Resiliencia y pasión juvenil: ‘Todos los incendios’ (2023) de Mauricio Calderón Rico.

Por Eli Morales.

Ser adolescente es difícil. Crecer es un martirio para la experiencia humana. Claro que es encantador cumplir años, tener nuevas experiencias, descubrir el exterior, pero como adolescente hay momentos donde quieres apagar el mundo. No soportas ni tu alma. De tanta desesperación que sientes parece que te quemas. Si, justo eso, ¡quieres quemarlo todo! Y eso es lo que hace Bruno.

Lo que inició como un proyecto de tesis para la maestría de guión, el director Mauricio Calderón Rico lo convirtió en una película coming of age nominada a los premios Ariel 2024: estoy hablando de Todos los incendios (2024).

Ambientada en una Ciudad de México del 2008, este proyecto nos presenta a Bruno, un adolescente que disfruta quemar objetos, grabarlo y subirlo a Internet siendo esto un escape de su confusa realidad: su padre falleció, su madre está en una nueva relación con su vecino y su mejor amigo tiene sentimientos románticos por él.  En un intento desesperado por recibir algo de confort, Bruno decide escapar hacia Durango para encontrarse por fin con Dani, su ciberamiga. Cuando siente que por fin ha encontrado un lugar al cual pertenecer las cosas no son como parecen y los incendios comienzan a escalar hasta consumirlo todo.

Mauricio Calderón ha mencionado en diversas entrevistas que usó el fuego como metáfora del crecimiento, que comienza quemando (o cambiando) cosas pequeñas hasta tomar un ritmo in crescendo qué termina transformando a Bruno mismo. Justamente creo que eso es lo que más me llamó la atención del filme; cada incendio que se mostraba en la pantalla representaba un momento significativo en la vida del protagonista o de los acompañantes secundarios.

El primer incendio que me llama la atención es aquel donde Bruno y su mejor amigo, Ian, queman un balón de fútbol mientras pasan tiempo juntos. Propiamente no sucede algo significativo hasta después, cuando el protagonista revisa su cámara de vídeo y encuentra una toma donde el balón está ardiendo y cambia la vista para mostrarnos a Ian, quien estaba mirando con ojos fascinados a Bruno. Me da la impresión de que no importa que el objeto esté ardiendo, sino que el fuego es la imagen de los sentimientos de Ian por su amigo. Es un amor que arde, crece, arrasa. Es un sentimiento nuevo, y si no se mantiene llegará a apagarse y dejará cenizas amargas, pruebas de que existió pero ya no más.

Posteriormente, el fuego que me intrigó es el que Bruno ocasiona quemando las flores qué estaban en el jarrón de su casa, durante la fiesta de cumpleaños que le organizó su mamá a Gerardo, su nueva pareja. El adolescente, consumido por la furia de ver como su madre siguió adelante y se enamoró de nuevo, decide escaparse de su casa y como acto de despedida o último de rebeldía le prende fuego a algo pequeño y frágil como es un ramo de flores, logrando terminar la fiesta. Hace ruido esta secuencia por su manera de irse, desapercibido (no le dice propiamente adiós a su madre) pero de alguna forma es un grito, una llamada para que vean su inconformidad y que decidió abandonar la casa qué era suya pero de donde ha sido exiliado.

Bruno encuentra en Dani, su amiga de internet, una nueva compañía y es por eso que se escapa para visitarla en su estado natal, un lugar completamente diferente al caos de la gran urbe. Cuando por fin se ven, pasan la tarde juntos conociéndose más a fondo hasta que la interacción se convierte en el incendio de un cerro. Este fuego es importante porque se siente como la señal de un momento de felicidad, la forma de demostrar que comparten un momento juntos, son jóvenes y están felices, aunque no miden las consecuencias de sus actos y huyen para evitar problemas.

Como adolescentes, buscamos crear una identidad que será una imagen de nosotros mismos con la cual nos sentimos seguros, pero esto no es fácil y menos cuando vivimos con miedo porque no queremos “decepcionar” a quienes más queremos. En este proceso de autoconocimiento indagamos en diferentes esferas de nuestra persona siendo una de ellas la sexualidad. Bruno y Dani son dos chicos que desarrollan sentimientos el uno por el otro pero no de la misma forma: Dani esconde sus verdaderas preferencias, dañando a Bruno en el proceso. Él tampoco sabe qué hacer con lo que siente por Ian. Al final, ambos solo se utilizan como cortina de humo hasta que Dani explota y es ahí cuando termina incendiando su casa, siendo una demostración de cómo su secreto puede destruir su hogar, la realidad que conocía.

Y como último acto para tratar de recuperar su antigua vida, Bruno toma la decisión de convertirse en “la antorcha humana” para hacer que Ian vuelva. Conscientemente acepta quemar una parte de sí mismo, tratando de encontrar una forma para ver a su mejor amigo una última vez. Posterior a su arriesgada acción lo vemos vulnerable, abierto a los cuidados de Ian, pero cómodo con quien es ahora y permitiéndose fluir, sentir con su mejor amigo.

La toma final es satisfactoria porque vemos a Bruno renovado, soltando el pasado, capaz de afrontar su nueva realidad. Se le observa con una mirada de paz, el sol después de la tormenta. Ya no hay nada más que quemar. 

Elizabeth «Eli» Montelongo es originaria de la Ciudad de México. Fanática de David Fincher y Mike Flanagan. Amante del true crime, del misterio y del romance. Devoradora de cualquier contenido sobre vampiros. La mayor parte del tiempo está leyendo algo, paseando por la ciudad o escuchando música, en su mayoría del género rock/indie. Le gusta compartir sus gustos literarios/cinéfilos/musicales en Instagram (@its_elimm), tiktok (@elimm06) y letterboxd (@elimm30)


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