Hay pocos nombres en la historia del cine que hayan definido géneros y creado universos visuales con la misma audacia y ambición que Sir Ridley Scott. Desde los pasillos góticos de naves espaciales hasta los arenales de la Roma antigua, Scott no solo dirige películas, sino que construye mundos inmersivos que perduran en la memoria colectiva. Ahora, mientras el aclamado cineasta se prepara para celebrar un nuevo cumpleaños, en este especial Kinema Books hacemos una pausa para rendir homenaje al hombre que nos enseñó a temer a los alienígenas, a cuestionar la inteligencia artificial y a creer en los gladiadores.
Tanto si eres un experto que puede recitar el diálogo completo de Blade Runner, como si simplemente disfrutas de una buena historia épica en la pantalla grande, la filmografía de Scott ofrece un viaje esencial. Aunque su carrera se consolidó con la dirección de comerciales innovadores, el salto al cine de Scott fue marcado por su increíble ojo estético. Su ópera prima, Los Duelistas (The Duellists) de 1977, demostró de inmediato su maestría visual. Esta joya histórica, que narra un conflicto implacable durante las guerras napoleónicas, no solo ganó el premio a Mejor Ópera Prima en Cannes, sino que estableció la que sería la firma de Scott: una atención al detalle visual inigualable, un manejo atmosférico de la luz y una obsesión por la construcción de mundos. A partir de ahí, solo era cuestión de tiempo para que nos entregara algunas de las obras más influyentes de la ciencia ficción, el terror y el drama histórico. Acompáñanos a repasar las películas esenciales que cimentaron el legado de este inagotable visionario.

Alien (1979)
Por: Pok Manero
Podríamos decir que esta película tuvo varios “padres”. La idea surgió primero en la mente Dan O’Bannon, quien escribió un guion titulado They Bite tomando inspiración de varias fuentes: los comics Seeds of Jupiter y Death Rattle, la novela At the Mountains of Madness de H. P. Lovecraft, y las películas It! The Terror from Beyond Space (1958), The Thing from Another World (1951), Planet of the Vampires (1965) y Queen of Blood (1966), que presentan elementos narrativos que veríamos eventualmente en Alien. O’Bannon hizo una primera aproximación con Dark Star (John Carpenter, 1974) pero no tuvo suficiente control sobre el resultado final, el cual se acercó más a la comedia que al horror.
Comenzó a trabajar en un nuevo tratamiento titulado Memory, el cual conformó las primeras treinta páginas del guion de Alien. Al no saber cómo avanzar la trama, buscó la ayuda del segundo “padre”, Ronald Shusett, el cual ideó la manera en que la criatura abordaría la nave inspirándose en malestares intestinales como la enfermedad de Crohn y en especies parasitarias de avispas. Con un guion terminado y el título de Starbeast, se lo ofrecieron al director Roger Corman quien más que otro padre fue un padrino al rechazar la propuesta notando que se beneficiaría de un mayor presupuesto de los que él solía manejar.
El guion llegó a manos de Walter Hill, quien hizo una reescritura cambiando los nombres de los personajes, dejando así otra huella de paternidad. Hill coqueteó con la idea de dirigirla él mismo, mas su interés no estaba en la Ciencia Ficción así que se limitó a ser productor. Fue así como finalmente se unió al proyecto el padre definitivo del xenomorfo, un joven director británico llamado Ridley Scott.
Agregando toques de misterio, inspiración en las pinturas de Francis Bacon, referencias a la obra literaria de Joseph Conrad y un toque del realismo propio del cine independiente de los años 70 al enfocarse en personajes de clase obrera, Scott tomó las riendas y trabajó en la película como todo un profesional consumado, aunque fuera apenas su segundo largometraje. Lo que le atrajo fue que era básicamente una historia de camioneros en el espacio, transportando elementos completamente mundanos a un entorno futurista. El director quiso alejarse por completo del entorno prístino y casi antiséptico de otras películas de Ciencia Ficción, como la obra de su compatriota Stanley Kubrick, 2001: A Space Odissey (1968), presentándonos un mundo de aparatos oxidados, naves desgastadas y sucias, empresas desalmadas y trabajadores comunes y corrientes que poco o nada tenían que ver con los astronautas que solíamos a ver.
Un elemento crucial en la gestación del monstruo alienígena fue la inclusión del pintor austriaco Hans Rudi Giger, cuya obra era admirada por O’Bannon. Cuando se empezó a buscar quién diseñaría a la criatura el guionista lo sugirió enfáticamente, pero fue el mismo Scott quien se empeñó en asegurar su participación a pesar de las dudas de los productores. Y es así como se creó a uno de los seres que han dejado una huella indeleble en la historia del cine, inspirando varias secuelas e incontables imitaciones. El mismo Ridley Scott a regresado varias veces para seguir contribuyendo a la saga de su creación, viendo crecer a la misma y tratando de guiar su futuro como todo padre orgulloso haría.
