Luego de su paso por la 53° edición del Festival de Cannes en mayo del año 2000, el 16 de Junio llegaba a salas nacionales la primera colaboración entre Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga: ‘Amores Perros’ (2000). A 25 años del indeleble debut, presentamos textos de Ana Espinoza y Armando Navarro que celebran la trascendencia de la película, misma que tendrá un reestreno en cines durante el otoño de 2025, para llegar finalmente en exclusiva a la plataforma Mubi en versión restaurada.
Yo agradezco nacer en un planeta donde existe el vino y el chocolate. Le agradezco a la danza la habilidad que desarrollé de poder cambiarme de atuendo en cuestión de minutos, en lugares públicos o muy reducidos sin enseñar de más. Agradezco a Carmen, mi terapeuta por contenerme emocionalmente desde 2022 cuando afrontar al mundo me asustaba demasiado. También le agradezco a mamá por la comida casera, por cuidarme cuando estoy enferma y por tener su misma voz, aunque nos confundan. Y por supuesto, le agradezco a Guillermo Federico Arriaga Jordán, mejor conocido como Guillermo Arriaga por escribir el guion de mi película favorita del mundo: Amores Perros (2000).
Cuando se estrenó Amores Perros en Cannes yo apenas cumpliría 2 años, así que por obvias razones no pude vivir el estreno; con el paso del tiempo escuchaba que todos la alababan y hablaban maravillas de la película causando una curiosidad por disfrutarla al punto en que en serio moría por verla. No obstante, en cada historia que existe hay obstáculos que dificultan la trama y el curso de los hechos o lo que en literatura llamamos “conflicto”. En mi caso, una persona me impidió ese sueño cinéfilo. Mi mamá. No me dejó verla, fue la causante del conflicto y eran discusiones más o menos así:
—¿Por qué no puedo ver una película que todos mis compañeros de la escuela ya vieron?
—Porque no es para tu edad, si sus papás no cuidan lo que ven no es mi problema.
—¿Qué puede pasar si veo una película clasificación C? — decía con hartazgo —No es un delito.
—No, no es delito y no pasa nada. Cuando cumplas 18 la vemos.

Como una adolescente a punto de ir a tramitar el INE no lo comprendía, pero se lo cumplí, al día siguiente de mi cumpleaños 18 la vi por primera vez y mi vida cambió. Fue entonces que entendí que de haberla visto antes no hubiera causado el impacto que me marcó hasta el presente.
Esperar más de quince años significó más que un consentimiento para ver contenido no apto para mi edad, simbolizó la muerte de mi inocencia, estar lista para encarar la adultez y sí, claro que me enojaba perderme del cine del que todos hablaban pero le agradezco infinitamente al maestro Arriaga, no por vivir un terrible accidente automovilístico que derivó en esta historia, más bien, a su determinada y osada forma de escribir cine y por acostumbrarme a su maldita prolepsis, a sus desgraciados giros trascendentales en la trama y demás recursos para ir y venir en distintas historias que se entrelazan al final.
Para la presente reseña, vi la película en Netflix en su versión remasterizada por quinta vez desde que cumplí la mayoría de edad y la volví a disfrutar como la primera.
Amores Perros se vive con cada uno de los sentidos: la vista al apreciar lo salvaje y crudo que era el Distrito Federal, hoy CDMX desde los angostos callejones de la Unidad Modelo hasta el glamour de los foros de TV y el óxido de los deshuesaderos. Con el oído al escuchar una de las bandas sonoras más impresionantes del cine mexicano.
Al imaginar el olor y sabor a muerte para preguntarnos ¿a qué huele y sabe la muerte? respuestas hay varias: tal vez a sangre de perro, o puede ser que, a ron con leche, quizás a yema de huevo estrellado del desayuno. Para verla requerimos del cuerpo, se necesita estómago para mantenerse firme con una de las discusiones de pareja más impactantes del cine contemporáneo, aguantar ese nudito en la garganta con esa escena donde un padre graba una disculpa marcando una de las mejores secuencias de redención que existan en la pantalla grande.
