México, un país reconocido a nivel mundial por el tratamiento festivo que se le brinda al concepto de la muerte y en donde, entre risas y lágrimas, celebramos a aquellos a los que queremos mucho pero que ya no podemos ver. Bien lo dijo Guillermo del Toro en aquella entrega del Golden Globe de la cual surge su famosa frase ‘‘porque soy mexicano’’ para explicar la veneración que extendemos hacia ese intangible emblema colectivo como un proceso natural o extensión de nuestra trascendencia: ‘‘es el abordaje a un tren que va hacia un mismo punto y nosotros, como mexicanos, mientras llegamos a ese destino final, vamos a vivir ese trayecto saboreando la belleza, el amor y la libertad’’.
Bajo este concepto, ¿cómo comenzar a hablar de una película que irradia entonces tanta mexicanidad como Tótem, la más reciente película de la cineasta Lila Avilés, habiendo tantas líneas desde donde abordar ese tren, tantas cosas que seguramente se habrán dicho ya, y tantos palmarés a lo largo y ancho del mundo? quizás hablando precisamente de la mente detrás y el porqué resalto la palabra cineasta.
Si hay quienes entienden al cine desde su esencia como el conducto para contar historias a través de la imagen en movimiento dentro de la actual escena mexicana, pienso en Alejandra Márquez Abella y en Lila Avilés. Lila está dotada de pericia al momento de narrar historias honrando los elementos que construyen el lenguaje cinematográfico de una manera que contados realizadores mexicanos osan de hacerlo; logrando, además, mantener la congruencia de los símbolos con su narrativa sin rebuscar de más los significados. Es decir, de una manera natural que no pone a luchar a la razón contra la emoción, Avilés comunica con éxito a través de la imagen historias repletas de cotidianidad, de fácil identificación, sin que estas pierdan la complejidad ni la belleza de la dramaturgia cinematográfica.

En el que es apenas su segundo largometraje, la directora y guionista nos adentra precisamente a un día cotidiano en la vida de una familia que ha tenido que aprender a convivir con la muerte durante la fase de la enfermedad; es decir, a hacer de su día a día un duelo anticipado, tanto con la esperanza como con la resignación luchando por predominar dando paso mayormente a la maldita y desgastante incertidumbre.
Tótem se presentó con gran éxito en el pasado Festival Internacional de Cine de Morelia ganando los Premios del Público a Mejor Largometraje Mexicano de Ficción, Mejor Largometraje Mexicano de Ficción y Mejor Dirección de Largometraje Mexicano de Ficción, y en donde la homenajeada de honor fue la actriz y directora Jodie Foster. Durante un Q&A, a Jodie se le preguntó qué era lo que ella buscaba contar como actriz y/o directora, a lo que ella respondió que lo único que le interesaba a ella es que se tuviera verdad, y esa es la mayor proeza de Tótem: es una película rebosante de verdad.
A través de cada uno de los miembros de esta familia conocemos los diferentes estilos de afrontamiento ante la pérdida de un ser querido, siendo el principal el de una niña pequeña llamada Sol (Naíma Sentíes), la hija de Tona (Mateo García Elizondo), un pintor que está en la víspera de celebrar lo que parece ser uno de sus últimos cumpleaños en una fiesta que está organizando su familia durante el día que estamos atestiguando y que sirve para escenificar la evitación, sobrecompensación o rendición de los miembros de una familia ante el inminente futuro.
En la que podría entenderse como una hermana espiritual de aquella maravillosa Los Insólitos Peces Gato (2013, dir. Claudia Sainte-Luce) tanto en premisa como en símbolos, Lila Avilés maneja impecablemente una de las mayores dolencias del cine mexicano: los diálogos. Es común escuchar conversaciones o soliloquios mexicanos en pantalla que parecen textos escritos específicamente para el cine estadounidense que solamente buscaron una traducción rápida. Aquí, por medio de una trifecta guión-dirección [de actores]-actores, la película se mueve a través de un uso muy natural del lenguaje que nutre de fluidez a las conversaciones entre personajes, las cuales fácilmente pueden resonar con fuerza en la vida de cualquiera de nosotros como espectadores escenificando frente a nuestros ojos momentos que seguramente nos recordarán a nuestros propios álbumes familiares. A estas alturas, es hasta refrescante escuchar una película mexicana con diálogos congruentes a nuestra identidad y esa es una de las mayores virtudes de Tótem.