P.S. David Cronenberg alega que la idea de parásitos albergados en los vientres de seres humanos salió de su película Shivers (1975), de la cual O’Bannon tuvo conocimiento antes de escribir Alien, pero tendríamos que hacer una prueba de ADN para determinar si esta declaración de paternidad tiene fundamentos.

Blade Runner (1982)
Por: Marisol Nava
Basada en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick, Blade Runner (1982) es uno de los mayores logros de Ridley Scott como cineasta. Con su atmósfera futurista con tintes de cine negro, subtexto filosófico y banda sonora, estableció las bases para lo que sería el cyberpunk, movimiento estético que se extendió del cine a otros medios visuales y literarios.
Harrison Ford interpreta a Rick Deckard, un blade runner cuya tarea es cazar androides fugitivos. Su búsqueda lo lleva a conocer a Rachael, una androide que desdibuja las líneas entre lo que es humano y lo que aparentemente no lo es. Esto provoca una crisis en Deckard, cuya labor se basa en ejercer la diferencia. Así, la cinta se pregunta: ¿Qué es lo que nos hace humanos?
Esta tensión entre humanidad, identidad y creación se vuelve aún más compleja con la aparición de Roy Batty. El actor Rutger Hauer brilla en su papel como Batty, un androide que se rebela para enfrentarse a su creador, el único que puede extender su vitalidad. Esta es una de las mayores crueldades del mundo de Blade Runner: aquellos no considerados humanos son creados con un límite de vida de cuatro años para impedir que lleguen a convertirse en algo más que mano de obra barata. Los ecos de la segregación, opresión y crueldad del ser humano se hacen notar en la relación entre humanos y androides, lo que constituye otro aspecto esencial del cyberpunk.
“Todas estas memorias se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Tiempo de morir.” Estas son las últimas palabras de Roy, un monólogo improvisado por Hauer que ha pasado a la historia como uno de los monólogos más icónicos en la historia del cine. Es hermoso, es conmovedor, es brillante y, sobre todo, está cargado con una humanidad innegable.
De este modo, entre luces de neón, ritmo lento, atmósfera misteriosa y actuaciones impecables, Blade Runner (1982) se ha convertido en un clásico de culto y un filme cuyo impacto aún podemos ver hoy en día. La secuela dirigida por Denis Villeneuve no se queda muy atrás en honrar su legado, pero ese es tema para otro día.

Thelma & Louise (1991)
Por: Sandra Cardenas
En 1991 llegó a los cines una película que no solo revolucionó el género del Road movie, sino que se convirtió en un símbolo de rebeldía y libertad femenina.
La película narra la historia de dos amigas, Louise Sawyer (Susan Sarandon), una mujer experimentada que trabaja como camarera en un restaurante de Arkansas, cuyo supuesto novio, Jimmy (Michael Madsen), nunca está presente. Su mejor amiga, más joven que ella, es Thelma Dickinson (Geena Davis), ama de casa, quien sufre maltrato y engaños por parte de su grosero marido, Darryl (Christopher McDonald), y anhela escapar.
Entonces, Louise le propone una escapada especial de fin de semana solo para chicas en una cabaña de pesca que ha conseguido prestada para ellas dos, disfrutando de la aventura en el elegante Thunderbird de Louise, emprenden un viaje sin retorno hacia su propia libertad.
Dirigida por Ridley Scott y escrita por Callie Khouri, que sin tener experiencia previa como guionista comienza a escribir algo diferente, un guion que consigue combinar de manera espléndida la comedia, el film policiaco, y el drama más duro.
Un guion qué desafiaba lo que se veía en Hollywood en ese momento, un par de protagonistas femeninas fuertes y reales, una historia que colocaba a dos mujeres en el centro de la acción, sin necesidad de un hombre que las definiera en plena época en la que los héroes masculinos dominaban la mayoría de las historias. Porque aunque en aquellos años muchos no supieran exactamente qué era eso del feminismo, Thelma & Louis estaban lanzando un mensaje poderoso: el derecho de las mujeres a ser dueñas de sí mismas sin estar a la sombra de ningún hombre.
Esta idea pronto llama la atención de productores, hasta llegar a las manos del director británico y realiza una cinta que marca un antes y un después en Hollywood. Una historia que arrancaba como un simple viaje en coche y terminaba en una de las escenas más recordadas del cine.
Con bellos paisajes de fondo a lo John Ford que se convierten en un personaje más de la película y esa música genial de Hans Zimmer.
Thelma & Louise nos permitió además disfrutar de dos de los retratos más acertados de mujeres que nos ha dado el cine, unos personajes que aún se recuerdan gracias a sus potentes caracteres y al memorable trabajo de sus dos grandes actrices: Geena Davis y Susan Sarandon.
Esta última propone a la producción, que la violencia que desata la huida de las protagonistas no sea mostrada como un simple acto de venganza, sino como un grito desesperado frente a una injusticia.
El tiempo, sin embargo, da y quita razones; y lo cierto es que treinta y tres años después de su estreno, por desgracia y tristemente la violencia de género aún sigue vigente.
Thelma & Louise, es algo que supera tiempos y espacios: el poder de la amistad como constructor no sólo de situaciones, sino también de personas y de destinos.
