‘Rocco y sus hermanos’ (1960) de Luchino Visconti: un clásico del cine italiano.

Por Fernanda Rojas

¿Por qué decimos que alguna película pertenece a uno de los Clásicos? Quizá, en esencia, por su perdurabilidad en el tiempo. Porque sin importar la época o el contexto específico en el que se vea, tiene la capacidad de mostrarnos aquello que puede ser común en todas ellas. Porque da en el meollo de una problemática o nos presenta las estructuras sólidas que, sea como sea, no sólo no desaparecen, sino que se transforman y nos trastocan.

Luchino Visconti era -como muchos de sus contemporáneos- un crítico empedernido de los problemas sociales y culturales de su tiempo. Quizás un visionario, sólo en el sentido de tener una capacidad aguda para observar y narrar historias que tendrán un eco en la realidad actual.

Rocco y sus hermanos (1960) es un drama familiar compuesto por Rosaria Parondi, madre de 5 hijos (Vincenzo, Simone, Ricco, Ciro y Luca), quienes emigran de un pequeño pueblo del sur de Italia, hacia Milan, la gran ciudad consagrada del norte.

Las tensiones entre los miembros de la familia, que buscan por todas las vías posibles salir de la pobreza o, al menos, vivir más dignamente, se verán avivadas por la presencia de Nadia, una trabajadora sexual que se convertirá la manzana de la discordia entre los hijos. Con un elenco no sólo joven e impecable, sino una gama de personajes bien definidos psicológicamente, el acierto de Visconti fue hacer de ella una metáfora de la condición humana en tiempos de posguerra.

En el fondo, él está mirando hacia los problemas más esenciales de su contexto: las migraciones internas, la transición del campo a la ciudad, la industrialización como sinónimo de modernidad, la solidificación de las grandes ciudades y el proletariado como un nuevo protagonista especializado en un mundo tan grande y complejo.

Milán, quien es casi un personaje más de la historia, es la cuna del tan irónicamente llamado desarrollo, pero también de una lucha de clases que no pueden comprenderse entre sí. Es el símbolo de lo nuevo, lo sofisticado, de las oportunidades, pero también de la frivolidad, la indiferencia y las perdiciones.

En esta familia tan cohesionada, pero no por ello más funcional, Rocco y Simone protagonizan la tensión mayor: mientras Simone comienza a tener éxito como boxeador y se corrompe para convertirse después en la «oveja negra de la familia», Rocco está empeñado en resolver todos los problemas de su hermano siendo no sólo el hijo ejemplar, sino un mártir incansable.

Rocco como metáfora religiosa, es la santidad católica, la representación de dios en la tierra. Con toda su bondad que después será excesiva, es él el hombre que <pone la otra mejilla>. No es más que la tesis de su hermano Simone, es la inocencia, la bondad pura y ciega, que sólo puede terminar siendo bruta, dañina y tan inmoral como los errores de su hermano. Porque no se corrompe o, al menos cuando está a punto de hacerlo, se arrepiente antes de ser castigado por dios, el espectador o el mismo Visconti. Quizá con él llegamos a la frustración extrema: no tiene voluntad y si tuviese alguna, sería la ajena. Vive una vida que no es suya, pero se conforma con ella como el destino de alguien que no puede, aunque quiere, volver al terruño querido.

Simone es entonces la antítesis declarada de Rocco, el hijo problema, pero también y esencialmente, es la humanidad fácilmente corrompible por todo lo que ese nuevo mundo citadino le ofrece, en donde la idea de que todo el que llega tiene una oportunidad es sólo un espejismo. Allí lo único que crece son las desigualdades que antaño se veían en menor escala.

Lo más interesante es que ese sentimiento de añoranza por el pueblo y las raíces están siempre presentes en todos los personajes. Pero para Visconti, precisamente como visionario de aquel momento, esta añoranza por el pueblo no puede representarse folklóricamente; regresar a él no puede ser la solución al desasosiego, pues incluso allá «los hombres tienen que entender que las cosas cambian» le dice Ciro al pequeño Luca. Así pues, esta película nos habla más que de la esperanza, de la resignación respecto a un mundo que crecía a pasos agigantados y de una estructura que penetraría incluso en los lugares más recónditos. Ese es el fatalismo -o más bien realismo- que hace de Rocco y sus hermanos, una película humana y cruda, directa y crítica.


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