‘Silencio’ (2016) de Martin Scorsese: Fe y Apostasía en el Japón del Siglo XVII.

Por Barbarella D´Acevedo

Silencio —Silence—, es una película estadounidense del año 2016, dirigida por Martin Scorsese, a partir de la novela homónima —Chinmoku—, del autor japonés católico Shusaku Endo, que en 1966, año de su publicación, se alzara con el prestigioso Premio Tanizaki y fuera adaptada al cine en otras dos ocasiones, en 1971, por Masahiro Shinoda y en 1996 por João Mário Grilo, bajo el título Os olhos da Asia.

Scorsese, quien fuera expulsado del seminario en su juventud, y llegaría a definirse en algún momento como “un católico fracasado”, no abandona con el paso del tiempo, el interés por la espiritualidad. Silencio fue un proyecto en que mantuvo puesta la mira por varias décadas, pero no constituye su primera exploración en materia religiosa, en tanto ya en 1988 había dirigido la polémica cinta, La última tentación de Cristo —The last temptation of Christ—, a partir de una novela del autor griego Nikos Kazantzakis. Asimismo, los tópicos fe, y culpa, han estado presentes en buena parte de su filmografía. 

La historia se centra en dos misioneros jesuitas, Rodrigues y Garupe, que llegan a Japón en 1640, con el fin de continuar divulgando su credo, mientras localizan a su mentor, de quien llegara la noticia a Occidente, de que ha cometido apostasía.

Silencio explora la etapa del Kakure Kirishitan —cristianos ocultos— en el Japón del siglo XVII, donde la represión contra la religión católica y sus adeptos fue política del shogunato. Si bien la persecución resultó extrema y sangrienta, según indican los testimonios que han llegado al presente, se puede deducir que probablemente la cultura japonesa no existiría, o al menos no sería la misma, si no se hubiera frenado la entrada del catolicismo en el país, en tanto esta religión, al implantar un credo único y absoluto en otras regiones, no respetó los cultos ni el legado de otros pueblos originarios.

Este es un filme que habla del silencio, en principio del silencio de Dios ante las persecuciones, silencio que se confunde con el abandono, el mismo de Cristo en la cruz: “Eloi, eloi, lama sabactani” —“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”—, que solo se rompe cuando este le habla a Rodrigues para que pise la figura religiosa Fumie, y apostate en público, con el fin de salvar a otros cristianos sometidos a tortura. Después de esto, es Rodrigues quien se adhiere al silencio, por lo menos en cuanto a la externalización de su fe se refiere: no vuelve a rezar públicamente, ni a hablar de Dios, obligado en cambio, a renegar de sus creencias, una y otra vez. Sin embargo, a su muerte, la mujer con la que fuera obligado a casarse, le oculta una cruz rústica entre las manos, y mientras su cuerpo arde en la incineración budista, la cámara enfoca el símbolo. 

El filme devuelve la espiritualidad cristiana a su sentido primigenio… La experiencia personal de Dios que no requiere de palabras, ni de ritos, todo aquello creado humanamente, para propiciar el acercamiento a lo divino, y que las más veces, incluso termina por generar una sensación contraria, de extrañamiento… En otra película también de tono místico, Encuentro con hombres notablesMeetings with remarkables men (1979)— de Peter Brook, un personaje, a tono con la tesis de Silencio, advierte al personaje de Gurdjieff, ante su insistente búsqueda de la verdad: “Cuidado. Lo que llamas aprender, significa iniciar experiencias y creencias que te irán atando como una cuerda y te impedirán conocer, conocer lo que sucede directamente, cuando ni un pensamiento queda entre tú y la cosa que conoces y tú te ves cómo eres, no como te gustaría ser”. 