Es una gran historia que nos muestra a estas dos mujeres dispuestas a romper con todo y pagar el precio para recuperar su dignidad y ser completamente libres…

G. I. Jane (1997)
Por: Elizabeth Montelongo
G. I. Jane es una película de 1997 donde se aborda el tema de la discriminación que sufren las mujeres para desempeñarse en ámbitos que por décadas han sido acaparados por hombres, así como el papel de los gobiernos para crear iniciativas que incentiven la equidad de género, convirtiendo este tema en un juego de poder. Con las actuaciones de Demi Moore, Viggo Mortensen, Jason Beghe y Anne Bancroft, Ridley Scott dirige un filme de guerra, pero también de perseverancia y lucha intachable por nuestros objetivos.
La historia se desarrolla siguiendo a la teniente O’Neil quien debido a su sexo femenino no ha podido desarrollarse profesionalmente como se quisiera, sin embargo, la oportunidad de unirse a un equipo especializado de la Marina llega gracias a la iniciativa de la senadora Lillian DeHaven de incluir a las mujeres en el programa SEAL. O’Neil es reclutada y comienza un entrenamiento intensivo que la llevará al límite mientras que los altos mandos vigilan cada uno de sus movimientos, en pesquisa del más mínimo fallo.
Una historia con tinte feminista puede no llegar a convencer al público por ser vista desde perspectiva masculina, aunque Ridley Scott no busca colgarse una medalla de aliado. O’Neil no es un personaje que busque probar una rudeza extrema ni demostrar algo, simplemente quiere servir a la Marina, desarrollarse y competir con las mismas oportunidades que sus compatriotas sin tratos prioritarios por ser mujer.
El jefe Urgayle (Viggo Mortensen) es un líder cuyas pruebas impuestas sacan las debilidades y fortalezas de cada soldado, forjandolos a mano dura hasta crear un equipo de élite que es capaz de salvarle la vida. La relación Urgayle-O’Neil es un estira y afloja por la imposición de su autoridad ante una teniente que no le tiembla la voz para defenderse, con peleas que terminan en una relación de total respeto.
G.I. Jane es una película de acción que no busca ser otro discurso forzado de inclusión sino que retrata el poder femenino en situaciones de crucial importancia, no basado en su sexo, más bien en sus competencias y habilidades que son una sumatoria en lugar de una restricción.

Gladiator (2000)
Por: Saúl Durán
“Mi nombre es Máximo Décimo Meridio. Comandante de los ejércitos del norte, general de las legiones Félix, leal sirviente al verdadero emperador Marco Aurelio, padre de un hijo asesinado, esposo de una esposa asesinada, y tendré mi venganza… En esta vida o la siguiente”
Si reconoces algún fragmento de estas palabras, quizá llegaste a presenciar la que podría ser, junto con Blade Runner (1982) y Alien (1979), la carta magna de Ridley Scott dentro de su filmografía.
Una obra que te sorprende con la crudeza y crueldad característica de la época romana que logra manejar tanto en la acción como el drama. Una tragedia al más puro estilo griego que, si bien tiene sus similitudes con dramas previos como El Rey León (1994), la escala retratada dentro de la enorme producción y sus efectos prácticos fueron en parte los encargados de traer a la mesa algo que, hasta el día de hoy, se siente novedoso.
Su gran banda sonora, además de su fidelidad hacia la cultura romana clásica, consiguen remontar al espectador a una era donde la traición, la locura y el declive se hacían presentes en casi todos lados puesto que, hasta cierto punto, ayuda que está parcialmente basada en hechos históricos, pero los cambios narrativos ofrecidos por su trío de guionistas toman estas columnas históricas para traer a la vida una travesía digna de los relatos más conocidos de la historia romana.
Es una épica odisea de un hombre que lo ha perdido todo en una búsqueda de venganza por su familia (de quienes hubiera deseado ver más de su conexión mutua), su asesinado emperador a quien consideró un leal amigo, su pueblo en necesidad y, en cierto modo, su redención por lo que el nuevo César le arrebató a quien se suponía sería el siguiente gran gobernante de Roma, Máximo.
Russell Crowe (Máximo) interpreta no solamente a un guerrero en luto, sino a un ser leal en quien toda su nación podía confiar para guiarlos hacia una paz en plenitud. Demuestra sus dotes de líder siendo un gran estratega en la batalla e inclusive, siendo una persona razonable y misericordiosa con aquellos quienes no tendrían piedad con él, a excepción de su rival más personal hasta este momento, Cómodo.
Un ser criado en la arrogancia y avaricia que solo busca el poderío por el simple deseo de ser aceptado y venerado en su necesidad de llenar lo que nunca pudo conseguir de su padre. Aquel que usa el espectáculo sanguinario como una forma de satisfacer o, mejor dicho, evadir las críticas de lo que se supone es su pueblo, a lo que este solo conoce el camino proporcional hacia la locura y desesperación conforme este “gladiador” se interpone en su camino.
