Vi esta película por primera vez cuando estudiaba cine. Para los estudiantes, es sin duda un manual sobre técnica y lenguaje cinematográfico. Para los filósofos, un tratado representado en una puesta en escena dramática, que fue también una película que estableció el cine de autor. Para todos, mortales, una reflexión sobre la vida y la muerte.
La cinta responsable de elevar a Bergman como uno de los directores más influyentes del cine, de lanzar la carrera de Max von Sydow y de regalarnos a uno de los más grandes representantes de la fotografía con Gunnar Fischer.
Sin embargo, si no la has visto, quítate de la mente el cine moderno y hollywoodiense. La película toma sus tiempos propios y no busca precipitaciones. Eso sí, estarás ante una joya considerada una obra de arte, pero, se necesita cierto “ojo” para apreciarlo por completo.
¿De qué trata?
En la trama seguimos a Antonius Block, un caballero que regresa a Suecia después de las cruzadas y es allí que se encuentra con un extraño personaje: “la muerte”. A partir de ese momento se convierte en una alegoría y una búsqueda del hombre por Dios y la certeza ineludible de la muerte. Además veremos en algunas escenas los estragos causados por la peste, escenas poéticas sin duda y visualmente impactantes.

En definitiva, es un regalo para la vista pero se necesita, como ya dije, paciencia y un compromiso activo con seguir la trama, esto más que nada porque vivimos una triste realidad en que el espectador quiere las cosas digeridas, para hacer el mínimo esfuerzo ante cualquier contenido que se le presente, algo que se deberá hacer en este filme, pero que valdrá la pena.
En algunos datos curiosos sobre la película, debo resaltar que la misma se filmó en 35 días, cuando el director se recuperaba de una dolencia estomacal y además tuvo que reescribir el guion unas cinco veces, así que estuvimos a pocas casualidades de que esta nunca se llevara a cabo.
Otro dato curioso es que esta película está incluida en la lista de las 45 Mejores Películas de la Historia, elaborada desde el mismísimo Vaticano. Esto, ya debe el lector imaginarse que no es algo sencillo de conseguir, por las implicaciones históricas que se van acumulando.
Una de sus escenas más emblemáticas, es la del cierre de la trama: “la danza macabra” y es de lo más curioso que, debido a los problemas de tiempo que tenía la producción, la escena se filmó con maquillistas, electricistas y asistentes, pues los actores en su mayoría ya habían concluido su jornada laboral. Momentos curiosos que el espectador final desconoce y pasan a la historia.
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