Uno no se mantiene quieto al escuchar feroces gruñidos de dos perros a punto de pelear, no te quedas como si nada al ver como una esposa es reemplazada por una modelo más joven con el mundo a sus pies. Arriaga a lo largo de su guion nos hace incomodarnos, enojarnos, reír, llorar, cantar, sentir intensamente.

Amores perros es un cine intenso no apto para tibios. Por eso su trascendencia ha perdurado a lo largo de 25 años desde su recorrido a través de diversos festivales de cine alrededor del mundo, porque, aunque tiene haters que la perciben aburrida, somos más los que la consideramos joya. Y no, no es por ser cinéfilos presumidos con delirios de críticos, es sólo que la película marcó (igual que el accidente a Arriaga) a muchos espectadores.
Yo también puedo dividir en tres momentos importantes mi experiencia con la película, antes de verla, toda mi infancia hasta los 18, durante, en mi entrada a la adultez y al mismo tiempo cómo crecía mi interés por el cine y después de verla, es decir, hoy ocho años después y emocionándome como si del año 2000 se tratara.
3 historias que nos llevan al límite de la condición humana, vivimos la adrenalina dentro del auto que ocasiona, para mí, el mejor accidente recreado del cine y personajes entrañables como el Chivo (Emilio Echevarría) que para muchos es el protagonista de la mejor historia de la trilogía. La crítica, por su parte la recibió con opiniones diversas, algunos la odiaron y otras la amaron. Una vez más demostrando que es un filme no apto para tibios. De todos los comentarios que en su momento desató, me identifico con la del ya fallecido crítico estadounidense Roger Ebert:
“Se puede sentir la pasión de González Iñárritu mientras se sumerge en el melodrama, la coincidencia, la sensación y la violencia. Sus personajes no son los tótems blandos y amorales de tanta violencia moderna de Hollywood, sino personas con sentimientos y motivos. Quieren amor, dinero y venganza. No solo aman a sus perros, sino que dependen desesperadamente de ellos…”
De ahí la magia de la historia, todo comienza cuando el “Cofi” escapa de casa, toda la historia alcanza a tres personas que sin conocerse coinciden en hechos trágicos que los conectan y sólo por que un rottweiler huye como cualquiera de nuestros perros lo hace al abrir la puerta.

Este ritmo cinematográfico se logra al captar secuencia tras secuencia detalles que forman todo el universo de la película y eso es gracias al obsesivo ojo de Alejandro González Iñarritu y sí, hay que decirlo: es realmente una pena que sucedieran esos desafortunados hechos desde 2007 cuando dejaron de trabajar juntos.
No he encontrado a una sola persona que no se lamente por esa ruptura artística, en pláticas, en foros de cine, en comentarios de Twitter, siempre se nos nota una melancolía colectiva en la que anhelamos una reconciliación. Creo que la deseamos más que con nuestra ex pareja.
Lo que sí es un hecho es que ambos son unos genios y les puedo asegurar que juntos o no vamos a seguir amando sus películas, vamos a seguir diciendo: “lo peor que le pasó al cine mexicano es que se hayan separado” para luego dar play a una de sus obras que tanto nos hacen vibrar y amar el séptimo arte. Y eso sí, les doy mi palabra de espectadora que siempre les vamos a agradecer por revolucionar el cine mexicano.
(Texto de Ana Espinoza)

Luego de la experiencia de filmar el piloto de Detrás del dinero (1995), una serie que no llegó a ver la luz, Alejandro González Iñárritu se embarcaría en el proyecto de su primer largometraje, Amores Perros (2000), el filme que iniciaría un nuevo capítulo en la historia del cine nacional. Cuando el escritor Vicente Leñero la vio por primera vez, le dijo a Iñárritu que era la película más chilanga que había visto en su vida, en gran parte, por la inconfundible y áspera estética; se utilizó el proceso químico skip bleach, el cual hace que el material de 35 mm se quede con más plata en el revelado, engendrando así una alteración de la paleta de colores hacia los tonos tierra, intensificando el contraste de los negros. El grano reventado y la nerviosa cámara en mano, dan la sensación de una perspectiva que “respira” entre las turbulentas calles de la Ciudad de México, urbe que el director demuestra conocer a la perfección, en su compleja urbanidad.