Máximo no solo busca la libertad de los romanos y esclavos por la corrupción impuesta del actual César, sino también la libertad para él mismo que va más allá de ser apresado y obligado a pelear hasta la muerte por su vida. Él busca la libertad que, a sus ojos, le dará una paz merecedora de sus acciones.
Pese a ser en gran parte ficticia, historias así no merecen ser olvidadas por el simple motivo de que nuestras raíces (las raíces de la humanidad) vienen de estos ejemplos que dan a demostrar la naturaleza humana desde tiempos tan remotos como el futuro mismo. Tiempos pasados definidos por el bien, el mal y los grises entre ambos que dieron como resultado esta obra que, en definitiva, es uno de los ejemplos más visibles hasta nuestros días.

Hannibal (2001)
Por: Rocío López
Después del gran éxito de El Silencio de los Inocentes (The Silence of the Lambs, 1991), la espera por una secuela llegó una década después con Hannibal (2001), dirigida por Ridley Scott, escrita por David Mamet junto con Steven Zaillian y basada en la novela homónima de Thomas Harris. Esta entrega es un thriller que se inclina más a lo gore.
La historia continúa tras la fuga del asesino Hannibal Lecter (Anthony Hopkins) del hospital donde se encontraba recluido. Ahora vive en Italia, sin embargo, el agente Rinaldo Pazzi (Giancarlo Giannini) está al acecho para capturarlo. Mientras tanto, al otro lado del mundo, se encuentra el multimillonario Mason Verger (Gary Oldman), quien sobrevivió al despiadado Hannibal, pero quedó con el rostro desfigurado, busca venganza. Para lograrlo necesita una carnada y esa es Clarice Starling(Julianne Moore), la agente del FBI con quien Hannibal mantiene una relación peculiar.
Hannibal destaca por la puesta en escena y la impecable dirección de Scott, ya que logra aprovechar los bellos paisajes de la ciudad de Florencia, en Italia y lo contrasta con lo visceral y repulsión de su villano. Así mismo, las escenas de acción están bien coreografiadas y complementan con la música original del dos veces ganador al Óscar Hans Zimmer, compositor alemán conocido por su trabajo en Gladiador (2000), Interestelar (2014) y Sin Tiempo para Morir (No Time to Die, 2021).
El guion a cargo de Mamet y Zaillian, no es tan sólido ni atrapante como su antecesora, sin embargo, el regreso de Hopkins, sostiene este universo como si no hubiera pasado una década. Al contrario de su coprotagonista, Moore que suplantó a Jodie Foster, nos entrega una interpretación con falta de carisma. Por otra parte, Oldman casi irreconocible gracias a su caracterización,le da vida a un nuevo villano que aporta un nuevo matiz perturbador a la historia.
Si bien Hannibal es una secuela ambiciosa que no alcanza la contundencia narrativa de El Silencio de los Inocentes, encuentra su propia esencia a través de la visión estilizada de Scott y la imponente presencia de Hopkins, con una mezcla de elegancia visual, violencia visceral y con personajes grises, la convierten en una propuesta irregular, pero fascinante e imperdible dentro del universo de Lecter. Aunque existe división de opiniones por parte de la audiencia, es innegable que es un filme entretenido y que forma parte de una de las sagas más reconocidas dentro del género de suspenso y drama psicológico.

Cruzada (Kingdom of Heaven) (2005)
Por: Jair Ponce
Ridley Scott tiene dos tipos de películas en su amplia filmografía, las cintas que son experimentos más profundos y con técnicas que exprimen todo el potencial del director y las películas que se sienten como relatos más sobrios, con técnica pulida pero mucho más discreta. Cruzada es uno de los mejores ejemplos del segundo tipo de cine que hace Scott.
La película aborda el periodo intenso de las cruzadas en tierra santa, las batallas por la posesión de Jerusalén y toda la carga ideológica y religiosa que trae consigo. Scott divide la película en dos bloques que se sienten algo inconexos en algunos momentos, presenta una narrativa de camino del héroe, pero se detiene pasada la primera hora para hacer virar de dirección a su protagonista para reintegrarlo más adelante ya habiendo tomado decisiones que quizá no requerían de tanto tiempo en pantalla. La cinta resiente su duración excesiva (casi tres horas exactas) en donde hay pasajes que se sienten pesados y lentos, tratando de avanzar el desarrollo de los personajes a costa de detener el avance de la acción buscada por el espectador.
Ridley Scott es un veterano en la reconstrucción histórica para el cine, ha sido criticado enormemente por su falta de rigor histórico y esta cinta no es la excepción, Napoleón, Gladiador, El Último Duelo, entre otras, son ejemplo de un trabajo excelso en construir los mundos requeridos para la historia que trata de contar, aunque este no sea fiel a la realidad o al fundamento histórico. El autor de este texto es historiador de formación y he criticado ampliamente las decisiones de Scott de brincarse el rigor histórico con tal de generar efectos dramáticos y grandilocuentes, pero en el caso de este filme no lo veo como un punto negativo ni tampoco adolece la película de ser un relato fantasioso, construye perfectamente la realidad en la que estamos inmersos y nos permite conectar con el protagonista, un Orlando Bloom cauto y menos teatral.