El mundo ha asistido de manera reciente a las ceremonias relacionadas al funeral del Papa Francisco, así como a las relativas a un nuevo Cónclave, rituales que en lugar de revelar, colocan un velo que aparta, y en su excesiva pompa, por momentos pierden significado; se alejan de la espiritualidad que les dio origen, la humildad de la figura de Cristo, un carpintero, nacido en un pesebre, que expulsó a los mercaderes del templo, y tuvo que recurrir al milagro, para multiplicar panes y peces y alimentar a la multitud de seguidores y que fuera enterrado en un sepulcro por caridad; la humildad de Cristo y sus apóstoles, así como de los primeros cristianos, también perseguidos, ocultos en las catacumbas, en silencio… El cristianismo fue en sus orígenes una religión de los pobres, que llevó esperanza a esclavos y pobres, por eso caló en Occidente… Inevitable pensar entonces, ante el distanciamiento esplendoroso de la suntuosidad ecuménica actual y la contrastante cinta de Scorsese, en otro clásico, la película de Franco Zeffirelli, Hermano sol, hermana lunaFratello sole, sorella luna (1972)—, donde san Francisco de Asís, se presenta ante el Papa Inocencio III, quien en su representación bizantina, pareciera salido de un cuadro de oro de Klimt: el Sumo Pontífice, alcanza un instante de lucidez ante el encuentro con el poverello, para que la iglesia católica del siglo XIII, ya por entonces opulenta y decadente, pueda renacer en su sentido originario, con la fundación de la Primera Orden Franciscana. San Francisco, “Il pazzo di Assisi” conocía los misterios de la austeridad, otra manifestación del silencio, el necesario silencio, opuesto a tanta fastuosidad, sabía también de la ausencia de arrogancia, al punto de emprender la reconstrucción primero de la Capilla de San Damián y luego de otras, con sus propias manos, tras escuchar la voz que procedente de la Cruz, le ordena: “Francisco, vete y repara mi iglesia, que se está cayendo en ruinas”.

El silencio de Silencio, el silencio de Dios y de Rodrigues, como protagonista, se vuelve una experiencia clave, transformadora, que indaga en el sentido de la espiritualidad, más allá de una práctica religiosa concreta, o su liturgia. “(…) incluso si Dios hubiera estado en silencio mi vida entera, hasta el día de hoy, todo lo que sé, todo lo que he hecho, habla de él”, dice el protagonista, tanto en el libro de Shusaku Endo, como en la película. El silencio, cierto es, podría interpretarse en primera instancia como renuncia y cobardía. Sin embargo, no es Cristo, que se entregó para salvar a la humanidad, quien exige sacrificios, sino el ego, no importa si ego de mártir… Es así que el silencio se vuelve gesto ardido, y en esta historia deviene palabra, verbo, pero sobre todo testimonio de vida, también ante el resto, la comunidad dispersa de perseverantes cristianos japoneses… Paradójicamente, el silencio —o vacío— inunda la religiosidad y la cultura nipona, como categoría esencial en el zen; y deviene en el relato de los misioneros la única vía para llevar adelante una fe profunda, como si la tierra en que este se desenvuelve impusiera su propia filosofía. Más allá del recogimiento impuesto, el mutismo implica en la cinta la vivencia trascendente del cristianismo, incluso ante la hostilidad del medio circundante. Porque el filme de Scorsese no habla del Dios del clero y las iglesias, sino de ese Dios que solo se puede hallar a través de la experiencia personal, incluso en los momentos de duda, ese Dios que, en su silencio, abraza también los silencios de otros.


Barbarella D´Acevedo es escritora, profesora y editora. Teatróloga, graduada del ISA y del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Su obra ha sido editada asimismo en diversas antologías a lo largo del mundo. Cultiva disímiles géneros: novela, cuento, poesía, literatura fantástica, literatura erótica, periodismo, crítica, teatro, literatura para niños y jóvenes. Ha sido traducida al francés, al inglés y al esloveno. Es considerada una de las voces jóvenes importantes en la Cuba actual.


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