Por Hector Herrera.
En la antigua Roma un género literario se distinguió por estar reservado solo para las mentes más lúcidas y extraordinarias: las llamadas consolaciones. Además de su valor intrínseco e histórico su importancia radica en constituir una apología del dolor, de la angustia, de las penas, de la experiencia de la muerte. Hasta nuestros días han sobrevivido dos textos de Lucio Anneo Séneca, en uno de los cuales puede leerse una sentencia lapidaria que bien puede resumir la naturaleza de este género: “Todo el futuro está en la incertidumbre; solo se vive una vez”.
1
Tras una infausta noche con un clima sin palabra, de una lluvia pertinaz mudada en una tormenta insondable, una camioneta se estrella en una barda que rodea la entrada de una pequeña vivienda enclavada en un suburbio de Nueva York. Apenas con la fuerza suficiente para apearse del vehículo y moverse a gatas por la escalinata resbalosa, con la manos ensangrentadas y los nudillos lastimados por los golpes infringidos a sus adversarios, un espigado individuo permanece tumbado unos instantes para recuperar bríos. Extrae de su chaqueta su teléfono móvil y comienza a observar un video casero. En la diminuta pantalla aparece Helen, su difunta esposa, quien antes de sucumbir a una enfermedad letal, repasaba con él, entre besos y arrumacos, los planes que les aguardaban para iniciar una nueva vida. El individuo comenzó a sollozar. Con un último resuello, vital antes de caer rendido ante la inminente visita de la muerte, siempre tan inoportuna, pero siempre tan presente en lo que lleva de existencia, introduce su mano en otro de los bolsillos de su chaquetín. ¡Sí! ¡Ahí están! Con un esfuerzo inaudito, casi sobrehumano, localiza la llave y la introduce en el cerrojo; le da vuelta. Al compás del ruido fragoroso de la lluvia, escucha un clic y empuja con sus dos brazos la puerta. Por fin a salvo.
No sabe cuánto tiempo permaneció tirado, con la puerta abierta, escuchando el ruido fragoroso de la lluvia afuera. Quizá tan solo unos segundos, unos minutos con probabilidad, o una o dos horas. No está seguro. Aún con la respiración agitada, pero repuesto apenas del dolor que lo embargaba, logra ponerse de pie. Tiene que aferrarse a las paredes, agarrarse de las mesitas y anaqueles del pasillo para no desvanecerse y perderse otra vez en el infausto círculo del dolor y la angustia. Tiene que vencerlo, sobreponerse, así sea esta noche, la última de su infame carrera. Estaba seguro.
La alarma electrónica lo despierta en punto de las 06.00. Tras un breve lapso para espabilarse, decide que el momento ha llegado. Muy s su pesar debe enterrar a Helen, darle el adiós postrero.
Al término de la breve ceremonia, enmarcada con una lluvia pertinaz y gruesos nubarrones presagiando una nueva tormenta, el famélico individuo de negro se acerca a saludar a su único amigo, Marcus.
—Me sigo preguntando por qué ella…
—No le busques lógica a la vida —le responde Marcus—. A veces tocan días tristes como este.
—¿Estás seguro?
—Ni te culpes por esto.
2
Casi al anochecer, el individuo recibe un extraño paquete por mensajería: una jaula con una cachorrita de raza Baset Hound, acompañada de una amorosa tarjeta de Helen:
Lamento no poder estar contigo,
pero necesitas algo, a alguien a quien amar
Así que empieza con esto, porque el auto no cuenta
Esta enfermedad nos ha atormentado por mucho tiempo
Ahora que encontré la paz, encuéntrala tú también
Tu mejor amiga,
Helen
El individuo acoge con ternura a la perrita, a la que bautiza como Daisy. Luego de improvisar una camita con almohadas, cae profundamente dormido. Daisy es la herencia de Helen. Debe adorarla y protegerla como si fuera parte de ella,
Daisy lo despierta al filo de las seis de la mañana. Luego de disponerse a desayunar cereal con leche, le sirve a Daisy un plato similar, con la promesa de que saldrá a comprarle alimento especial.
Ataviado siempre de negro, aunque esta vez con una chamarra corta de cuero, abre la puerta de la cochera y aborda su otro amor: un impresionante Ford Mustang 3-429 del 69. Sin aviso previo, Daisy se instala en el asiento del copiloto, dispuesta a acompañar a su amo a cualquier lugar donde disponga el destino.