El año 2000 fue vertiginoso. El PRI salía del gobierno después de una eternidad; el internet comenzaba a ser una herramienta que impulsaba la globalización; de forma paulatina, vendría el proceso de digitalizar casi toda la información. Cuando Amores Perros se estrenó en el Festival de Cannes el 14 de mayo del 2000 (ganando el Gran Premio de la Semana de la Crítica), México se encontraba en un proceso de renovación importante. Por ello, cuando llegó a salas mexicanas un mes después, el 16 de junio, la película se convirtió en un fenómeno, recaudando 95 millones de pesos en taquilla, reactivando de paso, al soundtrack como producto de consumo en el país. El filme fascinó a público y crítica desde el primer minuto de metraje: esa espectacular secuencia inicial que transformó para siempre la forma en la que se vería en adelante al cine mexicano.
González Iñárritu ha dicho que para él Amores Perros es un rock, algo como el disco Sticky Fingers (1971) de Rolling Stones, directo, duro y urbano; es un ejercicio fílmico sensorial que esconde el artificio con un realismo inmediato, casi documental. Son tres universos independientes en la misma ciudad; lejanos uno del otro en niveles psicológico, socioeconómico y geográfico, las historias de Octavio, Valeria y El chivo confluirán en un solo punto: un accidente automovilístico. Los frutos de la violencia, las intrínsecas relaciones de padres e hijos y la constante presencia de la muerte y el azar, son los temas que conforman el alma de la película, que no oculta la influencia de los tiempos fragmentados ya explorados por otros directores en filmes como Pulp Fiction (1994) y El callejón de los milagros (1995).

Con una duración de 154 minutos, Amores Perros se divide simétricamente en 3 partes de aproximadamente 30 secuencias cada una. “Octavio y Susana”, narra la historia del Cofi (un imponente Rottweiler negro) y Octavio (Gael García Bernal), quien está enamorado de su cuñada Susana (Vanessa Bauche). El Cofi peleará en sórdidas peleas de perros para que Octavio consiga juntar el dinero suficiente para escapar con Susana. Sin embargo, en esa inesperada y extrema ruleta que es la vida, un evento súbito hará que Octavio y El Cofi se involucren en un accidente.
“Daniel y Valeria” describe el romance entre Daniel (Álvaro Guerrero), un importante editor a punto de separarse de su esposa, y Valeria (Goya Toledo), la guapa y exitosa modelo de moda. Ambos están pensando en irse a vivir juntos para empezar una vida idílica. Justo antes de una comida para celebrar su nuevo departamento, Valeria sale de compras junto a su elegante y diminuto perro Richie, chocando violentamente con el carro conducido por Octavio.
“El Chivo y Maru”, relata la vida de El Chivo (Emilio Echevarría), un exprofesor que abandona a su familia cuando se vuelve guerrillero a finales de los años 60. Su hija Maru, crece sin su padre y El Chivo carga con la culpa, ahora convertido en indigente y asesino a sueldo, vive rodeado de perros callejeros. Un día mientras deambula por las calles vigilando a su próximo objetivo, se encuentra intempestivamente con el accidente en el que están involucrados Octavio y Valeria, con lo que se unen las tres historias. El Chivo, rescatará al Cofi iniciando así un camino hacia la redención.
Si algo resalta en Amores Perros desde su inicio, es el manejo del sonido y el punto de vista de los personajes, comenzando por los perros mismos. Cuando El Cofi entra al coliseo a pelear, es desde su perspectiva que el público entra al siniestro lugar, lleno de sangre y humedad de muerte, con los ladridos y los gritos como recordatorio de lo que está por venir.
