada, de la vecina de las tandas, del anticuario paternalista, o del amigo trabajador que lo cuida como hermano mayor. Todos ellos terminan volviéndose un personaje ambicioso, que por diversos medios intenta quedarse con el billete de un valor que nunca han visto en sus vidas.
El punto cumbre es el grupo paupérrimo sospechando ante el extraño comportamiento de por sí, de aquel que escuchaba, pero no hablaba, de quien incluso podía sostener una conversación telefónica soplando a la armónica. ¿Algo más surreal? Posiblemente el intento de la magia del anticuario cuando inyecta la levadura de su avaricia en el montón de billetes enjaulados. Es destacable la invitación desinteresada de las mujeres de la casa hogar quienes le confiesan lo insuficiente de su riqueza material para ser padre. Una lección que debería ser aprendida por millones.
Contiene, sin embargo, un final que cede ante la esperanza del espectador inocente: después del desengaño por enfrentar la falta de vida de Titino, el muñeco de ventrílocuo donde gastó el billete de $10,000, el Mudo recibe lo que en un principio que no vemos había perdido, la compañía de un canino, y justo al paso la compañía de una mujer en la forma de una sonrisa desinteresada, y de una conversación que, no sabemos, pudo ser para toda su vida.

El gallo de oro (1964) – Roberto Gavaldón
Por Fernanda Téllez
Las peleas de gallos son un sello en las tradición mexicana y así lo reflejó en su último libro que escribió Juan Rulfo El gallo de Oro, que en 1964 adaptó Roberto Galvadón a la pantalla grande. Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez colaboraron en la escritura del guion.
Dionisio Pinzón es personificado por Ignacio López Tarso, y es un hombre que encuentra a un gallo a punto de morir, tras haber sido vencido en una pelea y al cual llama su gallo de oro. La historia se encuentra llena de diálogos y dichos populares, los personajes cuentan con acentos coloridos y pertenecientes a pueblos aledaños. Las locaciones fueron elegidas para detonar paisajes mexicanos, como Peña de Bernal, San Juan del Río , Tlaquepaque y Zacatecas, entre otros. En cada escena hay música regional, caracterizando corridos de la época, que son cantados e interpretados por la cantante y actriz Lucha Villa. Los clichés son muy evidentes como la lotería. El “Machista”, “La mujer-objeto”, “El bigote”, característico de los hombres de aquella época.
El juego de azar y la suerte son el hilo conductor de la historia, que Galvadón aposto para recrear visualmente esta pieza de la literatura. Es una película obligada, ya que no sólo es mexicanísima, si no que cuenta con un contenido, para analizar, discutir y ser estudiado por generaciones. Ya que marco un estilo y normalizo esa imagen mexicana (que reniegan algunos), ante el mundo.

Días de otoño (1963) – Roberto Gavaldón
Por Anahí Vargas Carbajal
Tres años después del éxito de Macario, el equipo Gavaldón – López Tarso – Pellicer – Figueroa – B. Traven volvería a reunirse para contar el cuento del autor titulado Frustration bajo el nombre de Días de Otoño, un melodrama con tintes hitchcockianos de 1963 en el que la inocente Luisa (Pina Pellicer), tras la muerte de su tía, llega sola con su alma a la gran Ciudad de México para empezar una nueva vida… o nuevas vidas. Ahí conoce a Don Albino (Ignacio López Tarso), el dueño de una importante pastelería en la que ella comienza a trabajar; respetuoso caballero de armadura varonil pero sensible, que encuentra en Luisa a la muchacha seria con quien le gustaría abandonar la viudez que lo acompaña y formar una familia junto a sus dos hijos pequeños.
Rápidamente, Luisa demuestra su talento en la repostería centrando las miradas de quienes la rodean en ella, por supuesto la de Don Albino, pero su renuencia a socializar y a la apertura -principalmente sexual- que le impone la gran ciudad perfectamente representada en la Rita de Evangelina Elizondo, la llevan a magnificar una situación que involucra a un novio miserable y que termina convirtiéndose en una mentira salida de proporción y de su psique misma. Tras la decepción amorosa ocasionada por el misterioso novio que la deja plantada en el altar, Luisa tiene que mantener la apariencia de ser una mujer felizmente casada y a punto de formar una familia para no decepcionar a los demás.
La venda de esta mentira construida por sí misma no le permite ver que se ha convertido en el espíritu navideño de su jefe y que su necesidad de amor busca ser satisfecha por un desesperado Don Albino, quien en un arquetipo masculino completamente alejado del macho mexicano que el mismo López Tarso había representado, ahora encarnaba al hombre que expresaba su amor a través del cuidado y la protección que el cine mexicano en mutación de los 60s exigía. Todos esos lineamientos los cumplió con creces el trabajo sobrio de Ignacio López Tarso intercambiando aquí el protagonismo con Pina Pellicer y dejándola brillar en esta melancólica historia que se come ella solita, como lo platicaron tres años atrás: ‘‘yo también he querido algo para mí sola, para no darle a nadie, ni siquiera a ti’’, y aquí él fue el que entendió.