El personaje que se lleva la cinta por completo y quien quizá es el verdadero protagonista de la anécdota, es el Rey Baldwin interpretado por Edward Norton, a quien nunca le vemos el rostro. Scott logra construirle un misticismo y un aire de solemnidad a su figura, que en ocasiones luce acartonada, pero cuando llega el clímax de la cinta todo el peso del personaje y de su construcción se ve justificado, dando al espectador la medida suficiente de una épica medieval quizá menos lograda que El último duelo, pero con intensiones mucho más ambiciosas ciertamente.
Ridley Scott es un maestro en la fabricación de mundos y de épicas, la mayor cantidad de cintas de su filmografía son epopeyas con un estilo muy clásico, pero con dimensiones gigantescas en producción, realización y ambición. Es como un faraón del cine que, de alguna manera, con tropiezos y grandes éxitos, logra llevar a buen puerto, en ocasiones hasta dos veces al año, todos sus proyectos. Es un director fuera de serie que tenemos suerte de seguir apreciando su cine.

American Gangster (2007)
Por: Saúl Araujo
La presentación de los personajes en American Gangster es frenética, directa, casi agresiva en su claridad. Scott no pierde tiempo ni ofrece explicaciones: antes de que siquiera sepamos el nombre del personaje de Denzel Washington, ya lo vemos quemar vivo a un hombre en plena calle. El montaje y el lenguaje corporal dicen más que cualquier diálogo: estamos frente al cobrador de confianza del líder mafioso local y, por extensión, ante alguien cuya autoridad no proviene del discurso, sino del miedo. Sin rodeos, sin orquesta. Y todo esto sucede en un Harlem de finales de los 60´s, con la Guerra de Vietnam como ruido de fondo, como un eco social que prepara el terreno para la tormenta de heroína que transformará a la ciudad.
Lo fascinante es que, durante gran parte del primer acto, la película avanza sin revelar realmente hacia dónde vamos. Ridley Scott construye esta especie de “ceguera vistosa”: intuimos el destino, observamos pistas en los gestos, en el tráfico de personajes, en los silencios tensos… pero no hay un mapa evidente. Es un relato que confía en que el espectador sea lo suficientemente atento como para reconstruir el trayecto a medida que se despliega.
Y en ese mapa difuso aparece la pregunta inevitable: ¿está el sueño americano condenado a unirse siempre en negocios sucios? Si eso no fuera cierto, El Padrino, Caracortada o Los Intocables estarían cometiendo un error de juicio. Aquí, todos los personajes —directa o indirectamente— están manchados por la heroína. Frank Lucas (Denzel Washington) es, antes que nada, un hombre de negocios. Aprendió la estructura del poder con Bumpy Johnson, y no solo la replicó: la perfeccionó. Eliminó intermediarios, controló el suministro, abarató el producto y creó una marca. La fórmula, afinada con frialdad quirúrgica.
Ridley Scott entiende bien que la verdadera evolución de los personajes no siempre pasa por los diálogos. En American Gangster, los cambios más evidentes están en el vestuario, en la forma de caminar, en la manera en que la familia de Frank empieza a “usar” su nueva riqueza. El antes y después se percibe en la textura visual: un abrigo de piel, un traje más elegante, la postura más erguida. Ese momento en que Frank mata al personaje de Idris Elba frente a todos no es solo un acto de violencia, es el disparo de salida de una nueva identidad.
La película, además, encuentra una de sus mejores lecturas del contexto estadounidense en una frase que parece pequeña pero resume todo un país: “Esto no es boxeo, es política”. Y no hay deporte que describa mejor a los Estados Unidos.
El camino de Frank es un camino de codicia, avaricia y hambre absoluta de poder. Cuando alcanza la cima de su escala personal y la Guerra de Vietnam llega a su fin, aparece el punto sin retorno: el juego del gato y el ratón entre Frank y Richie Roberts (Russell Crowe). Aquí Ridley Scott despliega su lectura del héroe y el antihéroe: dos hombres que buscan la cima por rutas opuestas —la honestidad de Richie y la brutal ambición de Frank— pero que terminan atrapados en el mismo fenómeno inexorable: la omnipresencia de las drogas en la historia estadounidense. Y así como El Padrino cerraba con Michael sellando sus negocios en una iglesia, American Gangster invierte el ritual: el imperio de Frank se derrumba mientras él asiste a su misa dominical, como si la moral solo pudiera llegar cuando el daño ya está hecho. La frase final que entrega Lucas al sistema sintetiza la ironía de esa caída: “Nada cambiará con que me pongas tras las rejas”. Y tenía razón. A pesar del operativo histórico que desmanteló una red de policías corruptos en Nueva York, Frank Lucas salió de prisión en 1991. De los 70 años de condena, cumplió solo 15. Regresó a una ciudad que ya no lo reconocía como el titánico dueño de Harlem que había sido. Poco cambió realmente, excepto el nombre del amo de las calles. La rueda seguía girando. El ciclo del poder, del dinero y de la adicción seguía intacto.