Nuestro hombre se detiene en una gasolinera. Es interceptado por un grupo de tres sujetos. El más joven de ellos, ocultando su rostro y su cabeza con una sudadera, tal moderno Caracalla (Marco Aurelio Antonino, emperador romano, 198-217 DC, el apodo se deriva de la capucha que utilizaba) enciende un cigarrillo y se acerca al Mustang. Se asoma por la ventanilla del copiloto y acaricia la cabeza de Daisy.
—Lindo perro.
—Gracias.
—¿Cuánto?
—¿Cuánto qué?
—Por el auto.
—No está a la venta.
—Todo idiota tiene un precio.
— No tiene precio, idiota.
Luego de este breve pero tenso diálogo, el individuo arranca su vehículo y se dirige a las pistas del aeropuerto La Guardia. Arrancones, piruetas y frenazos. Disfruta su potente vehículo al máximo.
La noche presagia una nueva tormenta, Al amparo de las sombras, los tres individuos de la gasolinera, liderados por el moderno y diminuto Caracalla, invaden su privacidad y golpean sin piedad la humanidad de nuestro hombre, quien se desploma y gime de dolor ante los porrazos incesantes de tubos. En el suelo, semiinconsciente, recibe tremendas patadas en el abdomen y las costillas. Le quedan fuerzas aun para escuchar que aquellos hombres buscan sin desenfreno las llaves del Mustang. En medio del fragor, Daisy chilla y da vueltas desquiciada. Solo bastaron tres tiros. Daisy murió en el instante,
A la mañana siguiente nuestro hombre cumplió dos rituales inaplazables. Primero, enterrar a Daisy en el jardín de su casa. Segundo, visitar el taller de su amigo Aurelio, Necesitaba un nueva auto. Aurelio le confirma que el Mustang estuvo en su local y le da un nombre: Josef Tarasov, el hijo de Viggo, el jerarca de la mafia rusa.
En uno de sus lujosos despachos, Viggo recibe la noticia. Se hace servir un whisky y le pide a Josef entrar.
—¿Sabes lo que has hecho?
— Es un maldito don nadie —Viggo observa a su hijo con desprecio.
—Ese don nadie alguna vez fue socio nuestro. Lo llaman “el hombre de la bolsa”. Es un hombre con concentración y compromiso, voluntad pura. Una vez lo vi matar a tres tipos en un bar, tan solo con un lápiz. Y de pronto pidió retirarse, por supuesto a causa de una mujer.
Acto seguido, papá Viggo propina un golpazo en el abdomen a su atribulado hijo, quien sigue sin comprender la importancia que su padre le ha otorgado a aquel famélico individuo al que robó su auto y mató a su perro.
A partir de ese momento, instalado ya en su sede de operaciones, el enorme hotel Continental en una de las arterias más transitadas de Queens, nuestro hombre pide al solícito conserje su suite de costumbre y una buena dotación de whisky.
Se inicia entonces una de las más salvajes, feroces, despiadadas y sanguinarias cacerías en la historia del cine. Incontables los caídos, los muertos y los heridos. Innumerables las armas y las balas disparadas. Escalofriantes escenas de ejecuciones en pleno rostro, detrás de la cabeza, desgajando cráneos enteros. Pavorosa la capacidad de nuestro hombre de negro para golpear, infringir heridas, masacrar a miembros de la mafia y, por fin, liquidar a Josef y Viggo sin piedad, sin escrúpulo alguno.
3
Si has llegado hasta aquí quizá ya te percataste que me he referido líneas arriba a las aventuras de John Wick (Chad Stahelski/, 2014), primera cinta de la saga de cuatro capítulos interpretada por el actor canadiense Keanu Reeves (en México le impusieron el título “Otro día para matar”). Se trata, a no dudarlo, de uno de los ejemplos más preclaros del denominado Arte Noir.
Retoño bastardo del cinematógrafo francesa y del expresionismo alemán, una de las características más notables del también llamado “cine negro” es el ambiente sórdido y sombrío en que se desenvuelven sus tramas. Los años dorados de Hollywood se corresponden con el auge y esplendor de este género. A diferencia del tradicional y previsible cine de detectives, las tramas se centran en temáticas tenebrosas como la corrupción, el cinismo, la traición o la fatalidad, pero sobre todo en la violencia cruda y descarnada. Es, explícitamente, una apología de la violencia más cruel y despiadada.