Pero para que unos diálogos tan naturales y tan bien escritos en el papel cobren vida de manera efectiva, se necesita de un buen ensamble de actores que los lleven hasta donde tienen que llegar y los cuiden en ese trayecto con la verdad de la que hablo. Destaca el trabajo de Montserrat Marañón como Nuria, hermana de Tona, personaje al que vemos todo el tiempo concentrada en la situación principal, sea desde la celebración hasta la evitación. Montserrat, con su característico encanto natural, se comprueba nuevamente en el drama ante los ojos que aun no la conocen en todo su esplendor y humaniza acertadamente el espíritu, el tono, de la película: una historia que se cuenta con gracia sin dejar de lado el dolor, como lo es el viaje de la vida misma. A ella se une la extraordinaria Teresita Sánchez como la enfermera Cruz, representando la empatía en forma de abrazo cálido y hombro para apoyarse que se necesita durante los procesos de despedida; Marisol Gasé como Alejandra, la otra hermana de Tona, encarna de cierta manera a la aceptación del próximo final mientras que Alberto Amador Pizá como Roberto, el padre de familia y hombre de ciencia, es la absoluta negación con todas las privaciones emocionales que eso conlleva.
Una pieza interesante dentro de ese engranaje familiar es el de Lucía, interpretada por Iazua Larios, la ex-pareja de Tona y quien le brinda una verdadera celebración en la más inocente de las intimidades desde una perspectiva completamente opuesta al conflicto o resentimiento que suele representarse entre las ex-parejas o familias que ya no lo son, forjando una de las secuencias más genuinamente enternecedoras del cine mexicano en los últimos años.
A la par del ensamble adulto, no se puede obviar el talento infantil de esta película. Naíma Sentíes hace un trabajo preciso como una niña abrumada por sus propios cuestionamientos tras ver a la muerte de frente sin reconocerla del todo. A través de ella, creo que queda claro para los adultos que buscan evadir el tema de la muerte con los niños o que estúpidamente creen que está más allá de su entendimiento que esto último es una falacia, y nos aproxima a todo lo que los niños – aunque en apariencia inexpresivos- pueden estar viviendo dentro de sí ante sus primeras confrontaciones con la pérdida. De igual forma, Saori Gurza como la pequeña Esther es ese respiro de aire fresco para el espectador que brinda la divertida inocencia de los niños.

Como una cierta remembranza a lo que hizo Carlos Enrique Taboada ocultando los rostros de los adultos en Veneno para las Hadas (1986), o Emmanuel Lubezki y su manejo de la altura de la cámara en The Tree of Life (2011) para ir mostrando la perspectiva de un bebé que va creciendo, en Tótem destaca un uso similar de la cámara para ponernos a la altura de la perspectiva de las niñas -principalmente de Sol- y de los adolescentes para ver el mundo como ellos lo ven sin dejar de percibir el contexto que los rodea, pero no poniendo todo el foco en el, sino en los rostros de los miembros más jóvenes. De esa forma, nosotros como espectadores, o como visitantes de esa casa, podemos observar no sólo sus reacciones, sino el cómo les afecta y cómo procesan todo lo que perciben en su entorno.
Dicho lo anterior, enmarcada en un 4:3 e iluminada con la cálida fotografía de Diego Tenorio, la película resulta en un poema intimista a la despedida y a la trascendencia para poder verles sin resentimiento pero tampoco con caretas de falsa resignación, sino a través de todos los matices emocionales que nos conforman como seres humanos.
México, un país reconocido a nivel mundial por el tratamiento festivo que se le brinda al concepto de la muerte, buscará también ser representado por Tótem en la próxima entrega de los Premios Oscar de la mano de ese prodigio de nombre Lila Avilés.
La película está disponible en la plataforma Netflix.
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