Su historia evoca esa otra mirada sobre el capitalismo predatorio que vimos en Wall Street (1987), donde Michael Douglas y Charlie Sheen anunciaron, décadas antes, el tipo de comportamiento que más tarde daría forma al Lobo de Wall Street (2013). La misma nación, otro traje, otra década.

Exodus: Gods and Kings (2014)
Por: Kike Cinéfilo
Realizar remakes en el cine es más común de lo que parece; sin embargo, hay películas cuya propuesta original es tan sólida que resulta muy difícil superarla con nuevas versiones, llegando incluso a provocar pérdidas millonarias a los estudios. Ridley Scott forma parte de esa lista de directores cuya ambición por entregar un producto de calidad no siempre logra imponerse a la obra que le precede. Y, aunque Éxodo: Dioses y Reyes no es exactamente un remake, su interpretación de la historia de Moisés —relatada en el libro del Éxodo— tenía un antecedente muy poderoso.
Hablamos de Los Diez Mandamientos (The Ten Commandments, 1956), la última película dirigida por Cecil B. DeMille, quien ya había abordado este relato en 1923. La versión de 1956 es considerada una de las diez cintas más épicas de todos los tiempos. Con este antecedente monumental, Scott presentó el proyecto Exodus, respaldado por su amplia experiencia en películas de corte épico como 1492 (1992), Gladiator (2000), Kingdom of Heaven (2005) y Robin Hood (2010), lo que hacía pensar en un resultado prometedor.
Para los roles principales, Scott apostó por Christian Bale en el papel de Moisés —interpretado magistralmente por Charlton Heston en 1956— y por Joel Edgerton como Ramsés II, papel que originalmente dio fama a Yul Brynner. Esta elección generó dudas desde el inicio: Bale venía del enorme impulso mediático de El Caballero de la Noche, mientras que Edgerton, aunque talentoso, tenía un perfil mucho más discreto, recordado principalmente por su papel como Owen Lars en los episodios II y III de Star Wars. La comparación con el carisma y presencia icónica de Brynner resultó inevitable.
Uno de los elementos que prometía elevar la cinta era el uso de tecnología moderna. Se esperaba que los efectos especiales aportaran realismo a escenas como las plagas, el Nilo teñido de rojo o la célebre apertura del Mar Rojo. No obstante, estos efectos recibieron fuertes críticas: desde la inclusión de especies marinas ajenas al Mar Rojo hasta la sensación de artificialidad provocada por el uso intensivo de CGI. Además, muchos espectadores consideraron decepcionante que los exteriores fueran filmados en Almería y las Islas Canarias, en lugar de Egipto, la península y el Monte del Sinaí, como ocurrió en la cinta de DeMille, quien retrato lo más cercano la historia en los lugares en que ocurrieron. A esto se sumó la comparación de su reparto mientras que en la versión del 56 contaba con una gran cantidad de estrellas, el reparto de Scott era amplio pero desigual por lo que no logró consolidar la fuerza del conjunto.
Finalmente, Exodus: Gods and Kings no pudo competir con la impresionante herencia de Los Diez Mandamientos, una de las películas más exitosas financieramente hablando, que con cifras actualizadas supera los 1,012 millones de dólares y que, además, continúa transmitiéndose en televisión cada temporada de Pascua. La película fue dedicada a la memoria de Tony Scott, hermano del director, fallecido en 2012.
Les dejo esta reflexión: ¿Realmente vale la pena intentar rehacer una historia que ya tiene un lugar tan sólido en la historia del cine?

The Martian (2015)
Por: Marisela Sánchez
The Martian* (2015), dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Matt Damon, es una película de ciencia ficción basada en la novela homónima de Andy Weir. La historia sigue al astronauta Mark Watney, miembro de la misión Ares III en Marte, quien es dado por muerto tras una tormenta de polvo y abandonado por su tripulación. Al despertar y descubrir que está completamente solo, Mark Watney usa su ingenio científico, especialmente sus conocimientos de botánica e ingeniería, para sobrevivir mientras intenta encontrar la manera de comunicarse con la NASA y avisar que está vivo.
La película te lleva entre su lucha por sobrevivir en Marte, el equipo en la tierra buscando cómo salvarlo y traerlo de vuelta y el dilema moral y profesional de su tripulación al enterarse que su compañero sigue con vida.
En The Martian nos presentan a un personaje que se enfrenta a una situación extrema y aparentemente insuperable, pero racias a su determinación, creatividad e inteligencia, logra encontrar soluciones ingeniosas para sobrevivir en un entorno completamente hostil. La película no solo resalta la resiliencia individual, sino también la importancia de la solidaridad global, mostrando cómo la humanidad es capaz de dejar de lado sus diferencias y colaborar para alcanzar un objetivo común que trasciende fronteras.
Desde Alien (1979) y Blade Runner (1982), Ridley Scott ha dejado claro que tiene un talento impresionante para crear mundos visualmente poderosos y cargados de significado.