Los personajes suelen ser lo contrario a los héroes comunes: seres sin escrúpulos, paranoicos y atormentados, que pululan en la frontera del complejo y la desadaptación. Las mujeres, al interactuar, representan el ejemplo más nítido de la femme fatale, con todo y sus atuendos entallados, de color negro para no variar, tacones altos y medias de red que realzan sus rotundas siluetas y andares cadenciosos.
El arte noir utiliza un estilo visual muy singular, con una iluminación contrastada con sombras profundas, encuadres angulares y planos muy subjetivos, rayando en lo abstracto y surrealista, creando atmósferas inquietantes y pletóricas de simbolismos por lapsos muy difíciles de asimilar.
Desde finales de los cincuenta, y sobre todo en los sesenta del siglo pasado, el arte noir abrevó del comic, el arte pop y la psicodelia, construyendo deslumbrantes imágenes pletóricas de contrastes y colores chillantes. Más tarde, con el auge del heavy metal, el cine noir se nutrió también de los temas más complejos y enigmáticos de este género musical, el marco más idóneo para engalanar el oscurantismo, la violencia y el culto a la muerte.
Quien quiera discernir sobre temáticas profundas y guiones elaborados, a menudo se topan con un muro infranqueable. La narrativa noir, además de abigarrada, llena de atajos, vueltas de tuerca y giros inesperados, es compleja y por lapsos incomprensible. No tiene finales felices (fans de Spielberg favor de abstenerse) ni mucho menos romances color de rosa. Antes bien, recrean tragedias, matanzas y crímenes pasionales o filiales sin el menor recato.
Para muchos, el cine noir es exquisito. Basta algunos ejemplos que podrían satisfacer la curiosidad de todo buen cinéfilo: “El Halcón Maltés” (John Huston, 1941) y/o “La jungla de asfalto” (John Huston, 1950). En la época contemporánea hay ejemplos muy notables e insuperables. “Chinatown” (Roman Polanski, 1974). “Drácula» de Bram Stroker (Francis Ford Coppola, 1992), la deslumbrante y desconcertante “Blade Runner” (Ridley Scott, 1982) y, por supuesto, “Sin City” —en México “La Ciudad del Pecado”— (Frank Miller, Quentin Tarantino, Robert Rodriguez, 2005) con un reparto multiestelar y la extraordinaria actuación de Mickey Rourke, quien por derecho propio podría reclamar el trono de King of Noir.
4
Pero volvamos a nuestro famélico, desaliñado y oscuro hombre de negro. No obstante su relativa juventud, 60 años, Keanu Reeves no ha recibido ninguna nominación a algún premio de la academia, y obvio, no ha ganado estatuilla alguna. Pero además de gozar de una cabal salud y de una condición física envidiable, solo comparable a la de Tom Cruise —ninguno de los dos utiliza dobles para sus escenas de acción— y ambos tienen una inmensa popularidad en el mundillo del arte alternativo, sector en el cual han recibido múltiples reconocimientos.
Reeves es por así llamarlo, “un actor de culto”. Tuvo un papel discreto pero primordial, nunca opacado por Gary Oldman, en el “Drácula” de Coppola (1992), viajó a la estratósfera y marcó tendencias en la zaga de Matrix (Lana & Lilly Wachowsky, 1999), se desempeñó como un exorcista pop en Constantine (Chad Stqhelski, 2014) y, claro, ha sido el antihéroe en las cuatro cintas del universo de John Wick.
A pesar de lo anterior, a menudo, cuando se habla de los mejores actores de la actual generación, casi nadie menciona a Keanu Reeves. Creo que no le hace falta, y duerme muy tranquilo. Luego de superar el fallecimiento trágico de su primera esposa, ha llevado una vida privada muy discreta, poco propensa a los reflectores y las entrevistas. Es un filántropo y donador consumado, no ostenta su riqueza ni sus posesiones, que no deben ser pocas, y muchas veces ha sido captado trasladándose en el metro o caminando en solitario por las calles. Uno de sus hobbies es el motociclismo, pese a sus numerosos accidentes, y es dueño de una empresa y marca propias en este sector.
Además de la actuación, el King of Noir es fanático irredento de la música. Tiene su propio grupo de rock alternativo, “Dogstar”, donde toca el bajo, canta y compone.
A semejanza a muchas de sus interpretaciones en el cine, y en concordancia a la incertidumbre de Séneca, es un enigma lo que deparará el destino al hombre de negro, pero hay certeza de que el King of Noir no defraudará.
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