En busca de un muro (1974) – Julio Bracho
Por Sandra Cárdenas Quiróz
Uno de mis lugares favoritos en mi terruño (Guadalajara, Jalisco) es el Instituto cultural Cabañas, siempre me han parecido majestuosos los murales de ese recinto, particularmente El hombre en llamas del gran pintor muralista Jalisciense: José Clemente Orozco. Hace poco encontré por casualidad, una película basada en su vida la cual me sorprendió gratamente pues estaba protagonizada por uno de mis actores favoritos, el gran Ignacio López Tarso.
La película se llama: En busca de un muro del año 1974 bajo la dirección de Julio Bracho; quien toma como punto de partida la estancia de Clemente Orozco en Nueva York, en las décadas de 1920 y 1930. A través de flashbacks y de la maravillosa actuación de López Tarso, nos vamos adentrando en la vida, obra y vicisitudes que tuvo que pasar el protagonista para poder realizar el gran legado que nos dejó.
Esta película es un precioso homenaje a la vida y obra del muralista José Clemente Orozco, pero también para el gran actor que le dio vida, pues gracias a esta y película y toda su filmografía, nos demuestra porque fue y será un icono del cine mexicano. Gracias al gran Ignacio López Tarso.

Rapiña (1975) – Carlos Enrique Taboada
Por Armando Navarro
Porfirio (Ignacio López Tarso) y Evodio (Germán Robles) son dos leñadores humildes que llevan una entrañable amistad. Día a día sortean las dificultades de su precaria situación apoyándose y trabajando juntos. Un buen día, mientras Porfirio come en el monte, un avión se desploma por encima de él, regando muerte y destrucción. Cuando el inocente hombre se acerca para revisar la zona, descubre que no hay sobrevivientes, en cambio, encuentra un montón de objetos de valor. Luego de confesar el hallazgo a su esposa Rita (Rosenda Monteros), Porfirio invita a Evodio a ir al lugar del accidente.
Los dos amigos empiezan a tomar sin reparo las piezas de valor de los cadáveres, cuando descubren a dos carboneros curiosos con las mismas intenciones. Será el inicio de un descenso a la muerte y la locura, que solo la ambición puede detonar. En la secuencia inicial de Rapiña (1975), el personaje interpretado por Ignacio López Tarso machetea despiadado troncos de árbol para derribarlos; con esa misma determinación y facilidad, Porfirio no dudará en acabar con los desconcertados carboneros ante la sorpresa de Evodio. Lo que sigue se convierte en una sucesión de suspenso en el que los personajes se van ahogando: la desconfianza, las mentiras, las dudas y la culpa los azota de diferentes maneras.
Mientras Evodio se detiene a analizar qué pensará Dios de sus acciones, las esposas de ambos hombres empiezan a soñar con las posibilidades que el dinero puede darles; Porfirio, no se detendrá ante nada ni nadie una vez que su alma corrupta se ha liberado. El director Carlos Enrique Taboada delinea un estudio sobre la siempre imprevista naturaleza humana. Los constantes primeros planos de López Tarso, en una de sus excelsas interpretaciones (nominación al Ariel), son el reflejo de esa inestabilidad que la codicia provoca: si al inicio Porfirio llora desconsolado, después pasa a ser un prófugo y un asesino atroz, finalizando su andar completamente solo, ante la vastedad de un desierto que lo engulle. El buñuelesco plano de Evodio tirado, mientras el polvo lo cubre todo, es el resumen siniestro de un filme que como los mejores de Taboada, se infesta de desesperanza.
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