En conversaciones terrenales que cualquiera de nosotros habrá podido llegar a tener, por ahí o por allá hemos escuchado a alguien quejarse de su mala memoria o deseando tener la memoria privilegiada de alguien más; tratando de deducir cómo memorizar información o cómo le hacen los demás para recordar desde el dato más importante hasta al más irrelevante; pero somos aquellos que por alguna u otra razón poseemos una memoria tan adherente como el velcro, los que sabemos que esta virtud puede ser tanto una bendición como una maldición.
El controversial director y guionista mexicano Michel Franco, profeta en otras tierras menos en la suya, regresó al Festival Internacional de Cine de Morelia, una de sus tantas casas alrededor del mundo, en esta ocasión para presentar Memory, un romance -para sorpresa propia y de muchos- entre dos almas melancólicas que se encuentran entre recuerdos vagos y dolorosos para aprender a compartir el espacio y tiempo presente.
Sylvia (Jessica Chastain) es una madre soltera, alcohólica en recuperación, que se divide entre el cuidar a su hija adolescente de los peligros inminentes, su trabajo en un centro para adultos con problemas de salud mental y el sobrevivir a los fantasmas que la acechan desde que era una niña. Sylvia es eso: un personaje que no vive, sino que sobrevive. Un día, mientras trata de sobrevivir a la vida social en una reunión de preparatoria, se topa con Saul (Peter Sarsgaard), un misterioso hombre con demencia que la sigue hasta su casa y la espía durante toda la noche bajo una tormenta. Es a la mañana siguiente, cuando Sylvia investiga la identidad del enigmático tipo, que comienza el cuidado mutuo de dos memorias rotas y carcomidas por el tiempo.

En Memory, Michel Franco se aleja todavía más de todo aquello que alimenta el prejuicio en su contra como realizador -a título personal: de premisas interesantes pero ejecuciones fallidas- y se percibe a un narrador con objetivos claros y una ejecución acertada. Sobrio y mesurado sin pretensiones exacerbadas o rebuscadas, pero principalmente vulnerado y sensible. Un realizador cuyo único fin es contar una historia, sin dejar de estar enmarcada en un contexto frío y opaco, entre dos personas carentes que encuentran un cálido complemento en el otro.
Aunada a la claridad de Franco, la belleza de la película recae en las manos de una extraordinaria dinámica actoral entre Jessica Chastain y Peter Sarsgaard. Ambos actores dotan de sutileza a sus personajes durante el crecimiento de su relación como pareja, como individuos, o como miembros de una familia forjando momentos conmovedores sin caer en la cursilería o en el egoísmo; por el contrario, los bellos momentos de intimidad surgen a partir de la tensión que se forma entre ellos a raíz de la desconfianza que tienen en sí mismos, entregando desprendidamente su persona y sus mentes dañadas a las manos del otro para un resguardo genuino.
¿Ella? una mente atormentada
¿Él? su refugio
¿Él? una mente sin memoria
¿Ella? los recuerdos
Ella, con un historial de abuso sexual invalidado y el cual ha tenido que ahogar hasta su supresión en el alcohol, busca a alguien que pague las culpas entre recuerdos emborronados por la tristeza y el abandono. Él, incapaz de recordar momentos inmediatos -por demencia y quizás también por voluntad propia- pero también incapaz de olvidar las emociones que los buenos ratos provocados por música, comida o una pelirroja le despiertan. Ambos convergen en una historia sencilla, sin perder complejidad, que mantiene el ritmo de inicio a fin y cuyo mayor valor es no pretender contar más de lo que hace, y cuyo creador tampoco deja de lado sus temas recurrentes tal como el cuidado de los otros desde una perspectiva existencialista, que también dejan entrever características dignas del cine de horror en la forma de conducirse de algunos personajes.
Poco queda por agregar a la revisión y al talento más que comprobado de Jessica Chastain, quien en esta película construye un personaje que todo el tiempo rema a contracorriente, contra sí misma, y que encuentra varias caídas entre esporádicos momentos de paz, tal como una adicta. El trabajo de Chastain se mantiene in crescendo todo el tiempo hasta llegar a un momento cúspide de revelación que traspasa la pantalla como un alivio hacia el público gracias a la explosión psicoemocional con la que la actriz rompe la dura coraza de su personaje.
Por su parte, Peter Sarsgaard se mantiene a tono durante toda la película proyectando la vulnerabilidad y fragilidad de Saul sin caer en el grotesco victimismo; de hecho, el actor convierte a su personaje en un ser desconcertantemente carismático que resulta un remanso de paz no sólo para su Sylvia, sino también un respiro de aire fresco para el espectador. Podría decirse que ambos personajes son personas grises, pero a veces son un tono de gris oxford mientras que después son un gris plateado.

El barrio en el que vive Sylvia es feo, parece peligroso y roído por el pasar del tiempo, pero por dentro es acogedor… así dice una línea de la película y justo así es Memory, que tras su exitoso paso por el Festival de Londres, el Festival de Cine de Toronto, el Festival de Cine de San Sebastián, el Festival Internacional de Cine de Morelia y el Festival de Cine de Venecia, en donde Peter Sarsgaard ganó la Copa Volpi a Mejor Actor, está a la espera de una fecha de estreno y muy probablemente a nominaciones al Oscar para los magníficos Jessica Chastain y Peter Sarsgaard.
Sin duda alguna, ver a Michel Franco incursionando en el terreno romántico ha sido un ejercicio práctico mucho más que interesante, incluso me atrevería a citarlo y catalogarlo entre risas contenidas como ‘necesario’. Franco ha logrado una película hermosa sin dejar de lado la desolación y la desesperanza y la cual, curiosamente, no puedo sacar de mi mente y espero que nunca se borre de mis recuerdos.
Anahí Vargas Carbajal es psicóloga de formación, cinéfila por vocación. Editora en Kinema Books. Autora de “The Shape of Water: Commentary on The Shape of Water” (2022) para Academic Medicine. Síguela en X, aquí.
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