Si en Alien explora el terror claustrofóbico en el espacio y en Blade Runner cuestiona los límites de lo humano, The Martian apuesta por un tono más luminoso y esperanzador, celebrando a la ciencia y el trabajo en equipo combinado con un espectáculo visual vibrante y emotivo que reafirma la versatilidad de Scott como narrador y creador de universos cinematográficos emblemáticos.

El último duelo (The Last Duel) (2021)
Por: Jeraldyn Sierra
Ridley Scott dirige esta película histórica situada a finales del siglo XIV en Francia, basada en el libro «The Last Duel: A True Story of Crime, Scandal, and Trial by Combat in Medieval France» del crítico literario y escritor estadounidense Eric Jager. La historia se centra en uno de los últimos duelos oficialmente reconocidos en Francia; dos hombres, el Caballero Jean de Carrouges (Matt Damon) y el escudero Jacques Le Gris (Adam Driver), se baten en duelo a muerte en el invierno de 1386, a raíz de la acusación de violación de Marguerite (Jodie Comer), esposa de Carrouges, a manos de Le Gris.
La película empieza con los preparativos del enfrentamiento, sin embargo, para saber cómo se llegó a ese momento debemos remontarnos años atrás. La historia se presenta en tres capítulos basados en la versión de la verdad de cada uno de los personajes principales, por tanto, cada personaje interpreta los mismos eventos de manera diferente. El primer capítulo se centra en Jean de Carrouges, un hombre tosco y aguerrido, que expone cómo poco a poco es relegado, menospreciado y denigrado por Le Gris con el apoyo del Conde Pierre d’Alençon (Ben Affleck) mientras intenta construir una vida junto con su reciente esposa, Marguerite, aunque una agresión contra ella lo impulsa a ir ante el Rey para pedir justicia.
Por otra parte, el segundo capítulo es según la historia de Jacques Le Gris, un hombre inteligente y hábil, que con su talento se gana los favores del Conde Pierre, pero al conocer a Marguerite, la esposa de su amigo, sucumbe ante el deseo y la violencia para poseerla, aunque Le Gris confiesa su adulterio, niega la acusación de violación por la cual se le acusa. El tercer y último capítulo de esta historia es la verdad presentada por Marguerite, una mujer noble y educada, que vive dentro de un matrimonio poco satisfactorio y es violada por Le Gris, un viejo amigo de su esposo, y será su esposo quien delante de una corte demande justicia provocando un juicio por combate mientras Marguerite afronta un embarazo.
El último duelo es una película que habla sobre el poder, el poder de los hombres. Un poder consagrado no solo en tierras, títulos, dinero sino también sobre las mujeres, que eran consideradas propiedad. Aunque la película narra un episodio real de la edad media podemos ver que pocas cosas han cambiado hasta nuestra época. Una mujer que es violentada por un hombre y que deberá hacer frente ante un sistema que pone en juicio su historia y valía personal, en pocas palabras, su vida misma. Marguerite puso su vida en las manos de su esposo y en un combate donde no tenía poder ni decisión. Si su esposo fallaba, ella debía morir junto con él. Una historia que muestra que no basta con decir la verdad y hacer lo correcto, sino que tiene que haber sangre y dolor para demostrar quién miente y quién no.
Ridley Scott nos sumerge mágicamente en la época medieval, a través de los escenarios, la música, el vestuario y el relato de eventos históricos enmarcados en la Guerra de los Cien Años. Ridley Scott nuevamente presenta su compromiso por representar una parte de la historia, esta vez enmarcada en batallas, títulos nobiliarios, religiosidad y honor; y aunque sus películas suelen generar debates sobre la veracidad y las libertades creativas ante la representación de hechos históricos, no podemos negar que sus producciones transmiten crudeza y una gran vivacidad, y por supuesto El último duelo no es la excepción.

Napoleón (2023)
Por: Armando Navarro
Existen varias películas que abordan la figura de Napoleón Bonaparte, desde las joyas Napoleón (1927) de Abel Gance y Napoleón (1955) de Sacha Guitry, hasta experimentos discretos como Mi Napoleón (2001) de Alan Taylor, pasando por apariciones hilarantes en Los héroes del tiempo (1981) de Terry Gilliam y proyectos inconclusos como el de Kubrick, donde todo el trabajo de años de investigación terminó en las páginas del libro Stanley Kubrick’s Napoleon: The Greatest Movie Never Made (2009).
En febrero de 2022, el director británico Ridley Scott arrancó la filmación de su cinta Napoleón (2023), una nueva mirada a las andanzas del otrora Emperador francés, con un elenco encabezado por Joaquin Phoenix y Vanessa Kirby; la epopeya describe el ascenso y caída del genio militar, donde su ambición y (sobre todo) el desinterés de su amada Joséphine de Beauharnais, brotan como las causas de su desgracia.
