Por Sebastián Valladares
Uno de los últimos planos narrativo de El bebé de Rosemary es el de una madre calmando el llanto de su hijo “recién nacido” en medio de la fiesta para honrarlo. Fiesta la cual se lleva a cabo detrás de las paredes de su departamento. El bebé tiene los ojos de su padre: Los ojos de una bestia. Es una reunión cuya solemnidad y aparente normalidad ha sido manchada por una verdad a la cual ha conducido todo el metraje: Un escupitajo hacia el catolicismo, al anunciar que no solo se celebra un nacimiento, sino la muerte de la omnipotencia de Dios, en el cual la mujer asume el rol de cuidar a la criatura.
Por su lado, Hereditary marca su final con una celebración, un culto hacia el nuevo huésped del demonio Paimon, el cual ha salido del cuerpo de la madre a la cual tanto tiempo persiguió poseer, y ahora recae su maldición sobre el hijo mayor, cuya mente ha sido quebrada. La blasfemia en ambos casos niega el poder divino de un, presumiblemente, existente Creador, y nos muestra que el control en la Tierra lo tiene el Demonio. Ninguno es un final, sino el inicio de un nuevo mundo para ambos personajes. Pero más allá del elemento sobrenatural, la figura de la madre tiene una relevancia temática irremplazable, pero en dos épocas muy distintas.

Roman Polanski sitúa a la figura materna como el eje temático de su historia, siendo no solo un personaje, sino también una representación de dos ideas: La mujer doméstica, porque su única función es la de cumplir un rol casero y hacer feliz a su marido, por deseo propio; y la mujer domesticada, pues es el mismo marido quien sobrepone su deseo sexual y realización personal por encima de su responsabilidad con ella, enclaustrándola.
El cuento de hadas que la protagonista de Polanski tenía pensado en un principio se viene abajo cuando descubre que el hombre con quien quiso compartir su vida la impregnó con una semilla maldita: Un hijo que nacerá producto de un embarazo no deseado por ella, una consumación sexual que aún no debía ocurrir. Como si fuese una fila de dominós cayendo, todo el mundo que conoce se derrumba en un espiral de paranoia en el que todos la quieren encerrar, “proteger” en contra de su voluntad. Sus inseguridades la conducen a toparse con el callejón sin salida: Descubre que su vientre ha sido usado por un culto satánico para dar a luz al hijo del Demonio.

Por su parte, Ari Aster solo toma la primera idea: Una mujer doméstica; pero la vuelve quebradiza, desesperada con justa razón. El primer punto de giro de Hereditary sacrifica a la hija protegida de la familia, en un accidente ocasionado por su hermano mayor. Aster retuerce los errores de la madre del filme de Polanski, pues al no volverla pasiva, su obsesión por recuperar un estado imposible, como es el de volver a ser feliz con su hija, la impulsa a sumirse voluntariamente en el ocultismo.
La destrucción del núcleo familiar es inevitable gracias a esta obsesión, y el sentimiento de soledad e incomprensión. A diferencia de El bebé de Rosemary, el mal que plasma Aster viene en forma no de un esposo egocéntrico, sino de el más puro sentimiento de culpa por la muerte, que intoxica a todos quienes viven bajo el mismo techo.

Un relato termina con la muerte y el otro con el nacimiento, pero ya no solo de un huésped, sino del rol maternal. Una es una historia de la maternidad forzada, pero que lucha por salir adelante con el mundo en contra, y la otra de la maternidad desesperada por cumplir su rol unificador, sin saber que en su proceso de autocompasión solo termina dañando a sus cercanos. Ninguna es consciente de su destino ya escrito no por una divinidad, sino por humanos con mayor poder.
Si la retorcida, en tanto que onírica, imagería en El bebé de Rosemary era una lectura de agresión, represión sexual y subyugación, en Hereditary es la plena manifestación de la culpa, autoflagelo e incapacidad por recuperar la cordura. Tanto la figura diabólica podemos comprenderla como la de una sociedad que encarcela a la mujer y reprime su sexualidad, como los demonios internos en una situación desesperada, y traumática.

Mientras que la heroína de Polanski es una víctima de un mundo en el cual el sexismo, por parte de los hombres, limita su conocimiento y libertad, Aster sitúa a la suya como víctima de su propio remordimiento e incapacidad por controlar su destino. Son historias donde la humanidad, y la falta de esta, es la verdadera villana. Ambas historias inducen al miedo porque expresan uno de los temores más grandes: La falta de control en las vidas humanas. Es por esto que la figura materna, una que recordamos siempre como amorosa y protectora, es el centro del flagelo de los demonios de ambos directores.
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