Por su parte, Richie se pierde bajo la duela del departamento de Daniel y Valeria; a punto de ser devorado por las ratas, el sonido incisivo de las patas del pequeño perro que camina de un lado a otro ansioso, es un reflejo de la destrucción de la psique de la pareja, que desde el interior, se desquebraja.

En otro extremo, El Chivo vive entre la mugre y la violencia de las calles con varios acompañantes caninos, hasta el día que rescata a El Cofi; en una de las secuencias más intensas de la película, el Rottweiler mata a todos los perros de El Chivo, quien enervado, lo encañona. El indigente encuentra en los ojos del perro la naturaleza violenta que él mismo carga y en lugar de matarlo, decide perdonarlo y enderezar sus acciones en el futuro.
Amores Perros presenta una tragedia en 3 actos, estableciendo el conflicto en los primeros 10 minutos. A partir de ahí, por medio del soberbio montaje, se van narrando e hilvanando las tres historias de forma independiente, con ciertos momentos que Iñárritu y el guionista Guillermo Arriaga llamaron “anzuelos”, donde salpican una historia de modo aparentemente incongruente con otra, pero que, en realidad, se van alimentando minuto a minuto, hasta llegar al choque.
Iñárritu afirma que su dirección empezó desde el guion mismo, exigiéndole a Arriaga explorar muy a fondo a personajes y circunstancias hasta encontrar la esencia de lo que él buscaba. El director confiesa que existió también un storyboard en la preparación de la película, que funcionaba como una partitura, lo que le permitía no perder el punto de vista de cada personaje durante la filmación. Es la estructura pasado-presente-futuro en Amores Perros, una de sus virtudes más importantes, porque el espectador se pasea primero entre la violencia, la ausencia paterna y el azar, para después entender las consecuencias de las familias rotas y la muerte, llegando al final con un atisbo de esperanza y justicia.
Se establece también aquí, el equipo creativo y crew cinematográfico que acompañará a Alejandro González Iñárritu en los siguientes proyectos, un verdadero dream team que hizo historia: el diseño de producción de Brigitte Broch; el diseño de sonido de Martín Hernández; la música de Gustavo Santaolalla; la supervisión musical de Lynn Fainchtein; el guion del ya mencionado Guillermo Arriaga, y la virtuosa fotografía de Rodrigo Prieto.

Con 3 nominaciones al Premio Oscar, Prieto es colaborador habitual de Martin Scorsese y Oliver Stone; en Amores Perros, la cámara en mano del cinefotógrafo acerca al espectador de forma documental a las acciones y rostros de los personajes. Hay una narrativa en cada movimiento que eleva el lenguaje cinematográfico a un nivel no visto antes en el cine mexicano, con una cámara que “jadea” mientras observa la sangre, la muerte y la violencia.
La fotografía granulada y verdosa de Rodrigo Prieto, junto con los agresivos (pero igual sutiles) movimientos de cámara, establecen la estética y la gramática visual de una película que se desarrolla en una ciudad que pareciera puede “olerse”, “sentirse” en cada plano; Iñárritu no niega que Amores Perros tiene una fuerte influencia visual de cintas como Man Bites Dog (1992) dirigida por Benoît Poelvoorde, Rémy Belvaux y André Bonzel o la durísima Breaking the Waves (1996) de Lars von Trier.
El accidente donde convergen las tres historias no es sólo un choque automovilístico producto de la imprudencia que genera la violencia y las mentiras. Es la colisión también de dos mundos socioeconómicos diferentes, representados incluso en las mascotas. Octavio y El Cofi encarnan el lado popular y menos privilegiado de la ciudad, mientras Valeria y Richie son la burguesía con su despreocupación e hipocresía.