Prolífico y ecléctico, Ridley Scott (con casi 90 años) consigue un triunfo visual, plagado de referencias pictóricas que van de William Sadler a Jacques-Louis David, en la recreación de las icónicas batallas de Austerlitz, Waterloo y el tenebroso Incendio de Moscú (1812), donde los soviéticos prefirieron quemar la ciudad que entregársela a Napoleón.
Se trata de una cinta que debe verse en pantalla grande y en la versión extendida de 207 minutos, para poder apreciar en todo su esplendor la minuciosidad de cada plano, capturados por la tersa cámara del cinefotógrafo polaco, Dariusz Wolski, quien ya había trabajado con Scott en La casa Gucci (2021) y Misión Rescate (2015).
Si se consiguen pasar por alto las diversas imprecisiones históricas y libertades que se toma el filme, la experiencia resulta emocionante gracias a la epicidad, una cátedra de cómo filmar y editar grandes escenas de batalla, que erizan la piel en medio de su hermoso caos salpicado de sangre.
Inexplicablemente ninguneada en la temporada de premios (nominada en categorías técnicas en los Oscar y por la Sociedad de Críticos de Cine de San Diego, sin ganar nada, levantando solo un Premio Satellite a mejor vestuario), Napoleón fracasa al conectar con la audiencia por que nunca quedan claras las intenciones de la película, perdiéndose en los entresijos de la compleja relación Napoleón/Joséphine, que demuestra que a pesar de tener todo el poder entre las manos, hay elementos que jamás se pueden conseguir. “Francia, ejercito, Joséphine”, son las últimas palabras de un hombre que muere solo y enfermo en una isla remota, el mismo que había conseguido cambiar el mapa de Europa y convertir a Francia en un poderoso imperio.
Para Ridley Scott, cineasta efectivo, este trabajo representa un logro rotundo, porque consigue terminar y llevar a buen puerto un proyecto que el mismo Stanley Kubrick había abandonado en su momento, uniéndose a la lista de películas imposibles que solo pueden vivir en la imaginación cinéfila como Dune de Alejandro Jodorowsky, Night Skies de Steven Spielberg, La conquista de México de Werner Herzog o el atípico caso de The Man Who Killed Don Quixote de Terry Gilliam, que aunque sí consiguió filmarla en 2018, el resultado fue distante de la idea original.
Producida por Apple Original Films, Napoleón de Ridley Scott entrega algunos atisbos (sobre todo técnicos) de lo que pudo ser el filme de Kubrick, un guion que por cierto, está trabajando Steven Spielberg para HBO, en una miniserie de siete episodios. Por su parte, Ridley Scott sigue imparable: en 2024 presentó la voluble secuela Gladiator 2 y dirige, justo ahora, The Dog Stars (2026), su regreso a la ciencia ficción con un guion de Mark L. Smith y Christopher Wilkinson.
Después de recorrer estas doce películas desde voces distintas —cada una con su mirada, su temperamento y sus obsesiones— queda claro que analizar a Ridley Scott no es hablar de un solo director, sino de un creador multifacético que ha ido reformulando el cine durante casi cinco décadas. La diversidad de autores que aquí escriben, desde la ciencia ficción existencial hasta el crimen urbano, desde epopeyas históricas hasta dramas íntimos, revela algo que ninguna filmografía lineal podría explicar por sí sola: Scott no filma géneros, filma mundos.
Cada análisis, desde Alien hasta The Martian, confirma que su obra funciona como un laboratorio donde conviven preguntas humanas fundamentales: el poder, la ambición, la violencia, el cuerpo, el deber, la identidad, la soledad, la sobrevivencia. Y aunque sus escenarios cambien de siglo, de planeta o de código moral, su cámara insiste en lo mismo: confrontar a sus personajes con aquello que los excede.
Scott no pertenece a un solo público ni a un solo estilo. Pertenece a cualquiera que busque historias que no se conformen con ser vistas, sino que quieran ser entendidas, discutidas, diseccionadas. Historias que invitan a ver más allá de la superficie —ya sea la claustrofobia metálica del Nostromo, la lluvia eterna de Los Ángeles 2019, los campos romanos teñidos de gloria o la brutal ambigüedad de un duelo medieval.
Nuestro festejado sigue siendo relevante no por repetir fórmulas, sino por arriesgarse a incomodar. Su cine es contradictorio, ambicioso, excesivo, sublime, irregular, monumental. Pero siempre vivo. Y justamente por eso, explorarlo a doce manos cobra sentido: se necesita más de una voz para abarcar a un director que ha construido universos enteros.
Así, este cierre no busca definir a Scott, sino celebrar lo que provoca: conversación, discusión, crítica y, sobre todo, esa chispa que nos une como espectadores cuando una película nos obliga a mirar dos veces. Si algo nos deja este ejercicio colectivo, es la certeza de que Ridley Scott no solo ha dirigido películas memorables; ha dirigido la manera en que entendemos el cine como territorio de imaginación, conflicto y visión.
Y quizá ahí reside su legado más duradero: recordarnos que el cine, cuando se toma en serio, es una forma de mundo. Y que esos mundos, como los de Scott, se vuelven más ricos cuando los atravesamos juntos.
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