Los perros también sufren las consecuencias de un accidente que provoca cambios profundos en las vidas de los involucrados. El Chivo, siendo testigo del evento, se aprovecha robando el dinero de Octavio (una acción cuestionable); no se inmuta ante la muerte del amigo de Octavio, Jorge (Humberto Busto), pero no duda en ayudar a El Cofi y llevárselo para curarlo (una acción piadosa). Y es que los personajes en Amores Perros son ambivalentes, ninguno es completamente bueno, ni malo, sus acciones van ejecutándose de acuerdo con la aleatoriedad que la vida les va imponiendo. Los rostros del impresionante cast, expresan muchas emociones con sólo algunas miradas, en una película cargada de silencios que se mezclan con la “acupuntura” musical del genio Gustavo Santaolalla.
Producida por Zeta Film, Amores Perros sigue siendo a 25 años de su estreno, una experiencia cinematográfica visceral y catártica. Sus poderosas imágenes quedaron atrapadas para siempre en la retina de las audiencias de todo el mundo; fue aplaudida y elevada a la categoría de las grandes películas en la historia del cine. La flamante edición de Amores Perros en The Criterion Collection lo confirma, junto con el torrente de premios que se llevó por todo el orbe: BAFTA a mejor película extranjera; nominación al Globo de Oro y al Premio Oscar en la misma categoría después de 25 años de ausencia de nominaciones para México; premio de la audiencia en el Festival de Chicago y 11 premios Ariel, entre los que destacan mejor director, mejor fotografía y mejor ópera prima.

Por si fuera poco, y haciendo eco a las declaraciones de González Iñárritu sobre lo importante que es la música para él, el director le pidió a Lynn Fainchtein que les propusiera a diferentes grupos musicales la creación de una canción individual para la película. El resultado: un soundtrack ecléctico que mezcla las canciones utilizadas de forma extradiegética en el filme, con otras totalmente nuevas, compuestas expresamente para la cinta, reflejando de forma profunda el espíritu melancólico y violento de la película, aderezado todo con la música original de Santaolalla. No es necesario decir que el disco fue un éxito absoluto de ventas en aquel año 2000, provocando que siguientes películas mexicanas pusieran mucha atención en la producción y comercialización del soundtrack, como Todo el poder (2000) o Y tu mamá también (2001).
Amores Perros marcó un nuevo episodio en la filmografía nacional. Nadie volvería a ver al cine mexicano como antes. Influencia en infinidad de cineastas como Gerardo Naranjo, Amat Escalante, Michel Franco o Tatiana Huezo, la primera película de Iñárritu terminaría siendo apenas el principio de una trilogía que seguiría explorando con la ferocidad, las familias quebradas, la falta de comunicación y la presencia persistente de lo accidental como detonante de la acción. En Amores Perros, desde los primeros sonidos sobre negros con los que arranca el filme, hasta el nostálgico y esperanzador desenlace con El Chivo y El Negro (antes Cofi) caminando hacia un futuro incierto, se establece que la universalidad de su temática es lo que la vuelve trascendente y poderosa.
(Texto de Armando Navarro)
Como parte de la celebración por su 25 aniversario, Amores Perros será reestrenada en cines en algún punto del otoño de 2025 en una versión restaurada, para luego llegar en exclusiva a la plataforma MUBI.
Adicionalmente, se tiene contemplado que del 4 de octubre de este año al 4 de enero de 2026, se presente una instalación inmersiva en LagoAlgo, en el Bosque de Chapultepec, que invitará a redescubrir el filme desde una experiencia multisensorial.
Ana Espinoza (Puebla, México, 1998) es Licenciada en Administración de empresas por convicción, cinéfila por afición y escritora por puro amor. Ha incursionado en diversos géneros literarios, principalmente en narrativa a través de cuentos, ensayos y reseñas. La pasión por el séptimo arte la descubrió en años recientes como herencia de su madre, convirtiéndose en fan, especialmente del cine mexicano.
Armando Navarro es periodista, cinéfilo y lector empedernido. Escribe sobre cine, arte y literatura.
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